domingo, 28 de septiembre de 2014

XXVIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

Celebramos el XXVIº Domingo del Tiempo Ordinario. Se nos propone hoy una reflexión seria y profunda. Y es que somos bastantes los cristianos que terminamos instalándonos cómodamente en nuestra fe sin que nuestra vida se vea afectada lo más mínimo por nuestra relación con Dios. La fe, en muchas ocasiones, ha quedado convertida en una costumbre, en una prudente medida de seguridad… Pues, el Evangelio, nos lo dice: no siempre estamos a la altura, no siempre actuamos bien: decimos querer ser buenos, y optamos por caminos malos; prometemos no olvidar a Jesús y,a la vuelta de la esquina, lo dejamos de lado. Que este Día del Señor nos ayude a ser más serios en nuestra fe y con nuestra Iglesia. Es decir; que antes de hablar pensemos si, lo que decimos, lo podemos y estamos dispuestos a cumplirlo.

Las lecturas de hoy nos invitan a cambiar, a superarnos. Dios, siempre, espera en nosotros. Además, si estamos unidos, nuestra unión será nuestra fuerza para conseguir todo aquello que el Señor ha pensado y quiere para nosotros y para los demás. Sólo desde la humildad y convirtiéndonos a Dios podremos agradar al Señor y convencernos que, el mundo, necesita más que nunca de la presencia de Jesucristo.

En la Primera Lectura (Ez 18, 25-28) el profeta Ezequiel realiza una reflexión sobre la vida misma y compara la conducta del justo y del malvado. El mensaje del profeta es esperanzador: invita a confiar en la bondad y en el perdón de Dios. Pero, también, empieza a desarrollar la idea de la responsabilidad personal de cada uno; no basta con escudarse en el grupo y no asumir lo que cada uno hace o deja de hacer.

El Salmo (24) "Recuerda Señor que tu misericordia es eterna" es una súplica del creyente ante una situación de angustia. Y era una oración muy frecuente entre los judíos contemporáneos de Jesús por la que pedían que el Señor les guiase por el camino justo, el de la verdad y de la justicia. Tambien a nosotros nos puede servir hoy para rectificar y recobrar la inocencia, volviendo al Padre que nos espera.

En la Segunda Lectura (Flp 2, 1-11) el apóstol Pablo exhorta, a la comunidad de Filipo, a tener entre ellos los mismos sentimientos de Cristo, manteniéndose unánimes y concordes con un mismo amor y un mismo sentir. Éste es el deseo de Dios y al que Jesús fue plenamente fiel, hasta hacerse esclavo y aceptando la misma muerte por amor a sus hermanos.

En el Evangelio ( Mt 21, 28-32) Jesús utiliza el lenguaje de las parábolas para enseñar el fondo de la cuestión. Y es que, según él, no basta con decir “sí”; además es necesario realizarlo en la vida. Éste es el mensaje del pasaje de hoy. Y es que el Reino de Dios, según Jesús, necesita de hombres y mujeres que se empeñan en serio en el proyecto que Dios quiere para la humanidad. 

La Palabra de Dios en este domingo nos propone la búsqueda de la coherencia. ¡Tarea difícil donde las haya! De ahí, la necesidad de trabajar constantemente la convergencia entre lo que decimos y nuestra vida de cada día. Esto es, se nos pregunta sobre la calidad de nuestro compromiso; y esto, lógicamente, en favor de nuestra adhesión y compromiso por el Reino. Lo que realmente agrada a Dios es lo que el apóstol Pablo nos recuerda en la segunda lectura: “Tened entre vosotros los sentimientos propios de Cristo Jesús”. Ésta es la síntesis final de todo nuestro quehacer. Nos queda tarea; nos queda camino por delante a los cristianos si queremos trabajar, cada día, nuestra coherencia de vida.


MI “SÍ” DE CADA DÍA, SEÑOR
Sea darte lo poco o mucho de mi persona.
La verdad de mi existencia,
la sinceridad de mis palabras,
la bondad de mi corazón.
El deseo y la seguridad de que, ir por donde 
Tú me envías, 
es el mejor camino para salvarme 
y ayudar a los demás.

¿Aceptas mi “si”, Señor?
Ayúdame a pronunciarlo, a que sea auténtico
y, nunca, me olvide de llevarlo a cabo.
Amén.

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