Celebramos hoy el XXVIIIº Domingo del Tiempo Ordinario, y lo celebramos de manera especial, acompañados de la Virgen de Fátima. La Eucaristía de este domingo nos invita a ponernos el traje de fiesta. ¿Qué traje? Ni más ni menos que aquel que el Evangelio nos diseña: el amor, la justicia, la verdad, el pensar bien de los demás, el perdón o la oración. En medio de nuestra vida, a veces tan alocada y superficial, en medio de nuestra búsqueda vana de felicidad total, quizá estemos desoyendo una invitación evangélica, que otros, hombres y mujeres, personas sencillas y pobres, están escuchando con gozo en los cruces y en los caminos de nuestro mundo. Nosotros, también, somos invitados a un banquete; no podemos olvidarlo. El Señor nos invita a cada uno a la fiesta de su Reino donde sólo hay abundancia, fraternidad y gratuidad. Ojalá el Señor nos encuentre atentos a su llamada y dispuestos a responderle.
El coro Sal y Arena acompañó con sus cantos la celebración de la Eucaristía.
En la Primera Lectura (Is 25, 6-10 a) el profeta Isaías, proclama su visión de futuro; así, habla de que Dios preparará un banquete mesiánico, con manjares enjundiosos y vinos generosos. El banquete es la imagen por antonomasia de la abundancia, de la comida y bebida, de la alegría y la fiesta, de la plenitud, de la satisfacción, de los deseos cumplidos, de la hermandad y de la gratuidad. En adelante esta imagen servirá para expresar la esperanza de un mundo fundamentado en la paz y en el gozo.
El Salmo (22) "Habitaré en la casa del Señor por años sin término" es una confesión personal de fe que expresa la total confianza en la providencia de Dios que nos protege de todo lo malo, de todos los peligros e, incluso, de la muerte. El Señor nuestro Dios nos guiará como el buen pastor que da la vida por sus ovejas.
En la Segunda Lectura (Flp 4, 12-14 ) el apóstol Pablo declara: “Todo lo puedo en Aquel que me conforta”, y es que él se siente sostenido por el Señor y por su fuerza. Según este testigo cualificado, el camino sólo se puede andar si uno está anclado en el Señor. Cristo es el centro de su vida.
En el Evangelio (Mt 22, 1-14) Jesús critica con fuerza la actitud de autoengaño de quienes se cierran en su propio mundo y se van haciendo cada vez más sordos a cualquier llamada que les pida un verdadero cambio de conducta. La parábola del banquete nupcial nos habla de la invitación que Dios nos hace constantemente, pero que a veces nosotros rechazamos por estar ocupados en otras cosas.
Si me invitas, yo quiero ir, Señor.
Haz que, mis palabras, suenen a fiesta de fe.
Haz que, mis pasos, no se alejen de tus caminos.
Haz que, mi semblante, sea agradecido
por la fiesta convocada.
Si me invitas, yo quiero ir, Señor.
Contigo, aquí en la tierra, y un día, ojalá en el cielo.
Contigo, aquí en el dolor, y un día, en el gozo eterno.
Contigo, aquí en las dudas, y un día,
en la gran verdad que me espera
Contigo, aquí en las sombras, y un día,
ante el rostro del Padre.
Amén.
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