Hoy las lecturas tienen un mismo hilo conductor: todo nos lleva a Jesús. En la primera, veremos como la sabiduría, está junto a Dios. En la segunda San Pablo nos presenta un bonito himno en el que nos recuerda que, Dios, nos salva a todos por medio de Jesucristo. Finalmente, en el Evangelio, una vez más nos quedaremos emocionados cuando contemplemos que Dios se revela definitivamente en Jesucristo.
La Primera Lectura (Eclo 24, 1-4. 8-12) habla de la sabiduría que es la ciencia de Dios. Esa sabiduría da testimonio y es la revelación de Dios como creador y salvador; da a conocer su espíritu, su palabra y su providencia. El pueblo de Dios es el que la recibe y obra a imagen de ella. Es, pues, un don que anima, desde siempre, el corazón humano. Somos hijos de Dios y herederos de la gloria de Jesucristo.
En la Segunda Lectura (Ef.1, 3-6. 15-18) el apóstol Pablo nos ofrece una profunda reflexión sobre la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, y lo presenta como un proyecto concebido por Dios desde los orígenes de la historia. Y es que Dios, por la fuerza de su amor, nos ha predestinado en Cristo a ser sus hijos adoptivos, con todos los derechos que ello supone.
En el Evangelio (Jn 1,1-18) se nos ofrece la reflexión de Juan, el discípulo amado. El evangelista nos presenta a Jesús como la Palabra definitiva de Dios. Y él siente que es una palabra cercana, que ha acampado entre nosotros, iluminando de este modo nuestra vida. Abrirnos a esta presencia es la gran propuesta y la invitación que se nos hace en el día de hoy.
Viniste al mundo, Señor.
Y, por venir hasta nosotros,
nos sentimos afortunados y dichosos:
¡Nunca nos había ocurrido algo parecido!
¡No te vayas, Señor!
¡Quédate junto a nosotros, Señor!
¡Deja que sigamos adorando tu divinidad!
¡Permite que te dejemos los dones
de nuestra fe, esperanza y caridad!
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