domingo, 1 de septiembre de 2013

XXIIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO


Celebramos hoy el XXIIº Domingo del Tiempo Ordinario; hoy y siempre, el Señor nos dice, que aprendamos de Él a ser mansos y humildes de corazón. Es un camino seguro de felicidad, de paz y de sosiego. A todos, en algún momento de nuestra vida, nos seduce el hacernos los importantes, el que nos consideren, el ser tenidos en cuenta... En cambio, el Señor, hoy nos dice que la humildad es el camino más indicado para llegar hasta Él. O dicho de otra manera, con la humildad, se nos abrirán de par en par las puertas del cielo.Si somos capaces de seguir ese camino de humildad, el Señor, nos ayudará a ver en la pequeñez la grandeza y el secreto para vivir en Él y con Él.

Las lecturas de hoy nos hablan de la humildad, de la bondad.
 El Señor nos dice que, la puerta pequeña, la pequeñez, la sencillez y la humildad, son condiciones necesarias para ser buenos seguidores suyos. 

En la Primera Lectura de hoy ( Eclo 3,17-18.20.28-29)
se nos muestra que también las enseñanzas del Antiguo Testamento recomendaban la humildad. Nos recomienda que seamos humildes porque solo los humildes encuentran el favor de Dios.

El Salmo  "Preparaste, oh Dios, casa para los pobres" 
nos recuerda la explosión de júbilo de Pablo en la Carta a los Efesios donde al apóstol de los gentiles repite y reitera las bendiciones al Padre por Jesucristo.

En la Segunda Lectura (Heb 12,18-19.22-24a) 
San Pablo nos invita a asumir con gran libertad de espíritu y sin temores el combate de la fe. De esta forma podremos seguir el ejemplo de Cristo, el que derramó su sangre por nosotros.Por otra parte,nos recuerda que la Iglesia no comenzó en la montaña entre relámpagos y fuego, sino al pie de la cruz. Humilde fue el comienzo de la salvación, humilde también el comienzo de la Iglesia, humilde ha de ser nuestro caminar hacia Dios.

En el Evangelio de Lucas (Lc 14,1.7-14) Jesús, resume el nuevo modo de pagar. Piensa en los pobres que no pueden pagarte, tu gesto no quedará sin recompensa, Dios te pagará con creces. No hay que tener prisa en recuperar el producto del amor y la bondad. Además, nos hace comprender que humillarse es una vía para enaltecerse de otra manera, más permanente, más fundamental para la forma de ser de todos los que son cristianos de verdad.


Ábreme la puerta, Señor.
Que la llave sea la humildad,
que la madera, sea mi confianza,
que la cerradura, sea la caridad,
que los clavos, sean mi afán de superación.
Ábreme la puerta, Señor
para que pueda vivir contigo,
para que pueda ver a Dios,
para que pueda contemplar al Espíritu,
para que pueda alegrarme con María.
Ábreme la puerta, Señor.

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