Dios es Salvación y vida, su presencia siempre es un cambio para el que cree y espera en Él. Por ello mismo, si creemos en Él, todos somos iguales, somos hermanos. Que el Evangelio de este día, además, nos ayude a escuchar al Señor y a seguirle con todo nuestro corazón. Su Reino merece la pena ser anunciado, querido y proclamado en el mundo.
En la Primera Lectura (Jon. 3, 1-5. 10) el profeta, enviado por Dios a una misión concreta y nada fácil, nos cuenta cómo la Palabra de Dios llamó a los ninivitas a la conversión y cómo éstos respondieron abandonando su mala vida pasada. A nosotros hoy, esta lectura nos invita a cambiar, a cambiar nuestras malas acciones por buenas obras, confiando en el amor misericordioso que Dios tiene por cada uno de nosotros.
El Salmo (24) "Señor, enséñame tus caminos" no es otra cosa que una oración pidiendo a Dios su mano de Padre para que nos lleve por los caminos de verdad y de justicia. Toda vida humana, por muy quebrantada que se encuentre es recuperable por el amor de Dios.
En la Segunda Lectura (1 Co. 7, 29-31) el apóstol Pablo, respondiendo a una pregunta de la comunidad de Corinto, nos dice que la respuesta a la llamada del Señor no se puede hacer esperar. Es necesario cambiar de vida y, además, hacerlo ya; no hay tiempo que perder. No podemos dormirnos ni dejarlo para mañana; a Dios le urge nuestra fidelidad.
En el Evangelio (Mc 1, 14-20) Marcos expone el programa de Jesús. El Reino de Dios está cerca y Jesús propone dos actitudes para pertenecer a este Reino: la conversión y la fe. Los primeros discípulos, fascinados por Jesús, dejan su vida de pescadores para ser pescadores en otros mares. Creen firmemente en su palabra y le siguen. Para pertenecer al Reino de Dios es preciso cambiar de mirada y de actitudes, y creer en la Buena Noticia que trae Jesús.
La Palabra de Dios nos insiste en la necesidad de convertirnos, de cambiar nuestras vidas. Pongámonos en camino; vivamos desde la gracia y la misericordia de nuestro Dios.
Llámame, Señor, y seré feliz
por colaborar contigo.
Llámame, Señor, y sabré
que Tú me necesitas,
que Tú me esperas,
que Tú eres mi amigo
Llámame, Señor, y libérame de la tristeza
de las prisas y de la comodidad
de aquello
que me produce insatisfacción,
de aquellas cosas
que me agobian y me hacen llorar.
Llámame, Señor, y contigo iré.
¡Gracias, Señor!
No hay comentarios:
Publicar un comentario