La Palabra de Dios que hoy contemplamos nos recuerda que el don de la salvación está abierto a todas las personas que se abren al Dios de la vida. Por eso, ni Israel ni nadie de nosotros tenemos “la exclusiva” de la salvación. Dios la ofrece a todos. Jesús nos descubrirá que es la FE la que abre todas las puertas.
Escuchar la Palabra del Señor nos lleva a ponernos delante del espejo de nuestra vida. Una vida que, no siempre, es saludable, fuerte ni honrada. El Señor, a través de la proclamación de la Palabra de Dios, nos habla y se preocupa de dirigirnos con acierto en nuestra existencia. Que Él sea la fuente y el secreto de nuestra salud.
En la Segunda Lectura (Rom 11, 13-15. 29-32) el apóstol Pablo constata que antes los paganos eran considerados pecadores y enemigos de Dios y los hebreos, el pueblo escogido. Ahora los judíos se han vuelto desobedientes y los paganos han escogido la misericordia de Dios. De esta forma, comprueba que los gentiles aceptan la salvación. Pablo quiere despertar el corazón de sus hermanos para que ellos también la acepten.
El Evangelio (Mt 15, 21-28) nos presenta a Jesús que alaba la fe de una mujer extranjera y que, por lo tanto, no pertenecía al pueblo de la promesa. Y es que la fe está por encima de razas y de ideologías. Jesús mismo se rinde ante la sencillez y humildad de la mujer cananea; es más, reconoce con admiración y alegría su fe y la pone como ejemplo a imitar.
Aquella mujer pagana del evangelio, con su insistencia, nos muestra que ésa es la clave de la nueva situación. Nosotros, también, somos invitados por el mismo Señor Jesús a acoger el don del Padre, acogiéndole a él mismo con sencillez y humildad de corazón.
Quiero y lo deseo, Señor.
Que vengas a mi lado y así no me encuentre nunca solo.
Que me hables y pueda escoger el camino verdadero.
Que me toques y pueda hacer frente
a todas las dificultades de la vida.
Que me visites y te dé gracias por tu presencia.
Que me alimentes y sea fuerte
tanto por dentro como por fuera.
Que me escuches y veas cómo estoy
en espíritu, corazón y vida.
Quiero y lo deseo, Señor.
Que, lo que a Ti te parezca con mi vida, me lo concedas
y nunca quiera hacer mi propia voluntad, sino que con
humildad y sencillez busque siempre cumplir la tuya.
Amen
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