sábado, 8 de marzo de 2014

PRIMERA SEMANA DE CUARESMA, CHARLAS CUARESMALES

La alegría del Evangelio, antídoto contra la tristeza individualista.

San Pablo insistía en ello: «Estad siempre alegres» (1 Tes 5,16). Es decir, no a retazos sino en continuidad. Es la alegría de haber encontrado un tesoro: «El Reino de los Cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo que, al encontrarlo un hombre vuelve a esconderlo y, por la alegría que le da, va, vende todo lo que tiene y compra el campo aquel» (Mt 13,44).

1. Una sociedad que no se siente feliz
En los últimos años, debido fundamentalmente a la crisis económica, la sensación general de la gente es de tristeza, de falta de alegría. En nuestros ambientes es posible constatar, simplemente escuchando a muchas personas, que esto es una realidad: los mayores, con sus problemas de dependencia, de escasos recursos; los jóvenes, sin horizontes laborales, los que trabajan, sintiéndose víctimas de recortes económicos o con la amenaza del paro, la brecha entre ricos y pobres, cada vez más profunda. Parece que la relación entre el bienestar económico y la felicidad es percibida como el único parámetro posible (sólo se puede ser feliz si se tienen bienes económicos).  “La sociedad tecnológica ha logrado multiplicar las ocasiones de placer, pero encuentra muy difícil engendrar la alegría” (ib.).

Palabras iluminadoras al respecto, son estas de Benedicto XVI: «Las poblaciones de África y de Asia ciertamente admiran las realizaciones técnicas de Occidente y nuestra ciencia, pero se asustan ante un tipo de razón que excluye totalmente a Dios de la visión del hombre, considerando que esta es la forma más sublime de la razón, la que conviene enseñar también a sus culturas. La verdadera amenaza para su identidad no la ven en la fe cristiana, sino en el desprecio de Dios y en el cinismo que considera la burla hacia lo sagrado como un derecho de la libertad y eleva la utilidad a criterio supremo para los futuros éxitos de la investigación.» 
(Homilía en la explanada de la nueva feria de Múnich, domingo 10 septiembre 2006).
2. Las causas de esta situación
Se han hecho muchos análisis sobre las causas de la crisis económica. Para nosotros, es más importante analizar la relación entre la crisis y el descenso del nivel de felicidad.
Vivimos inmersos en una sociedad consumista. Y uno de los resortes más potentes para mantener el consumo es la publicidad, que dispone de los medios de comunicación para llegar a todas las personas e influir en ellas. Quien no puede consumir, o no puede hacerlo en el nivel que desearía, se siente infeliz. El consumismo lleva también a establecer las referencias del bienestar en los otros. Esto provoca una feroz competitividad (parecerse a quienes tienen más) y afanarse en llegar a ser como ellos. Consecuencia de esto es el individualismo (buscar el propio interés o provecho, desentendiéndose de los demás). Dice el Papa: “El gran riesgo del mundo actual, con su múltiple y abrumadora oferta de consumo, es una tristeza individualista que brota del corazón cómodo y avaro, de la búsqueda enfermiza de placeres superficiales”.

Está demostrado que el trabajo, no sólo dignifica a la persona, sino que le hace sentirse útil, a la vez que aporta los medios para subsistir. El alto número de personas en paro y sin muchas perspectivas de que cambie su situación, provoca una frustración que para muchos es insoportable y una fuente de infelicidad muy profunda. Esto tiene una incidencia aún más fuerte en los jóvenes.

Para quienes somos creyentes, hay otra razón más profunda que explica la infelicidad: la falta en muchas personas de un horizonte de trascendencia: la cultura del vivir sin Dios. Se vive lo inmediato, no se espera nada más allá, la vida vivida así tiene bastante de sinsentido, y sin un sentido que dé plenitud, es bien difícil sentirse feliz.

