En la Primera Lectura (Gn. 3, 9-15. 20) Dios Padre dice que establece hostilidades entre la serpiente y la mujer. María es, pues, la nueva Eva. De ella, de su Hijo, vendrá la salvación. María ha sido vista, en toda la tradición cristiana, como la presencia nueva, elegida por el mismo Dios, para restablecer la amistad perdida.
El Salmo (97) "Cantad al Señor un cántico nuevo porque ha hecho maravillas" era cantado en el Templo de Jerusalén en ocasiones muy solemnes. Se glorifica al Dios grande y poderoso que ha creado el mundo y lo mantiene. Para nosotros, hoy, es una oportunidad de dar gracias al Padre que nos envió a su Hijo por medio de Maria.
En la Segunda Lectura (Ef 1, 3-6. 11-12) el apóstol Pablo comienza su carta a los Efesios con un himno de bendición. Es una síntesis de todo el plan salvífico de Dios. Dios nos eligió en la persona de Cristo para que fuésemos santos e hijos suyos.
El Evangelio (Lc 1, 26-38) narra la escena de la Anunciación de María, está cargado de profundidad y de significado: la grandeza de María radica en ser Madre del Hijo de Dios. El Espíritu de Dios habitó en Ella. María escucha, acoge, acepta y responde al mensaje del ángel. Y, entonces, todo es posible: Dios obra maravillas.
Hermanos: hemos celebrado la fiesta de María, ese hermoso regalo que el mismo Dios ha realizado a la humanidad y a su Iglesia. Nos impresiona su plena confianza ante los planes y deseos de Dios y, todo ello, en favor de nosotros, llamados a pertenecer a su familia. Que esta celebración nos llene de esperanza para seguir caminando en este Adviento, y podamos convertirnos, como María, en verdaderos testigos del amor de Dios en el mundo.
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