Debemos esperar al Señor convirtiéndonos a Él, dejando de vivir para nosotros mismos y viviendo para los demás, preparando nuestra alma como aquel que prepara su casa para una visita importante, quitando todo aquello que estorba, para que el Señor que ya llega pueda renacer en nuestras vidas.
La liturgia que hoy escuchamos nos animan a ser fieles al Señor, a no mirar hacia otro lado. A estar despiertos, vigilantes porque el Señor está pronto a venir.
Cuando proclamamos este Salmo (79) "Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve", mostramos nuestra fiel confianza en Dios, nuestro Padre, que siempre está dispuesto a perdonar nuestros pecados y a volver su mirada amorosa y misericordiosa hacia cada uno de nosotros.
En la Segunda Lectura (1 Co 1, 3-9) el apóstol Pablo,profundiza en el sentido de la espera; y es que mientras esperamos, es necesario dar testimonio de todo aquello que hemos vivido y experimentado. Esto es, la nueva vida lograda por medio de Cristo, el Señor. Todo ello será posible porque Dios es siempre fiel.
El Evangelio (Mc 13, 33-37) nos hace hoy una llamada a la vigilancia porque el Señor se está acercando. No podemos ni dormirnos ni desentendernos; hay que estar alerta. No podemos delegar en nadie el encargo de vigilar y trabajar. Sólo así podremos descubrir y vivir diariamente su presencia en nuestras vidas y en nuestro mundo.
Señor Jesús, al comenzar el adviento,
nos ponemos ante ti, con todo lo que somos
y llevamos en nuestro interior.
Tú nos invitas a caminar hacia ti,
fuente de vida, de verdad y de paz.
Tu luz nos alumbra los ojos de la fe para seguir
esperando el milagro de la vida.
Tu amor nos abre los oídos para
escuchar confiados tus promesas .
Ven Señor, no tardes en llegar a nuestras vidas.
Amén.
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