Las lecturas que vamos a escuchar en este día nos indican que la razón y la locura del amor de Dios: Somos nosotros. Por nuestro amor murió el Señor, en una cruz. Por nuestro amor, Dios, bajó desde el cielo en Belén. Por nuestro amor, Jesús, fue levantado en dos maderos. ¿Y luego? Luego nos trajo a todos la Salvación.
En la Primera Lectura (Núm. 21, 4-9) escuchamos un relato del caminar del pueblo de Israel por el desierto, en busca de la realización de la promesas de Dios. Pero la tierra prometida parece sólo eso, una promesa que nunca llega; y surge la desconfianza, el recelo contra Dios y contra Moisés, que les ha sacado de una esclavitud, donde al menos se sentían seguros. Pero Dios acude en ayuda de su pueblo y de su siervo, Moisés, mostrándoles nuevamente su poder y decisión de llevar a cabo el proyecto de salvación.
En la Segunda Lectura (Flp 2, 6-11) el apóstol Pablo en su carta, describe el camino seguido por Jesús, hasta llegar a la plena glorificación, bajándose hasta la muerte de cruz. Y Dios Padre lo ha glorificado, haciendo que toda rodilla se doble ante el nombre de Jesús. La entrega en favor de los demás es camino de vida en plenitud.
En el Evangelio (Jn 3, 13-17) se encuentra dentro del diálogo de Jesús con Nicodemo, aquel hombre que fue a visitarlo de noche. Aquí, el discípulo es invitado a nacer de nuevo, para llenarse de una vida plena, que tiene su origen y su fuente en Dios mismo. Es Dios quien entrega a su propio Hijo, para que cuantos le acogen posean vida en plenitud.
Toda la liturgia de esta fiesta nos destaca esa fuerza liberadora de la Cruz de Cristo: “tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único...”. De ahí que al mirar la Cruz descubrimos todo el amor de Dios Padre; por eso, no podemos menos que sentirnos llenos de gratitud a este Dios que nos lo da todo. Desde esa contemplación, la Cruz es capaz de engendrar vida, es sementera de Resurrección. Por lo tanto, no podemos hacer de ella un bonito recuerdo o un adorno que lucimos sin asumir el compromiso que conlleva. Nuestra tarea será ayudar a que todas las cruces del mundo reciban la fuerza (en forma de cercanía, de solidaridad, de compartir por nuestra parte), y la luz (en forma de palabras y acciones concretas y liberadoras), de manera que se unan a la luz de Cristo Jesús y se conviertan también en creadoras de vida.
Que esta celebración y Eucaristía nos ayuden a descubrir que la verdadera Cruz es vida y esperanza de salvación para todos los hombres y mujeres; también para nosotros, seguidores de Cristo Resucitado.
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