domingo, 16 de noviembre de 2014

XXXIIIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

Celebramos, hoy en este XXXIIIº Domingo del Tiempo Ordinario, el Día de la Iglesia Diocesana que tiene como lema:  “Participar en tu parroquia es hacer una declaración de principios”. Hoy, una vez más, el Señor nos pregunta: Y tú ¿qué haces por y con tu vida? Sí, hermanos; porque podemos correr el riesgo de quedarnos con los brazos cruzados. De pensar que, son los demás, los que tienen que hacerlo todo. 
En la Iglesia, en la familia, en los amigos y en todos los sitios, hacen falta personas, cristianos que inviertan tiempo, ideas, ilusión y ganas para que el Reino de Jesús se haga presente en el mundo.


La Primera Lectura (Pr. 31, 10-13. 19-20. 30-31) propone el modelo de la mujer hacendosa que, con la destreza de sus manos, multiplica los bienes de su casa y familia, y abre sus manos al necesitado y pobre. 

El Salmo (127) "Dichoso el que teme al Señor" nos muestra que  Dios colma  de bendiciones a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Y las primeras de estas bendiciones son, sin duda, las familiares. La familia ha sido ese templo donde se adora a Dios. Es una bella forma, de orar a Dios desde el seno de la familia, la Iglesia.

En la Segunda Lectura (1 Ts 5, 1-6) la comunidad de Tesalónica se discutía mucho sobre el fin del mundo y sus consecuencias. Pablo rehúsa las especulaciones sobre esos temas y acerca de la fecha de la vuelta del Señor. Pero 
con toda certeza, insiste en que llegará ese día ,en el momento en que menos se piense. El cristiano, hijo de la luz, debe estar dispuesto a recibir al Señor en todo instante.

En el Evangelio (Mt 25, 14-30) Jesús, nos presenta una nueva parábola,la parábola de los Talentos, para que cada uno de nosotros seamos conscientes de qué hemos hecho con los TALENTOS que hemos recibido, con los valores, con su llamada, con la fe. Y es que cada uno de nosotros tenemos que descubrir que sólo somos encargados de los bienes, porque quien nos da todo es Dios, nuestro Padre. Y lo que hemos recibido, no nos lo podemos guardar, ni hacerlo producir para nuestro provecho propio, sino que la tarea encomendada tiene su origen en Dios mismo: anunciar la Buena Nueva a todos los hombres, desde los talentos y capacidades de cada uno.


Nosotros somos hijos de la luz. Dios está con nosotros y, pase lo que pase, él nos hará fuertes. Jesús no nos promete una vida segura y tranquila. Nos promete una vida rica en experiencias, en encuentros, en días felices y otros no tanto. Su promesa más importante es que él siempre va a estar con nosotros para que, cada uno, emplee los talentos necesarios que posee para vivir una vida plena. Si ponemos esos talentos al servicio de los hermanos, de los más débiles y de los más pobres podremos todos participar de una gran fiesta con Jesús.

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