Éste es el reto: Jesús nace, pero tenemos que prepararle el camino con unas formas de vida que nos revelen la fraternidad querida por Dios, fraternidad que supone relaciones personales basadas en el amor y el respeto, en el diálogo y la tolerancia; nos anima también a compartir, a hacer justicia, a vivir en dignidad y honradez. Quien es capaz de vivir así, notará que la alegría inunda su corazón. Que la Eucaristía nos llene de alegría y sepamos llevarla a los demás.
En la Primera Lectura (Sof. 3,14-18a) el profeta Sofonías llama a Sión a la alegría y al gozo de corazón, desde la libertad que Dios ha conseguido para su pueblo. El Señor ha cancelado todas las deudas y expulsado todos los enemigos; Dios se presenta como un guerrero vencedor y salvador de su pueblo. Es, pues, un mensaje para la esperanza. Nosotros vemos en ese texto el anuncio de la llegada del Mesías: la apertura de un gran rayo de luz, tras un tiempo de tristeza.
El Salmo (12) “Gritad jubilosos: Que grande es en medio de ti el Santo de Israel” anuncian la salvación que Dios nos ofrece. Nos invita a estar alegres porque el Señor ya va a llegar
En la Segunda Lectura (Flp 4, 4-7) San Pablo nos pide también, que estemos alegres y esta alegría es la que nos da el conocimiento de que el Señor está cerca. Y nada debe preocuparnos, salvo dar gracias a Dios por las maravillas que nos ofrece. Estemos alegres, pues, el Señor está cerca.
Antes de marcharnos, Señor,
queremos que, de una vez por todas,
siembres en nuestros corazones la verdadera ALEGRIA.
Son muchas cosas las que nos preocupan
pero, con tu llegada, van desapareciendo nuestras inquietudes.
Gracias, porque con esta Eucaristía, sabemos que sin Ti
el mundo andaría peor.
Gracias, porque con tu nacimiento,
renacen en nosotros las ganas de ser mejores
y de llevar esta sensación de alegría a los que nos rodean.
¡Gracias, Señor!
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