Hoy, si miramos al mundo, hay muchas complicaciones y situaciones que nos asustan. Las lecturas que vamos a escuchar son una llamada a ver y sentir a Dios como Alguien que nos elige, nos conduce y nos saca de la esclavitud. Para ello es necesario que confesemos, frente a toda tentación, que Jesús es el Señor y que la Iglesia es un altavoz por el que lo escuchamos y lo vamos conociendo.
En la Primera Lectura (Gn 9, 8-15) el proyecto de los orígenes se ha quebrado, ha surgido el desequilibrio. Sin embargo, Dios no cede en su empeño. Por eso, hace una alianza con Noé y sus descendientes: el diluvio no volverá a devastar la Tierra. El Señor ha apostado y apuesta siempre por su pueblo y en favor de la vida.
El Salmo (24) "Tus sendas, Señor, son misericordia y lealtad para los que guardan tu alianza" es una oración personal pidiendo a Dios su amparo y su guía por los caminos que Él mismo ha marcado para cada uno de nosotros; caminos de verdad y de justicia.
En la Segunda Lectura (1 P. 3, 18-22) el apóstol Pedro nos recuerda la victoria del Espíritu del Señor, que devuelve la vida a Jesús. Ese Espíritu anima y conduce a Jesús a proclamar la Buena Nueva. Esa misma fuerza, recibida en el bautismo, nos anima también a nosotros, siempre con la certeza de la presencia del Señor en nuestro caminar.
El Evangelio (Mc 1, 12-15) nos narra como para Israel, el desierto fue un lugar de prueba, de experiencia y de encuentro con Dios. También para Jesús el desierto fue un lugar de prueba, de experiencia y de encuentro con Dios, su Padre. Una vez que Jesús superó la prueba del desierto, comienza su misión de proclamar la Buena Noticia e invita a la conversión y a creer en el Evangelio. Hoy esa invitación se nos dirige a nosotros, seguidores de ese Jesús.
El mensaje de este domingo nos invita a descubrir los caminos de Dios. Aprender de Jesús esos caminos tan distintos de los nuestros. ¿Qué quiere Dios de mí? El Señor nos invita a depositar nuestra confianza en él, a vivir fieles a su voluntad, que es nuestra felicidad.
Contigo en el desierto, Señor,
escucharé al silencio que habla
y la Palabra que resuena.
Me sentiré preparado para la misión
para así, ofrecerme hasta desgastarme
contigo y por Ti, mi Señor.
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