domingo, 17 de mayo de 2015

VIIº DOMINGO DE PASCUA CICLO B. SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR.

Hermanos/as, celebramos hoy en este VII Domingo de Pascua, la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Con esta fiesta, nos damos cuenta de que Jesús, sube a los cielos, va a encontrarse con Dios. Es la culminación a toda su obra: su obediencia y su disposición a la voluntad de Dios, hace que ahora, goce de la presencia del Padre en el cielo. No se trata de una simple despedida, sino del comienzo de un nuevo modo de presencia del Señor Jesús. 

Como escucharemos en la proclamación de la Palabra, el evangelista concluye su evangelio con un relato de encuentro, de envío y de promesa de Jesús a sus discípulos. Así se inicia la misión de su Comunidad; ahí nace la Iglesia.“Id y haced discípulos…”, es la invitación del Señor Jesús; es una invitación a cada uno de sus seguidores: somos enviados a anunciar y sembrar el Reino de Dios.

En la Primera Lectura (Hch 1, 1-11)  según el relato de los Hechos de los Apóstoles, la Ascensión de Cristo Jesús, supone el final de una etapa visible y el comienzo de otra etapa, con una presencia nueva y distinta del Resucitado. Asimismo, es también el inicio de la misión evangelizadora de su Comunidad, la Iglesia.

Este Salmo (46) "Dios asciende entre aclamaciones, el Señor, al son de trompetas" narra la victoria de los Macabeos sobre los opresores del Pueblo de Israel. Dios es considerado el dueño de toda la tierra y se equivocan gravemente los que atentan contra el pueblo de su propiedad. Realmente, el versículo 6 que utilizamos como fórmula responsorial, es verdaderamente profético para esta conmemoración de la Ascensión.

En la Segunda Lectura (Ef. 1, 17-23) el apóstol Pablo exhorta a la comunidad de Éfeso a que traten de profundizar todo el misterio y el don encerrado en Cristo, como también la extraordinaria grandeza del poder de Dios desplegado en él, resucitándolo para la vida en plenitud. Ahora mismo, Cristo reina sobre todo y sobre todos. Es la conclusión a la que llega el apóstol. 

En el Evangelio (Mc 16, 15-20) podemos leer, según el relato evangélico, que la Ascensión del Señor no es el final de su presencia entre nosotros, sino el comienzo de una nueva forma de estar en el mundo y en medio de los suyos. Esa nueva presencia del Resucitado acompaña la evangelización de sus discípulos y corrobora su misión con signos profundamente liberadores. 

Todos somos enviados de Jesús. Enviados a realizar el Reino de Dios en todos los países y en todos los ambientes. Por el mero hecho de ser discípulos, somos propagadores y fermento de un mundo distinto, de una buena noticia para todos los seres humanos. No somos nosotros quienes hemos elegido al Señor; ha sido Él quien nos ha elegido por amor y con amor nos envía. 



Ayúdanos, Señor, a seguir tus huellas, 
por las sendas del amor.
A seguir tus Palabras, con palabras de amor.
A meditar tus acciones, con acciones de amor.
A fortalecer nuestra fe, con el compromiso en el amor.
Ayúdanos, Señor, a ir al fondo de todo.
Porque, en el fondo de ese todo, 
hay una fuente de amor.
Y, esa fuente de amor y de ternura, 
eres Tú, Señor.
Amen

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