Jesús no ama ni busca arbitrariamente el sufrimiento, ni para él ni para los demás, como si éste fuera especialmente grato a Dios. Lo que agrada a Dios no es el sufrimiento, sino la actitud con que se asumen las cruces que nacen de la fidelidad a su Hijo amado, a quien merece la pena seguirle.
En la Primera Lectura (Jer 20, 7-9) Jeremías, seducido por Dios, se lamenta amargamente y se desahoga con Dios porque su vocación le ha traído disgustos y persecuciones. Sus palabras le hacen odioso al pueblo. Pero el fuego ardiente de la palabra divina le obliga a ser mensajero de Dios. No puede callar a pesar de las persecuciones.
Cada vez que recitamos el Salmo (62) "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío" pedimos a Dios que inunde con su Espíritu Santo nuestro ser, ya que en todo momento necesitamos de su amor, de su fidelidad para con nosotros. Porque es nuestro auxilio y con su amor, nos sostiene en las pesadumbres de nuestra vida.
Cada vez que recitamos el Salmo (62) "Mi alma está sedienta de ti, Señor, Dios mío" pedimos a Dios que inunde con su Espíritu Santo nuestro ser, ya que en todo momento necesitamos de su amor, de su fidelidad para con nosotros. Porque es nuestro auxilio y con su amor, nos sostiene en las pesadumbres de nuestra vida.
En la Segunda Lectura (Rom 12, 1-2) el apóstol Pablo exhorta a la comunidad de Roma a vivir dejándose transformar por la gracia de Dios, convirtiéndose de ese modo en holocausto vivo y agradable al Padre. Y es que el culto en espíritu y verdad -según el apóstol- consiste en ofrecer al Señor cada instante de la vida y a vivir según su voluntad divina.
En el Evangelio (Mt 16, 21-27) Jesús anuncia a sus discípulos que su camino pasa por el sufrimiento y la muerte antes de llegar a la gloria y a la plenitud; esto es, anuncia el sentido de su mesianismo en la línea del Siervo sufriente, que lo entrega todo. Pedro reacciona contra esta propuesta de Jesús, pero Jesús proclama que quien quiera seguirle debe cargar con la cruz. La cruz no es término, sino camino: el que pierda su vida, el que se vence a sí mismo, el que se olvida de sí mismo, encontrará la vida.
Todo trabajo o proyecto que merezca la pena, tiene un coste y un sacrificio. El proyecto de Jesús, un Reino de justicia, de amor y de verdad, también tiene sus dificultades.Si miramos a los Apóstoles, la historia de la Iglesia, la vida de muchos creyentes, comprobaremos, incluso hoy día, que la fe implica persecución, cruces y lágrimas. Pero, por Dios, merece la pena intentarlo.
No me asusta la Cruz.
Me asusta el verla sin Ti, me asusta el llevarla sólo.
Me asusta y me echa para atrás el que, Tú Jesús,
no salgas a mi encuentro.
No me asusta la Cruz.
Me da temor que pueda conmigo, me infunde
temor el que sea demasiado grande.
Me hace pensar si, yo Señor, seré el indicado
para llevarla hacia delante.
No me asusta la Cruz.
Porque bien sé, Señor, que Tú estás en lo más alto
de ella mirándome, alentándome, ayudándome
y diciéndome:
y diciéndome:
¡Yo estaré siempre contigo!
Amén
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