Las lecturas que escuchamos en este día son una llamada a construir nuestra Iglesia en la fraternidad, la acogida y la comprensión. Además, la segunda, nos recuerda lo importante que es pensar las metas hacia las cuales nos encaminamos. Finalmente, el Evangelio, nos habla de cómo Tomás, sin ver, le costaba creer en Jesús Resucitado. Que nosotros, al contrario que Tomás, seamos capaces de seguir a Jesús aún sin haberlo visto. Que nos fiemos de su Palabra y del testimonio que otros nos han dado de Él.
En la Primera Lectura (Hch. 4, 32-35) escuchamos la experiencia de la primera comunidad cristiana. Y es que la resurrección de Jesucristo ha realizado un cambio de vida en sus discípulos. Ahora se preocupan de crear comunión entre ellos y de ser testigos autorizados para anunciar el mensaje de Cristo, su Maestro. Comparten entre sí los bienes y la predicación brota no de una doctrina teórica, sino de la experiencia viva.
El Salmo (117) "Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia" era un himno que los judíos contemporáneos de Jesús utilizaban en la fiesta de las tiendas o tabernáculos, una de las más importantes del calendario litúrgico hebreo. Y se cantaba en la procesión de entrada al Templo en dicha fiesta. Según algunos tratadistas fueron los éxitos militares de Judas Macabeo contra los sirios los que, originariamente, debieron inspirar el Salmo. Para nosotros, hoy, representa un canto de alegría pascual: la victoria de Cristo sobre la muerte.
La Segunda Lectura (1 Jn 5, 1-6) muestra como el ser hijo de Dios exige entrar en la dinámica del amor de Dios, manifestado en Jesucristo. El que cree debe amar a Dios, de modo que su amor a Dios se muestre también a sus hermanos. Todo un programa de vida para nosotros los cristianos.
El Evangelio (Jn 20, 19-31) nos narra la aparición de Jesús a los discípulos en el Cenáculo, el mismo “primer día de la semana”, el Domingo de Resurrección. Pero Tomás no estaba y no cree que el Señor se haya presentado. Ocho días después se aparece otra vez, estando ya allí el apóstol Tomás. Su desconfianza se transforma en fe inquebrantable que se expresa en esa oración de “Señor Mío y Dios Mío”.
El Señor se ha hecho presente hoy en medio de nosotros como a los primeros seguidores suyos, nos ha concedido saborear el amor de estar reunidos en comunidad y nos ha dado su gracia y su paz. Que cada uno de nosotros vayamos a la vida llevando nuestra experiencia, dando testimonio, para que los hombres y mujeres puedan descubrir que Jesús ha resucitado.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Para que entremos y creamos en Ti.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Para que no tengamos miedo de creer en Ti.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Para que veamos el horizonte del cielo.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Para que dejemos las dudas.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Para que vivamos en Ti
Ábrenos, Señor, las puertas.
Y así entres en nuestros corazones.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Y así, Señor, podamos descubrirte.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Y vivamos en tu Vida Eterna.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Y no pidamos pruebas de tu existencia.
Ábrenos, Señor, las puertas.
Y vivamos con alegría nuestra Fe.
Amén.
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