sábado, 15 de marzo de 2014

SEGUNDA SEMANA DE CUARESMA, CHARLAS CUARESMALES

La alegría del Evangelio, novedad para el mundo actual.


1. Una sociedad de gente aburrida
A la luz de las afirmaciones del Papa Francisco en su Carta,
analizamos hoy otro aspecto de nuestro mundo y de la cultura actual. La tecnología ha hecho de nosotros una sociedad “super-informada”. Cualquier acontecimiento nos llega en tiempo real. Pero no somos capaces de “digerir” tanta información. El mayor acontecimiento o la mayor tragedia nos deja insensibles: nada nos hace reaccionar. A la fiesta, que exalta la espontaneidad y la gratuidad de la alegría, la ha sustituido para muchas personas la «diversión», que hay que pagar. La TV organiza programas «para hacer reír»; en los cruceros de recreo, hay animadores o animadoras para que la gente se divierta.
Muchas personas, incluso aquellos que viven en una situación de desahogo económico, confiesan su aburrimiento ante la vida. No es difícil tampoco escuchar a niños o adolescentes la expresión “estoy aburrido”. En estas situaciones, la búsqueda de “paraísos artificiales” (droga, alcohol, experiencias extremas) aparece como una salida deseable. Porque no estamos hechos para esa atonía, ese aburrimiento existencial. “La cultura del bienestar nos anestesia y perdemos la calma si el mercado ofrece algo que todavía no hemos comprado, mientras todas esas vidas truncadas por falta de posibilidades nos parecen un mero espectáculo que de ninguna manera nos altera”.

Por eso viene muy bien la exhortación de san Pablo a los Efesios: «Despierta tú que duermes, y levántate de entre los muertos, y te iluminará Cristo. Así pues, mirad atentamente cómo vivís; que no sea como imprudentes, sino como prudentes; aprovechando bien el tiempo presente, porque los días son malos. Por tanto, no seáis insensatos, sino comprended cuál es la voluntad del Señor. No os embriaguéis con vino, que es causa de libertinaje; llenaos más bien del Espíritu» (Ef 5,14-18).
2. Profundizamos en las causas
Somos una sociedad y cultura de tradición cristiana. Nuestros orígenes culturales se enraízan en el cristianismo. Y el cristianismo se enraíza, a su vez, en una “Buena noticia”, noticia, que, por definición, debería provocar gozo y alegría. En cambio, la experiencia nos dice que, incluso dentro de la Iglesia, el desánimo, la desesperanza, la falta de ilusión están presentes y marcan a muchas personas y muchas actividades. “En algunos lugares se ha producido una «desertificación» espiritual, fruto del proyecto de sociedades que quieren construirse sin Dios o que destruyen sus raíces cristianas. Allí «el mundo cristiano se está haciendo estéril y se agota como una tierra sobreexplotada que se convierte en arena» (Newman)”

Los cristianos, contagiados del «espíritu de este mundo», ya no son capaces de ofrecer el anuncio del evangelio como una novedad y la Iglesia aparece, en consecuencia, como una realidad trasnochada, que ofrece un mensaje que no dice nada al mundo de hoy y que no se mira más que a sí misma procurando no perecer. Romper con lo mundano y llenarnos de Cristo, ahí está la verdadera vida: «Os digo, pues y os conjuro en el Señor, que no viváis ya como viven los gentiles, según la vaciedad de su mente, sumergido su pensamiento en las tinieblas y excluidos de la vida de Dios por la ignorancia que hay en ellos, por la dureza de su cabeza los cuales habiendo perdido el sentido moral, se entregaron al libertinaje, hasta practicar con desenfreno toda suerte de impurezas. Pero no es éste el Cristo que vosotros habéis aprendido, si es que habéis oído hablar de él y en él habéis sido enseñados conforme a la verdad de Jesús a despojaros, en cuanto a vuestra vida anterior, del hombre viejo que se corrompe siguiendo las seducciones de las concupiscencias, a renovar el espíritu de vuestra mente, y a revestiros del Hombre Nuevo creado según Dios, en la justicia y santidad de la verdad» (Ef 4,17-24).
3. Por una propuesta «novedosa»
El Papa Francisco propone en su Carta a todos los cristianos transformar la sociedad con acciones auténticamente evangelizadoras. “Jesucristo siempre puede, con su novedad, renovar nuestra vida y nuestra comunidad. También puede romper los esquemas aburridos en los cuales pretendemos encerrarlo, y nos sorprende con su creatividad” (EG 11). Cada vez que recuperamos la frescura original del Evangelio, “brotan nuevos caminos, métodos creativos, otras formas de expresión, signos más elocuentes, palabras cargadas de renovado significado para el mundo actual” (ib.).

