Las fiestas de Navidad y Epifanía son inseparables. La una lleva a la otra y le da la razón de ser. De nada serviría al hombre que hubiera nacido para él un Salvador, si ese Salvador permaneciera oculto y desconocido. La Navidad celebra el nacimiento del Salvador y la Epifanía es su presentación al mundo. Ambos misterios son obra del Padre Dios.
La Liturgia nos presenta la manifestación de Jesús, recién nacido, a todos los pueblos. Este hecho se realiza representado por unos Magos venidos de Oriente. El significado de este episodio, sigue siendo importante también hoy, para toda la humanidad: la salvación que Dios ofrece por Jesucristo, es para todos los hombres sin excepción. Él quiere darse a conocer como luz de todos y para todos, esto es lo significativo de este día, su sentido universal, la presencia amorosa de Dios, a toda la humanidad.
El Salmo (71) "Se postrarán ante ti, Señor, todos los Reyes de la Tierra",fue compuesto en su origen para festejar a un gran rey de Israel, pero con el tiempo se le fue dando un sentido de profecía mesiánica que es como lo interpretamos nosotros hoy en este día de la Epifanía del Señor.
En la Segunda Lectura (Ef 3, 2-3; 5-6) el apóstol Pablo nos recuerda que la salvación es para todos; nadie ha quedado excluido de ella. Dios no tiene preferencias por una raza o pueblo; para Dios no hay extranjeros. Todos cabemos en su casa, todos somos sus hijos, todos somos uno en Jesús.
En el Evangelio (Mt 2, 1-12) el evangelista nos narra la aventura de los reyes que, desde sus lejanos países, se dejan guiar por la luz de una estrella que les seduce y les conduce al encuentro con el Niño-Dios. Nosotros, sea cual sea nuestra situación y condición, pertenecemos al mundo de los privilegiados. Dios se quiere manifestar personalmente a cada uno de nosotros.
¡Dejémonos conducir por la estrella luminosa
de la fe y reconozcamos en Cristo
la única Luz que puede guiar nuestros pasos!
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