El mundo actual necesita -como decía el escritor y filósofo Gustave Thibon- un "suplemento de alma" para poderlo regenerar. Solo Cristo con su doctrina es medicina para las enfermedades de todo el mundo. Éste tiene su crisis. No se trata solamente de una parcial crisis moral, o de valores humanos: es una crisis de todo el conjunto. Y el término más preciso para definirla es el de una "crisis de alma".
3. Puede haber otras fuentes de felicidad
Es necesario que los cristianos proclamemos, desde nuestra fe, que hay alternativas a esta situación, de la que también nosotros en cierto modo participamos, porque somos hijos de nuestra cultura.  Un primer paso para poder proponer esta alternativa es haber tomado conciencia de la situación real de tantas personas de nuestro entorno, marcadas por la tristeza existencial de la que hemos hablado.Estas personas necesitan oír hablar de una alegría posible y que está a su alcance. Un siguiente paso es que nosotros, cristianos, hayamos hecho, o procuremos hacer, la experiencia de esta felicidad que nos da la fe en Jesucristo. Nadie puede proponer como valioso algo que no ha experimentado en sí mismo. La «alegría del Evangelio» tiene que habernos tocado a nosotros como personas y a nuestras comunidades cristianas antes que vayamos a anunciarla a otros. De otro modo, no seremos creíbles. Dice el Papa: “Hay cristianos cuya opción parece ser la de una Cuaresma sin Pascua. Ésa no es la opción de una vida digna y plena, ese no es el deseo de Dios para nosotros, ésa no es la vida en el Espíritu que brota del corazón de Cristo Resucitado”.

El paso siguiente es «ir a los otros» a anunciarles y proponerles nuestra alternativa cristiana. “Os anunciamos a Jesucristo ... para que nuestra alegría sea completa” 
(1 Jn 1,4). “La alegría del evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es una alegría misionera” (EG 21).
Es importante tomar conciencia de que hay otras fuentes de alegría más allá de las que el mundo considera. Asegura el Papa que “los gozos más bellos y espontáneos que he visto en mis años de vida son los de personas muy pobres que tienen poco a lo que aferrarse”. También recuerda “la genuina alegría de aquellos que, aún en medio de grandes compromisos profesionales, han sabido conservar un corazón creyente, desprendido y sencillo”. “Esas alegrías beben en la fuente del amor siempre más grande de Dios que se nos manifestó en Jesucristo”.

El anuncio de la “alegría del Evangelio”, propuesta por la Iglesia a los hombres de nuestro tiempo, debe “concentrarse en lo esencial, que es lo más bello, lo más grande, lo más atractivo y al mismo tiempo lo más necesario". “El núcleo fundamental de nuestra fe, que expresa más directamente el corazón del Evangelio, es la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado”.

El místico renano Ruysbroek nos escribe acerca de esta alegría: «El gozo del amor divino es más sabroso para el alma y para el cuerpo que todo lo que el mundo pueda procurar como placeres, aun cuando un hombre pudiera experimentar todos los placeres a la vez y en su plenitud. Eso se debe a que Dios se derrama aquí en el corazón. Difunde una alegría tal que el corazón, interiormente, se desborda».
4. Conclusión.
Aunque todos estos puntos de reflexión están mucho más desarrollados en la Evangelii gaudium, nos pueden bastar para tomar conciencia de algo que es hoy fundamental en la evangelización: llevamos una BUENA NOTICIA, capaz de producir alegría y de llenar de esperanza a quienes la acojan y acepten. No somos mensajeros de tristeza, ni de prohibiciones, ni de exclusiones, ni de condenas; nuestro mensaje es de amor incondicional, de preferencia por los más pobres, de atención a las periferias existenciales, donde se encuentran aquellos a quienes la sociedad ha descartado. Dios no descarta a nadie y tiene sus preferidos. Nosotros, los cristianos, discípulos y misioneros, debemos ser los testigos y los mensajeros de esta verdad. Pero lo seremos sólo desde el convencimiento, desde la experiencia personal y comunitaria y desde la conciencia de que estamos respondiendo al mandato de Jesús: “Id al mundo entero” (Mt. 28, 19).

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