Celebramos hoy el XXIXº Domingo del Tiempo Ordinario. Cada vez que los cristianos nos reunimos para celebrar el sacramento de la Eucaristía, nos convoca el Señor a abrir nuestra comunidad a todos nuestros hermanos y hermanas del mundo entero. Hoy, de una manera especial, puesto que celebramos el DOMUND, con el lema: “Renace la alegría”. Su finalidad, en palabras del Papa Francisco, es animar y profundizar la conciencia misionera de cada bautizado y de cada comunidad, para favorecer la difusión de la Palabra de Dios en el mundo, y para que podamos compartir la Buena Noticia del Evangelio con todos nuestros hermanos.
Como todos los domingos las lecturas nos invitan a seguir a Jesús. Hemos de ser valientes: o con Dios…o sin Dios. ¿Qué es mejor? Sólo la fuerza del Espíritu Santo hará posible que sintamos de verdad la presencia de Jesús y, es entonces, cuando sabremos distinguir entre lo que agrada a Dios y entre lo que pretende el mundo de nosotros.
En la Primera Lectura (Is 45, 1. 4-6), el profeta Isaías nos muestra que Dios rompe, una vez más, nuestros esquemas. Dios elige a Ciro (un rey pagano al que parece que nunca “podría” elegir Dios) para que Israel sea liberado de Babilonia. Desde este hecho, el profeta Isaías trata de levantar el ánimo perdido de su pueblo, frustrado porque no llegaba la liberación, anunciando que su Dios es el único Dios, que les ha acompañado a través de la historia, que no les ha olvidado y que ahora, de nuevo, va a mostrarles su amor. Esto demuestra que Dios es el Señor absoluto, Él escoge sus instrumentos donde nadie se le hubiese ocurrido elegirlos; escogiendo personajes que nosotros hubiéramos rechazado, para decirnos que sólo podremos descubrir las acciones del Señor cuando nos entreguemos a Él sin condiciones.
El Salmo (95) "Aclamad la gloria y el poder del Señor",
expresa de manera clara, que para los judíos, Dios era Rey, un Rey total, con atribuciones incluso políticas y de Gobierno. Para nosotros, sin embargo, su majestad es más del Espíritu. Jesús nos enseñó que Dios es amor y en ese sentido lo aclamamos, sin olvidar que toda la gloria es suya y que todo el poder posible está en sus manos.
La Segunda Lectura (1ºTs 1, 1- 5b ) nos presenta el comienzo de la carta del apóstol Pablo a la comunidad de Tesalónica. Con ella, nos recuerda que una comunidad tiene que estar siempre regida por la fuerza del Espíritu. No importa el número de miembros, ni las pruebas que se presenten, ni el ambiente en que se desarrolle; lo importante es la fidelidad a Dios, la vivencia evangélica, y que los miembros hayan sido "tocados" por el mensaje de Cristo. Así lo llevaremos "acuñado" en nuestra manera de vivir y la gente sabrá de quien somos, al ver que nuestra relación con Dios brota del amor.
En el Evangelio (Mt 22,15-21), San Mateo muestra el deseo de engaño de los fariseos y la sagacidad práctica de Jesús. La respuesta a la trampa está en la cara y en la cruz de un denario. Pero Jesús amplía el horizonte de la pregunta: para él lo más valioso es la persona humana y Dios Padre, al que ignoran los supuestos jefes “religiosos” de su pueblo. El Evangelio, pues, tiene unas exigencias concretas con la vida; aquí se nos propone el camino a seguir. Toda una catequesis permanente para entender mejor nuestro día a día: hemos de separar los compromisos mundanos de los espirituales, no separándoles pero dando a cada uno su sitio.
Jesús nos ha dicho: “Dad a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César”: esto no significa, ni encerrarnos, ni aislarnos, ni crear separaciones. Nos propone vivir orientados hacia Dios, hacer su voluntad, porque él nos ama, nos sostiene, nos alimenta y nos da su fortaleza para hacer posible entre nosotros el Reino de Dios, brillando como lumbreras del mundo mostrando una razón para vivir. Ahora nos toca a nosotros compartir este mensaje, nuestra misión comienza.
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