Las lecturas de hoy, tienen un objetivo: que descubramos el amor tan grande que Dios nos tiene. Nosotros somos su pueblo (su esposa) y Él es nuestro esposo. Además, San Pablo, nos hablará ya de las primeras dificultades y cualidades de los primeros cristianos.
En la Primera Lectura (Is. 62, 1-5) el profeta ve que el amor de Dios rodea a la ciudad y describe ese amor divino como una fiesta de bodas. Para ello emplea una terminología que evidencia este hecho y mensaje salvífico: el encuentro de Dios con Jerusalén, signo de su presencia en medio del pueblo.
En la Segunda Lectura (1 Co. 12,4-11) el apóstol Pablo recuerda que Dios no cesa de conceder dones a su Iglesia. Eso sí, esos carismas y dones no son privilegios personales, sino dones para que en la Iglesia crezcan la unidad y la caridad.
En el Evangelio (Jn 2,1-11) Jesús de Nazaret inicia su misión en una boda, por indicación de su Madre, la Virgen María y convirtiendo considerables cantidades de agua en un vino excelente. Y este vino es símbolo de la fiesta, de los tiempos mesiánicos del amor, de la presencia del Reino y del compartir. No puede haber principio más bello y alegre.
Ayúdanos Señor a descubrir en tu persona
la huella de Dios y a dejarnos transformar
por tu mano que siempre es poderosa,
por tu Palabra que siempre es sabia,
por tus caminos, que siempre son seguros,
por tu mirada, que siempre es profunda.
Por María, que desea siempre el bien de todos nosotros.
Amén.
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