viernes, 28 de marzo de 2014

CUARTA SEMANA DE CUARESMA, CHARLAS CUARESMALES.

La alegría del Evangelio: la «salida» misionera 
como paradigma de la Iglesia.


1. La situación actual

Muy recientemente, la celebración del Año de la Fe, a la que invitó a toda la Iglesia el Papa Benedicto XVI, dentro del impulso a la Nueva Evangelización, ha hecho que broten en todo el mundo, sobre todo en los países de «vieja cristiandad», numerosas experiencias de evangelización hacia los alejados. Se trata de acciones que tienen como finalidad proponer la experiencia cristiana a quienes viven ajenos a esta dimensión trascendente y espiritual de la propia existencia. Los ejemplos son muchos: los grupos «Kerigma de evangelización en la calle» de la diócesis de Alcalá; los grupos «Centinelas de la mañana», nacidos en Italia; los «Cafés teológicos», también surgidos en Italia; la acción «FOCUS», de pastoral universitaria en EE.UU.; la Renovación carismática Católica; los Neocatecumenales; las Células parroquiales de evangelización en Francia…
Puede decirse que, en líneas generales, va naciendo y creciendo en la Iglesia una conciencia de que «existimos para evangelizar» y de que una Iglesia que no evangeliza está condenada a la extinción. Pero es necesario ampliar esta conciencia para que llegue a todos los bautizados, sobre todo a quienes ya son practicantes y se sienten miembros vivos de las comunidades eclesiales.

¿De dónde brota esta inquietud de evangelización? Es una acción del Espíritu Santo en el corazón del cristiano que llega a exclamar como san Pablo «¡Ay de mí si no anunciare el evangelio!» (1 Cor 9,16), y de la fidelidad al mandato del Señor que se prolonga a lo largo de la historia «Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado» (Mt 28,19-20).

2. Tres ámbitos hacia los que se dirige la nueva evangelización.

En su Exhortación, el Papa, siguiendo al Sínodo de 2012, plantea que se consideren tres ámbitos de la evangelización: En primer lugar, mencionemos el ámbito de la pastoral ordinaria, «animada por el fuego del Espíritu, para encender los corazones de los fieles que regularmente frecuentan la comunidad y que se reúnen en el día del Señor para nutrirse de su Palabra y del Pan de vida eterna.» También se incluyen en este ámbito los fieles que conservan una fe católica intensa y sincera, expresándola de diversas maneras, aunque no participen frecuentemente del culto. Esta pastoral se orienta al crecimiento de los creyentes, de manera que respondan cada vez mejor y con toda su vida al amor de Dios. En segundo lugar, recordemos el ámbito de «las personas bautizadas que no viven las exigencias del Bautismo», no tienen una pertenencia cordial a la Iglesia y ya no experimentan el consuelo de la fe. La Iglesia, como madre siempre atenta, se empeña para que vivan una conversión que les devuelva la alegría de la fe y el deseo de comprometerse con el Evangelio. Finalmente, remarquemos que la evangelización está esencialmente conectada con la proclamación del Evangelio a quienes no conocen a Jesucristo o siempre lo han rechazado. Muchos de ellos buscan a Dios secretamente, movidos por la nostalgia de su rostro, aun en países de antigua tradición cristiana. Todos tienen el derecho de recibir el Evangelio. Los cristianos tienen el deber de anunciarlo sin excluir a nadie, no como quien impone una nueva obligación, sino como quien comparte una alegría, señala un horizonte bello, ofrece un banquete deseable. La Iglesia no crece por proselitismo sino «por atracción» (EG 14).

¿Cómo despertar a esa alma misionera? Es interpelante el testimonio de Teresa de Lisieux: «Un día, mientras pensaba qué podía hacer para salvar almas, unas palabras del Evangelio me llenaron de luz. Una vez, Jesús decía a sus discípulos, mostrándoles los campos de mieses maduras: "Levantad los ojos y contemplad los campos, que están ya blancos para la siega"». Y un poco más tarde: "La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores". ¡Qué gran misterio...! ¿No es Jesús poderoso? ¿No son las criaturas de quien las ha hecho? Entonces ¿por qué dice Jesús: "Rogad al Señor de la mies que envíe trabajadores"? ¿Por qué? ¡Ah!, es que Jesús siente por nosotros un amor tan incomprensible, que quiere que tengamos parte con él en la salvación de las almas. Él no quiere hacer nada sin nosotras. El creador del universo espera la oración de una pobre alma para salvar a las demás almas, rescatadas como ella al precio de toda su sangre. Nuestra vocación no consiste en ir a segar en los campos de mieses maduras. Jesús no nos dice: "Bajad los ojos, mirad los campos e id a segar". Nuestra misión es más sublime todavía. He aquí las palabras de nuestro Jesús: "Levantad los ojos y mirad". Mirad cómo en el cielo hay sitios vacíos, a vosotras os toca llenarlos, vosotras sois mis Moisés orando en la montaña, pedidme trabajadores y yo los enviaré, ¡no espero más que una oración, un suspiro de vuestro corazón... (Cartas 135).

