La Primera Lectura (Eclo 3, 2-6. 12-14) hace un comentario al cuarto mandamiento: el de honrar a los padres. En los hijos comporta respeto, servicio y auxilio. Todo ello como lenguaje del amor, que engrandece la relación humana y la orienta hacia Dios. El autor del Antiguo Testamento nos da enseñanzas firmes para que nuestras familias funcionen en el amor y en la esperanza.
En la Segunda Lectura (Col. 3, 12-21) el apóstol Pablo escribe a los colosenses y les anima a practicar las virtudes humanas y cristianas como elegidos de Dios. Esto es, ir creando la comunidad cristiana como una familia, en cuyo seno se promueve la fraternidad, una familia nacida de un gran amor. Nos da el esquema de vida que hará todo lo que es deseable para nosotros sea realidad: “que vuestra vida la presida la misericordia, la bondad, la humildad, la dulzura, la comprensión, el perdón… y así la paz de Dios habitará en vuestros corazones”.
El Salmo (127) "Dichosos los que temen al Señor y siguen sus caminos" es un canto constante de bendición del hombre justo al Señor Dios. Pero a su vez esa bendición vuelve hacia los fieles convertida en apoyo de Dios al camino de quienes en Él confían. Dios premia al hombre y a la mujer fieles al Señor con muchos bienes familiares. Una buena familia, feliz y dichosa, es el gran premio. Para nosotros se puede decir lo mismo. La familia es una bendición permanente.
Lo hiciste en familia,Señor.
Por Navidad, Señor, por Navidad,
quisiste aparecer en el seno de un hogar.
Como distintivo, no la cantidad, sino la unión, como riqueza, no el dinero, sino el ejemplo de José y de María. Y es que, tu felicidad Señor, no fue la apariencia, el oro, las perlas o la plata:
fue el amor de tu familia nazarena.
Amén.
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