domingo, 24 de mayo de 2015

SOLEMNIDAD DE PENTECOSTÉS. VIIIº DOMINGO DE PASCUA, CICLO B

Celebramos hoy una gran fiesta para todos nosotros, la fiesta de Pentecostés, la venida del Espíritu Santo. Por eso, el Señor nos reúne en comunidad para que sintamos la presencia de su Espíritu. Es verdad que actúa de forma oculta y misteriosa, pero Él lo hace, dándonos fortaleza para la lucha, sembrando en nuestros corazones la esperanza, el amor para acogernos unos a otros. Recibir el Espíritu Santo y creer en Él, es tomar conciencia de que cada uno de nosotros somos parte activa dentro de la comunidad cristiana y comprometerse en proclamarlo y hacerlo presente en la misma. El Espíritu Santo nos reúne hacia dentro, para enviarnos hacia fuera a dar testimonio de la fe y del amor. 

El Espíritu Santo produce y empuja hacia el amor; es lo que vamos a escuchar en la primera lectura. Por otro lado, en la segunda y en el Evangelio, comprobaremos como San Pablo nos habla de una energía excelente: el Espíritu Santo y cómo, las primeras comunidades, fueron obra de ese mismo Espíritu.

La Primera Lectura (Hch 2, 1-11) nos narra la llegada del Espíritu Santo y la sorpresa que supuso para todos. Hoy deberíamos sorprendernos tanto como lo hicieron los apóstoles,de ese Espíritu que llega a cada uno de nosotros. Ya no estamos solos, el Espíritu de Jesús vive y actúa en el interior de cada hombre. Esto ha de movernos a llevar, sin miedo, la Buena Nueva allí donde nos encontremos.

El Salmo (103) "Envía tu Espíritu, Señor, y repuebla la faz de la tierra" es uno de los más extensos del salterio y es un himno jubiloso a la fuerza de Dios, por la que ha creado el mundo y todo lo que existe. Para nosotros, hoy, tiene enormes resonancias respecto al Espíritu Santo. En el salmo está presente el aliento de Dios, su soplo creador, que es un bello sinónimo para el Espíritu.

En la Segunda Lectura (1 Corintios 12, 3b-7. 12-13) el apóstol ofrece su reflexión y vivencia personal y presenta al Espíritu como el autor de todos los dones de la Iglesia, así como el constructor de la unidad. Pablo recuerda que los dones están al servicio del bien común. Somos miembros de un único Cuerpo, bautizados en un mismo Espíritu y cada uno tendrá que responder de su tarea. Pentecostés no es una cosa de ayer, cada uno tenemos que vivir nuestro Pentecostés, ya que el Espíritu Santo continúa suscitando carismas en la Iglesia.

En el Evangelio (Jn 20, 19-23) Jesús había prometido a los discípulos el don del Espíritu. Tras su resurrección, entra donde estaban reunidos los discípulos y, estando en medio de ellos, les da su paz y su Espíritu, y envía a los suyos al mundo, a realizar la misma tarea que el Padre le encomendó a Él: anunciar y realizar el proyecto del Reino, un proyecto de fraternidad y justicia entre todos los hombres. Igual que Jesús penetra en el Cenáculo en medio de personas aterradas por el miedo, así aparece hoy Jesús en nuestro corazón. Vamos a dejarle entrar; Él nos trae el amor, la paz, la fortaleza, la luz, la compañía. Y nos ofrece para siempre el Espíritu.

Hoy hemos celebrado la fiesta que culmina la Pascua, la Comunidad Cristiana completa este tiempo tan especial y cargado de significado: hemos gozado de la presencia del Señor Jesús resucitado y presente en medio de los hermanos reunidos. Ahora, Él nos envía al mundo a ser testigos de cuanto hemos vivido. Eso sí: no nos deja solos, sino que nos da su Espíritu como el mejor compañero de camino.


¡Llénanos de ti!

Para que seamos uno y todos a una
y entonces, sólo entonces,
podamos presentarnos ante lo que acontece
como consuelo y respuestas a un mundo que es viejo.
Para que, nuestro soplo, además de ser humano
tenga aliento divino, fraterno y eterno.
Para que, nuestros pasos, lejos de metas cortas
sean huella de lo que más allá del sol 
y de las estrellas aguarda.
¡Sí! ¡Llénanos de ti!
Para que nuestra vida sea canto de Dios,
testimonio de Cristo
y presencia del Espíritu Santo.

Amén.

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