domingo, 30 de noviembre de 2014

I DOMINGO DE ADVIENTO. CICLO B

Hoy en este domingo, iniciamos un nuevo Año Litúrgico, el ciclo B, y con él un nuevo Adviento: tiempo de gracia y esperanza. Ésta es la invitación que se nos hace: vivir en actitud vigilante, despiertos. Él, el Señor Jesús,quiere crecer dentro de cada uno de nosotros, curar nuestras heridas, enderezar nuestros caminos y preparar su Reino. Dios se hizo presente ya en la Navidad de su Hijo, pero sólo unos pocos le recibieron. Él viene a nuestro encuentro en su Palabra, en los sacramentos, en los acontecimientos que vivimos día a día, en cada hombre y mujer. ¡Atentos! Permanezcamos despiertos, sin dormirnos, no vaya a ser que no reconozcamos al Señor cuando venga a nuestro encuentro.

Comenzamos el Adviento, con una serie de signos que acompañan a estas cuatro semanas antes de que llegue la Navidad. Este tiempo de Adviento, tiempo de espera, sabemos que el Señor va a venir en este niño, en esta promesa que se nos ha hecho,en este Enmanuel ,este Dios con nosotros, por eso es necesario preparar el camino al Señor. Cada domingo de Adviento,iremos encendiendo una vela dentro de esta corona, como símbolo de que queremos que Cristo ilumine lo más profundo de nuestra vida, que en aquellos rincones escondidos venga la luz de Cristo e ilumine lo más profundo que tenemos para que el Señor nos conceda la Conversión. 

Debemos esperar al Señor convirtiéndonos a Él, dejando de vivir para nosotros mismos y viviendo para los demás, preparando nuestra alma como aquel que prepara su casa para una visita importante, quitando todo aquello que estorba, para que el Señor que ya llega pueda renacer en nuestras vidas.

La liturgia que hoy escuchamos nos animan a ser fieles al Señor, a no mirar hacia otro lado. A estar despiertos, vigilantes porque el Señor está pronto a venir.

En la Primera Lectura (Is 63, 16-17; 64, 1. 3-8) el pueblo de Israel anhelaba la presencia de Dios para recobrar el sentido de sus vidas; esperaban que Él les sacara de la rutina en la que vivían. Por eso, el profeta Isaías ruega a Dios que rasgue los cielos y venga cuanto antes a salvarlos. El Dios que rasga los cielos y desciende no es un Dios ocasional; es el “Dios-con-nosotros” que viene a estar en el centro de nuestra vida. Es un Dios que no exige ni pide cuentas, es un Dios que se nos da, se entrega sin reservas.

Cuando proclamamos este Salmo (79) "Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve", mostramos nuestra fiel confianza en Dios, nuestro Padre, que siempre está dispuesto a perdonar nuestros pecados y a volver su mirada amorosa y misericordiosa hacia cada uno de nosotros.

En la Segunda Lectura (1 Co 1, 3-9) el apóstol Pablo,
profundiza en el sentido de la espera; y es que mientras esperamos, es necesario dar testimonio de todo aquello que hemos vivido y experimentado. Esto es, la nueva vida lograda por medio de Cristo, el Señor. Todo ello será posible porque Dios es siempre fiel. 

El Evangelio (Mc 13, 33-37) nos hace hoy una llamada a la vigilancia porque el Señor se está acercando. No podemos ni dormirnos ni desentendernos; hay que estar alerta. No podemos delegar en nadie el encargo de vigilar y trabajar. Sólo así podremos descubrir y vivir diariamente su presencia en nuestras vidas y en nuestro mundo. 


Señor Jesús, al comenzar el adviento, 
nos ponemos ante ti, con todo lo que somos 
y llevamos en nuestro interior. 
Tú nos invitas a caminar hacia ti, 
fuente de vida, de verdad y de paz.
Tu luz nos alumbra los ojos de la fe para seguir 
esperando el milagro de la vida. 
Tu amor nos abre los oídos para 
escuchar confiados tus promesas . 
Ven Señor, no tardes en llegar a nuestras vidas. 

Amén.

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