Hoy, en este tercer domingo de Cuaresma, la Palabra de Dios nos recordará la necesidad de convertirnos, de cambiar nuestro corazón y vivir al estilo de Jesús. El cambio se debe realizar ya, no podemos seguir posponiéndolo para mañana. Nuestras vidas, nuestras palabras y nuestros gestos tienen que ser fiel reflejo del proyecto que Dios ha soñado desde siempre para nosotros.
En la Primera Lectura (Ex 3, 1-8. 13-15) escuchamos el famoso episodio del Libro del Éxodo sobre la zarza que no se consume. Es la manifestación de Dios, Él mismo, viene a dar su nombre a Moisés: “Yo soy”. Es como si se presentase, como si nos dijese: “estoy aquí, con vosotros, actuando a vuestro lado. Soy el presente, el que está, el que libera, el que salva”. Moisés se acerca a observar el fenómeno de la zarza ardiendo sin consumirse y allí, en la cercanía de Dios, recibe la misión de liberar a sus hermanos que sufren en Egipto. Dios se define no sólo por palabras, sino también por las maravillas que realiza.
El Salmo (102) "El Señor es compasivo y misericordioso" es atribuido a David y tenía un uso penitencial como el “Miserere”. Pero es además un bellísimo canto a la misericordia de Dios hacia cada uno de nosotros. El Señor siempre está a nuestro lado y nos ofrece con amor su gran misericordia.
En la Segunda Lectura (1 Co. 10, 1-6. 10-12) el apóstol Pablo nos invita a estar alerta para que no nos suceda lo mismo que a los israelitas que, conociendo las maravillas y el amor de Dios, le dieron la espalda. No olvidemos que nuestro Dios es pura gratuidad y puro don. Él sólo nos pide que le acojamos con confianza.
El Evangelio (Lc 13, 1-9) de hoy es un grito a la conversión. No tenemos que buscar culpables a los que convertir, sino que debemos buscar en nuestro interior, mira nuestras obras, observar si nuestra vida da frutos dignos; quizá con estas actitudes alguien se convierta sin que lo hayamos advertido. Jesús no busca nunca culpables,sino que busca amigos a quienes poder ayudar.
¿Qué frutos darte, Señor?
Mira mi miseria, y dejándome arrastrar por tu riqueza
ojala recojas de mí aquello que a tu Reino convenga.
Acoge mi buena voluntad, y lejos de echarme en brazos de la vanidad descubra que, sólo Tú
y siempre Tú, eres la causa de lo bueno que brota en mí.
Perdona mi débil cosecha, y, sigue sembrando Señor, para que tal vez mañana puedas despertar,descubriendo en mí
aquello que, hoy,
brilla por su ausencia: frutos de verdad y de amor, de generosidad y de alegría, de fe y de esperanza,
de confianza y de futuro, de vida y de verdad.
Y no te canses, Señor, de visitar tu viña,
t
al vez hoy, puede que no, pero mañana,
con tu ayuda
y mi esfuerzo,brotará con todo
su esplendor
la higuera de mi vida.
Amén
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