domingo, 2 de noviembre de 2014

XXXIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO.CICLO A. CONMEMORACIÓN DE LOS FIELES DIFUNTOS.


Hoy, en este XXXIº Domingo del Tiempo Ordinario, celebramos la Conmemoración de todos los fieles difuntos. La Santa Madre Iglesia, después de su solicitud en celebrar con las debidas alabanzas la dicha de todos sus hijos bienaventurados en el cielo, se interesa ante el Señor en favor de las almas de cuantos nos precedieron con el signo de la fe y duermen en la esperanza de la resurrección, y por todos los difuntos desde el principio del mundo, cuya fe sólo Dios conoce, para que, purificados de toda mancha del pecado y asociados a los ciudadanos celestes, puedan gozar de la visión de la felicidad eterna. 

En el día de hoy, festividad de los TODOS los FIELES DIFUNTOS, la liturgia nos anima a recordar a todos nuestros seres queridos, a quienes nos han unido profundos vínculos de vida y de amor. Pero, además, nos invita a mirar más allá de esta vida, a la nueva Jerusalén del cielo, para compartir con nuestros seres queridos el gozo de la presencia definitiva de Dios, su amor eterno.

En la Primera Lectura (Lm. 3, 17-26) se escucha el lamento de un israelita que llora en el dolor la destrucción de su país; hasta su misma esperanza parece que se quiebra. Pero en medio del sufrimiento, espera en silencio y confía plenamente en el Dios de la fidelidad. 

El Salmo (129) "Desde lo hondo a ti grito, Señor"  es una
plegaria al Señor. En nuestras dificultades y tristezas, el Señor es nuestra roca firme que nos sostiene y nos ayuda si esperamos en él ,con confianza, esperanza y fe.

En la Segunda Lectura (Rom 6, 3-9) el apóstol Pablo invita, en esta reflexión a la comunidad de Roma, a reafirmar la fe. Porque, quienes se han encontrado con Cristo el Señor, son llamados a emprender una nueva vida, la vida de resucitados. De ahí que la muerte del cristiano es la culminación de un proceso iniciado en el mismo bautismo.
 
En el Evangelio (Jn 14, 1-6) Jesús propone algo inmenso que nos desborda: “Donde estoy yo, estéis también vosotros”. Para ello, Jesús promete a los suyos un lugar en la casa del Padre. Y para llegar allí, él, Jesús, es el camino; él, que es la verdad, ilumina la senda con su luz; y él, que es la vida, transforma la muerte en resurrección. 

Un día más, la Palabra de Dios y el mensaje personal de Jesús nos abren a esa realidad definitiva, a ese deseo de vida que llevamos dentro de nosotros mismos. Viene, pues, a iluminar las sombras de nuestro caminar como hombres y mujeres, como creyentes peregrinos hacia lo definitivo. Jesús nos recuerda en el evangelio que no estamos perdidos, ni desesperados. Al contrario, sabemos el“camino”: Él es el que conduce a la casa del Padre, hasta las moradas del cielo; Él es la “verdad”: que ilumina la senda con su luz; Él es la “vida”: que transforma la muerte en resurrección.

Éste es fundamentalmente el mensaje de este día: estamos llamados a la VIDA. Por eso, recordamos con fe y con cariño a quienes nos han precedido en nuestro caminar por la vida. Sin duda alguna, nos reconforta la promesa y las palabras de Jesús: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en mí, no morirá”. 


Que sus palabras nos acompañen en nuestro caminar y nos alienten a ser signos vivos y cercanos de resurrección.

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