domingo, 21 de febrero de 2016

II DOMINGO DE CUARESMA. CICLO C


Queridos hermanos hoy, en este segundo domingo de Cuaresma, vamos a ver cómo con Jesús, estamos llamados a una meta: la Resurrección y, a descubrir en su rostro, la Gloria de Nuestro Padre Dios. Pero, como siempre, para llegar a una gran alegría, hemos de pasar también por algunos momentos difíciles. Escuchemos atentamente la Palabra del Señor, participemos de su gloria y, sobre todo, hagamos de este lugar, un Monte Tabor, es decir, un espacio de felicidad, de oración y de encuentro personal con el Señor.

Las lecturas que vamos a escuchar en este día tienen algo en común: Dios hace un pacto con nosotros. Primero con Abraham, padre en la fe. Y, San Pablo, nos recordará que estamos llamados a ser ciudadanos del cielo. La transfiguración del Señor es un aperitivo de todo lo que nos queda por vivir en el cielo si creemos en la muerte y resurrección del Señor. 

La Primera Lectura (Gn. 15,5-12.17-18) nos muestra esa pregunta clave repetida cada día en la vida del hombre ¿Cómo sabré donde debo ir? Pues hemos de tener la seguridad de que Dios siempre responde al que lo escucha y se abre a sus signos; pero para ello hay que creer y hay que esperar. Y eso le ocurrió a Abrahán, que todo lo consiguió porque confió en el Señor.
 

El Samo (26) "Caminaré en presencia del Señor, en el país de la vida" reflejaba muy bien las emociones que experimentaban los peregrinos al acercarse a Jerusalén y se alegraban ante la cercanía del Templo. Además es la oración confiada dirigida al Señor que ayuda a todas sus criaturas. Esto último es perfectamente válido para nosotros hoy en día, confiemos en nuestro Padre, como Jesús nos enseñó.

En la Segunda Lectura (Flp 3, 17 – 4, 1) San Pablo, nos habla de la transformación que Cristo hará en nosotros si nos mantenemos firmes. Nos alcanzará la gloria de su cuerpo transformado. Y seremos capaces de entrar en esa condición nueva que ira transformando nuestro cuerpo humilde en ese modelo de condición gloriosa.

En el Evangelio (Lc 9, 28b-36) según la visión del evangelista, la transfiguración en el monte Tabor es un anticipo de la resurrección de Jesús, es una pausa en su camino hacia Jerusalén. El Tabor en la vida de Jesús se encuentra entre el desierto y el calvario. Aquí se nos ofrece la identidad profunda del mismo Jesús. Jesús quiere mostrar a sus apóstoles –a tres de ellos—su gloria. Y lo hace poco antes de que la Pasión se inicie. Quiere darles fortaleza para los tiempos de dificultad, pero ellos no lo entienden hasta mucho después. 

¡Ojalá nosotros seamos capaces de comprender los signos que el Señor nos muestra en la vida cotidiana!


Transfigúrame, Señor.
Para que, mi vida como la tuya,
sea un destello que desciende desde el mismo cielo.
Destello con sabor a Dios, destello con sabor 
al inmenso amor que Dios me tiene.

Amén. 

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