En la Iglesia, en la familia, en los amigos y en todos los sitios, hacen falta personas, cristianos que inviertan tiempo, ideas, ilusión y ganas para que el Reino de Jesús se haga presente en el mundo.
Nosotros somos hijos de la luz. Dios está con nosotros y, pase lo que pase, él nos hará fuertes. Jesús no nos promete una vida segura y tranquila. Nos promete una vida rica en experiencias, en encuentros, en días felices y otros no tanto. Su promesa más importante es que él siempre va a estar con nosotros para que, cada uno, emplee los talentos necesarios que posee para vivir una vida plena. Si ponemos esos talentos al servicio de los hermanos, de los más débiles y de los más pobres podremos todos participar de una gran fiesta con Jesús.
La Primera Lectura (Pr. 31, 10-13. 19-20. 30-31) propone el modelo de la mujer hacendosa que, con la destreza de sus manos, multiplica los bienes de su casa y familia, y abre sus manos al necesitado y pobre.
En la Segunda Lectura (1 Ts 5, 1-6) la comunidad de Tesalónica se discutía mucho sobre el fin del mundo y sus consecuencias. Pablo rehúsa las especulaciones sobre esos temas y acerca de la fecha de la vuelta del Señor. Pero con toda certeza, insiste en que llegará ese día ,en el momento en que menos se piense. El cristiano, hijo de la luz, debe estar dispuesto a recibir al Señor en todo instante.
En el Evangelio (Mt 25, 14-30) Jesús, nos presenta una nueva parábola,la parábola de los Talentos, para que cada uno de nosotros seamos conscientes de qué hemos hecho con los TALENTOS que hemos recibido, con los valores, con su llamada, con la fe. Y es que cada uno de nosotros tenemos que descubrir que sólo somos encargados de los bienes, porque quien nos da todo es Dios, nuestro Padre. Y lo que hemos recibido, no nos lo podemos guardar, ni hacerlo producir para nuestro provecho propio, sino que la tarea encomendada tiene su origen en Dios mismo: anunciar la Buena Nueva a todos los hombres, desde los talentos y capacidades de cada uno.
El Salmo (127) "Dichoso el que teme al Señor" nos muestra que Dios colma de bendiciones a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Y las primeras de estas bendiciones son, sin duda, las familiares. La familia ha sido ese templo donde se adora a Dios. Es una bella forma, de orar a Dios desde el seno de la familia, la Iglesia.
En la Segunda Lectura (1 Ts 5, 1-6) la comunidad de Tesalónica se discutía mucho sobre el fin del mundo y sus consecuencias. Pablo rehúsa las especulaciones sobre esos temas y acerca de la fecha de la vuelta del Señor. Pero con toda certeza, insiste en que llegará ese día ,en el momento en que menos se piense. El cristiano, hijo de la luz, debe estar dispuesto a recibir al Señor en todo instante.
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