El único anuncio cristiano, que ofrece al hombre el amor infinito de Dios manifestado en Jesucristo, “ofrece a los creyentes, también a los tibios o no practicantes, una nueva alegría en la fe y una fecundidad evangelizadora. Si un evangelizador no debe tener permanentemente cara de funeral es porque está llamado a “recobrar y acrecentar el fervor, la dulce y confortadora alegría de evangelizar, incluso cuando hay que sembrar entre lágrimas”. Así, el mundo actual, que busca a veces con angustia, a veces con esperanza, podrá “recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”. Por tanto, no situamos la novedad del anuncio del Evangelio en el mensaje –que es el mismo y único de siempre- sino en el mensajero y en la forma y el lenguaje con que se propone: cristianos alegres y comunidades donde se vive y se testimonia la alegría del Evangelio. El teólogo ortodoxo Alexandre Schmemann cree que la falta de alegría es la causa de que la Iglesia pierde la adhesión de la gente: «La alegría hizo que la Iglesia triunfara en medio del mundo, pero la Iglesia perdió el mundo cuando dejó de dar testimonio de la alegría».
4. Caminos para convertirnos a la alegría del Evangelio.
El Papa propone “una evangelización con espíritu”. Y explica lo que quiere decir con estas palabras: este «espíritu» suele indicar unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y dan sentido a la acción personal y comunitaria. No es un conjunto de tareas vividas como una obligación pesada que simplemente se tolera o se sobrelleva como algo que contradice las propias inclinaciones y deseos. Ninguna motivación será suficiente si no arde en los corazones el fuego del Espíritu. Le ruego que venga a renovar, a sacudir, a impulsar a la Iglesia en una audaz salida fuera de sí para evangelizar a todos los pueblos”. 
Evangelizadores con Espíritu quiere decir evangelizadores que oran y trabajan. La Iglesia necesita imperiosamente el pulmón de la oración. Al mismo tiempo, “se debe rechazar la tentación de una espiritualidad oculta e individualista, que poco tiene que ver con las exigencias de la caridad y con la lógica de la Encarnación” (Juan Pablo II, NMI, 304).

“A veces perdemos el entusiasmo por la misión al olvidar que el Evangelio responde a las necesidades más profundas de las personas, porque todos hemos sido creados para lo que el Evangelio nos propone: la amistad con Jesús y el amor fraterno. Cuando se logra expresar adecuadamente y con belleza el contenido esencial del Evangelio, seguramente ese mensaje hablará a las búsquedas más hondas de los corazones” (EG 265).

«Sin la vida de oración, sin la transformación interior que se lleva a cabo a través de la gracia de los sacramentos, no podemos, en palabras de Newman, "irradiar a Cristo"; nos convertimos en otros "platillos que aturden" (1 Co 13,1) en un mundo lleno de creciente ruido y confusión, lleno de falsos caminos que solo conducen a angustias y espejismos» (Benedicto XVI, Vigilia de oración por la beatificación del cardenal John Henry Newman, Hyde Park, Londres, sábado 18 septiembre 2010).

5. Conclusión
El anuncio del Evangelio se presenta, por tanto, como una novedad y una fuente de alegría para nuestra sociedad triste y aburrida. Pero la condición para que pueda ser presentado así es la acción de unos evangelizadores verdaderos «amigos de Dios» y que viven ya personalmente y en sus comunidades la alegría del Evangelio. La tristeza no puede tener la última palabra en la vida del hombre, porque Dios nos quiere alegres, por ser sus hijos y porque hemos sido salvados y llamados a una esperanza irrevocable.

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