“Oh Jesús, mi suspiro y mi vida, te pido que hagas de mí un sacerdote santo y una víctima perfecta”, escribió una vez San Pío de Pietrelcina, cuya fiesta se celebra hoy. Su oración fue escuchada y se le concedió el don de los estigmas.
Durante su vida, Dios lo dotó de muchos dones. Como el discernimiento extraordinario que le permitió leer los corazones y las conciencias. Por ello muchos fieles acudían a confesarse con él. Otros dones fueron el de la profecía para poder anunciar eventos del futuro, las curaciones milagrosas con la oración, la bilocación que le permitió estar en dos lugares al mismo tiempo y el perfume que despedían las llagas de los estigmas.
Durante su vida, Dios lo dotó de muchos dones. Como el discernimiento extraordinario que le permitió leer los corazones y las conciencias. Por ello muchos fieles acudían a confesarse con él. Otros dones fueron el de la profecía para poder anunciar eventos del futuro, las curaciones milagrosas con la oración, la bilocación que le permitió estar en dos lugares al mismo tiempo y el perfume que despedían las llagas de los estigmas.
A los cinco años se le apareció el Sagrado Corazón de Jesús, quien posó su mano sobre la cabeza del niño. El pequeño, a su vez, prometió a San Francisco que sería un fiel seguidor suyo. Desde entonces su vida quedó marcada y empezó a tener apariciones de la Santísima Virgen.
Prefería pasar el tiempo en oración y el estudio porque entendía el sacrificio que sus padres hacían para que recibiera una buena formación.
A los 15 años decidió ingresar a la Orden Franciscana de Morcone y tuvo visiones del Señor en la que se le mostró las luchas que tendría que pasar contra el demonio. “Yo estaré protegiéndote, ayudándote, siempre a tu lado hasta el fin del mundo”, le dijo Jesucristo.
Tomó el nombre de Fray Pío de Pietrelcina en honor a San Pío V, cuando recibió el hábito de Franciscano.
El 10 de agosto de 1910 es ordenado sacerdote. Poco tiempo después le volvieron las fiebres y los dolores que lo aquejaban. Entonces fue enviado a Pietrelcina para que restablezca su salud.
En 1916 visita el Monasterio de San Giovanni Rotondo. El Padre Provincial, al ver que su salud había mejorado, le mandó a que retornara a ese convento en donde recibió la gracia de los estigmas.
“Era la mañana del 20 de septiembre de 1918. Yo estaba en el coro haciendo la oración de acción de gracias de la Misa… se me apareció Cristo que sangraba por todas partes. De su cuerpo llagado salían rayos de luz que más bien parecían flechas que me herían los pies, las manos y el costado”, describió el P. Pío a su director espiritual.
“Cuando volví en mí, me encontré en el suelo y llagado. Las manos, los pies y el costado me sangraban y me dolían hasta hacerme perder todas las fuerzas para levantarme. Me sentía morir, y hubiera muerto si el Señor no hubiera venido a sostenerme el corazón que sentía palpitar fuertemente en mi pecho. A gatas me arrastré hasta la celda. Me recosté y recé, miré otra vez mis llagas y lloré, elevando himnos de agradecimiento a Dios”, añadió.
Cierto día, una abuelita le llevó a su nieta llamada Gema, que había nacido sin pupilas. El P. Pío la bendijo e hizo la señal de la cruz sobre sus ojos. La niña recuperó la vista, sin necesidad de tener pupilas. Más adelante, Gema entró a la vida religiosa.
El 9 de enero de 1940 animó a sus grandes amigos espirituales a fundar un hospital que se llamaría “Casa Alivio del Sufrimiento”. La cual se inauguró el 5 de mayo de 1956 con la finalidad de curar al enfermo en lo físico y espiritual.
Según fuentes que no se han podido confirmar, San Juan Pablo II siendo un joven sacerdote visitaba al P. Pío para confesarse y en una de esas ocasiones, estando en trance le dijo al futuro Sumo Pontífice: “Vas a ser Papa”. San Juan Pablo II, durante su canonización el 16 de junio del 2002, dijo de él: “Oración y caridad, esta es una síntesis sumamente concreta de la enseñanza del padre Pío, que hoy vuelve a proponerse a todos”.
El P. Pío retornó a la Casa del Padre un 23 de septiembre de 1968 mientras murmuraba: “¡Jesús, María!”
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