domingo, 14 de diciembre de 2014

III DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B

Celebramos hoy el III Domingo de Adviento, Domingo de Gaudete, que quiere decir regocíjaos, estad alegres. Seguimos avanzando hacia la Navidad, que cada día está más cerca. Es, pues,nuestro caminar en la esperanza de encontrarnos de nuevo, con nueva fuerza, con el SEÑOR que nos salva. El tema principal de este tercer domingo de Adviento es la Alegría. Veremos cómo, tanto la Palabra de Dios como el contenido de toda la celebración, es una invitación firme a la alegría. La venida del Señor está cerca.  Expresemos con nuestras palabras, con nuestros gestos y con nuestras actitudes, la dicha que sentimos. Y que nuestra alegría sea de verdad contagiosa. 

Todas las profecías del Antiguo Testamento se cumplen en Jesús. San Pablo, además, nos dice que la venida del Señor es un motivo para estar alegres. Por otro lado, Juan Bautista, nos recuerda que él no es sino un mensajero, un pregonero que anuncia el Nacimiento y la llegada del Salvador. 

En la Primera Lectura (Is. 61, 1-2a.10-11) el profeta Isaías, ungido por el Espíritu, es el mensajero de la esperanza, el pregonero de la liberación y el enviado a anunciar la buena noticia a los que sufren. La segunda parte de la lectura, es considerada como el «Magnificat» de la Antigua Alianza, porque es el canto del pueblo librado y el himno por el que los pobres agradecen la misericordia divina.
 
El Salmo (Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54) "Me alegro con mi Dios" es el canto de la Virgen, el Magnificat, el canto interleccional, que así se llama. Es una de las páginas más bellas de la Escritura y su cántico –o rezo-- como salmo da especial brillo a nuestra celebración eucarística en este tiempo de Adviento.

En la Segunda Lectura (1 Ts. 5, 16-24) el apóstol Pablo, después de haber exhortado a las obras de caridad, indica ahora las características típicas del cristiano: debe ser alegre y orante incesantemente, convencido de que sin la gracia divina no puede hacer el bien ni andar en santidad, mientras espera la venida definitiva de Cristo, el Señor. 

En el Evangelio (Jn 1, 6-8. 19-28) Juan el Bautista aparece como el hombre enviado por Dios para ser testigo de la Luz, para que por su medio todos vinieran a la luz; él sólo anuncia la llegada, prepara a las gentes, sabiendo que el más grande es el que ha de venir. Su anuncio se acompaña de un bautismo de agua, signo que las gentes realizan como expresión de querer cambiar de vida, de estar dispuestos y preparados para la llegada del Mesías. 

Este tercer domingo de Adviento nos ofrece la figura del Bautista, la de un profeta y que se presenta como “precursor” y preparando los caminos y -al mismo tiempo- pone en cuestión la vida de las gentes. De ahí que denuncie el pecado y anuncie un porvenir de esperanza. Él es el “testigo de la luz”, de aquél que “viene detrás de mí y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia”.
Ésta es también la tarea de la Iglesia, de cada creyente: ser “testigo de la luz”, de la Luz verdadera que ilumina a todo hombre. Esto es: hacer posible la aparición de Cristo en los espacios más inverosímiles. ¡Inmenso desafío! La Palabra de Dios intentará ayudarnos con su fuerza.


¿Por qué tengo que estar alegre?
Simplemente porque al tenerte, Señor,
no siento otra cosa en mí sino la ALEGRÍA
Tú, Señor, tu Nacimiento y tu llegada
es la causa de mi gozo, 
la música de mi alma
la alegría de mi cara
¡Tú eres la causa de mi felicidad!

¡Gracias, Señor! 

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