3. La «salida misionera», paradigma de toda obra de la Iglesia.

Para el Papa Francisco, el asumir esta afirmación va hacer cambiar la forma de entender y vivir nuestra pertenencia a la Iglesia. En nuestra situación actual, el anuncio de la Buena Noticia es necesario en los tres ámbitos que se acaban de mencionar. Hay una carencia de evangelización (es decir, de vivir la experiencia de recibir y de hacer propia la Buena Noticia) incluso entre los cristianos practicantes. Ya el Papa Pablo VI hablaba de que la Iglesia necesita «evangelizarse a sí misma» (EN 15) y esa necesidad sigue siendo tan urgente o más que entonces. Pero para esta evangelización es necesario que los cristianos sean en verdad «discípulos misioneros». Y si no lo son, el ayudarles a serlo es la tarea prioritaria. Afirma el Papa: “Espero que todas las comunidades procuren poner los medios necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera, que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una «simple administración». Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un «estado permanente de misión» (EG 25). “Sueño con una opción misionera capaz de transformarlo todo, para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda estructura eclesial se convierta en un cauce
adecuado para la evangelización del mundo actual más que para la autopreservación.
La reforma de estructuras que exige la conversión pastoral sólo puede entenderse en este sentido: procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad.” (EG 27).
En la evangelización hay que estar dispuesto a todo, pero nunca perder la alegría, como nos dice la primera carta de Pedro: «Estad alegres cuando compartís los padecimientos de Cristo, para que cuando se manifieste su gloria, reboséis de gozo. Si os ultrajan por el nombre de Cristo, dichosos vosotros, porque el Espíritu de la gloria, el Espíritu de Dios, reposa sobre vosotros.» 
(1 Pe 4,13-14).

La alegría del anuncio del Evangelio es una alegría que brota del corazón del Resucitado: «Por su misma esencia, la alegría cristiana es participación en la alegría insondable, a la vez divina y humana, que está en el corazón de Jesucristo glorificado» (Pablo VI, Gaudete in Domino, Roma 1975, II, 3).

4.Ir al corazón del Evangelio
“Cuando se asume un objetivo pastoral y un estilo misionero, que realmente llegue a todos sin excepciones ni exclusiones, el anuncio se concentra en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario. La propuesta se simplifica, sin perder por ello profundidad y verdad, y así se vuelve más contundente y radiante” (EG 35). “En este núcleo fundamental lo que resplandece es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado” (EG 36). “El Evangelio invita ante todo a responder al Dios amante que nos salva, reconociéndolo en los demás y saliendo de nosotros mismos para buscar el bien de todos. ¡Esa invitación en ninguna circunstancia se debe ensombrecer! Todas las virtudes están al servicio de esta respuesta de amor. Si esa invitación no brilla con fuerza y atractivo, el edificio moral de la Iglesia corre el riesgo de convertirse en un castillo de naipes, y allí está nuestro peor peligro. Porque no será propiamente el Evangelio lo que se anuncie, sino algunos acentos doctrinales o morales que proceden de determinadas opciones ideológicas. El mensaje correrá el riesgo de perder su frescura y dejará de tener «olor a Evangelio».(EG 39).  
Para que brote ese amor en el evangelizador, lo primero es dejarse amar por Él, como nos dice Isabel de la Trinidad, un testigo resplandeciente de la alegría de estar arraigados en el amor: «Él está en mí. Yo estoy en Él. No tengo más que amarlo, que dejarme amar, todo el tiempo, en todas las cosas. Despertarse en el amor, moverse en el amor, dormirse en el amor, con el alma en su alma, el corazón en su corazón, los ojos en sus ojos, a fin de que, por el contacto con Él, Él me purifique y me liebre de mi miseria» (Carta 177).

5. Una forma de actuar nueva para nosotros
En una Iglesia «de cristiandad», el estilo misionero, de «salida», tenía poca cabida. Hoy, en un modelo de Iglesia misionera, y partiendo de los principios que acabamos de ver, es posible pensar en un estilo de evangelización que sea propositivo, testimonial, comunitario, alegre, y que sea, al mismo tiempo, realista, partiendo de las condiciones de vida de los destinatarios, y respetuoso de su libertad y de sus ritmos de comprensión, de acogida y de posible respuesta. La actitud de diálogo es esencial en todo este proceso. Así fue siempre la actitud de Jesús. La fórmula más directa e inmediata es el diálogo «de persona a persona». Pero ningún evangelizador debe sentirse solo. Cada comunidad debe buscar el modo de acompañar a quienes asumen esta responsabilidad. Esto llevará necesariamente a un cambio en el estilo de la formación de los presbíteros y de los laicos: más reflexión y revisión a la luz de la Palabra leída, meditada y orada en común y menos estilo magisterial o escolástico. Se hace necesaria una «conversión pastoral» que haga frente a las graves tentaciones que la actual situación de nuestra cultura nos presenta. 

Bellas son las palabras de Raniero Cantalamessa para terminar estas charlas cuaresmales: «¿No es "algo nuevo y secreto" este soplo poderoso del Espíritu que reanima al pueblo de Dios y suscita en medio de él carismas de todo género, ordinarios y extraordinarios? ¿Este amor por la palabra de Dios y este incipiente reflorecimiento de la lectura espiritual de la Biblia? ¿Esta participación activa de los laicos en la vida de la Iglesia, en la liturgia y en la evangelización mediante variados ministerios? ¿Y este compromiso por recomponer la unidad rota del Cuerpo de Cristo que es el ecumenismo? Pero, sobre todo, ¿no es algo "nuevo y secreto" que "Dios reina" ¿O no es capaz esto, para quien sabe vislumbrarlo, de hacer, también hoy, "exultar a la tierra, alegrarse a las islas todas", "clamar al mundo y a sus habitantes", por lo general, es más propenso a mirar al pasado que al presente, a caminar mirando hacia atrás y, eso, por boca del mismo profeta, nos dice: "¡No recordéis más las cosas pasadas, no penséis más en las cosas antiguas! Mirad, algo nuevo: ya está germinando, ¿no os dais cuenta?"» (Is 43,18s). Ahora bien, esto no implica que nos olvidemos del pasado, haciéndonos ingratos, sino que sepamos vislumbrar que Dios también actúa en el presente; "Mi Padre trabaja también ahora", dice Jesús, "y también yo trabajo siempre" (Jn 5,17) (Esulta figlia di Sion, Àcora, Milano 1986, 38).

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