Celebramos hoy el XIXº Domingo del tiempo Ordinario, en este día, el Señor nos reúne, de nuevo, para escuchar y llenarnos de su Palabra. Una vez más, será un mensaje lleno de esperanza. De ahí que resonarán con fuerza las palabras de Jesús: “Ánimo, soy yo, no tengáis miedo”. Y es que con Él todo es diferente; su presencia transforma las situaciones más complicadas y difíciles de nuestra vida. Él es la garantía para cuantos se le acercan y le acogen con un corazón sincero y abierto. No podemos olvidar que él,Jesús, es el rostro visible de Dios, es Dios hecho hombre. Él nos dirá que Dios se manifiesta en lo pequeño, en lo sencillo, y no precisamente en lo grandioso y espectacular, como a veces nos gustaría a nosotros.
Creer en Dios es pedirle, con todas nuestras fuerzas, que salga a nuestro encuentro en toda situación, límite, dificultades, alegrías y penas. Las lecturas de hoy tienen algo en común: el que cree ha de fiarse y dejarse llevar por la mano del Señor.
En la Primera Lectura (1 R. 19, 9a. 11-13a) perteneciente al Antiguo Testamento, se nos presenta al profeta Elías que quiere escapar de Israel, aquel pueblo que olvida al Dios de la Alianza, acercándose peligrosamente a otros dioses. El profeta, en su soledad, quiere descubrir a Dios pero, con sorpresa, descubre que Dios no es algo majestuoso y que se impone por la fuerza. Más bien, es como un susurro que se le encuentra en el silencio.
El Salmo (84) "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" procede de los días de la persecución de Antioco. Y es, sobre todo, un canto ilusionado y esperanzado ante la misericordia divina, a la que el pueblo expresa toda su gratitud. Nosotros, también, aquí y ahora, debemos reconocer al proclamar el salmo que Dios es justo porque es bueno.
En la Segunda Lectura (Rom. 9, 1-5) el apóstol Pablo vive el drama de su pueblo, porque comprueba que los hijos de Israel no han querido reconocer a Jesús como Mesías. Esta situación le lleva a vivir entregado a sus hermanos, para que puedan descubrir lo que él mismo ha experimentado. Una tarea difícil y complicada, pero que muestra la hondura humana de este gran apóstol.
En el Evangelio (Mt 14, 22-33), se nos presenta una manifestación extraordinaria de Jesús. Él viene a hacer presente al Dios de la Vida, que todo lo hace nuevo. En esta ocasión se manifiesta en el mar: calma la tempestad y enseña a saber afrontar sin miedo el riesgo de creer. El creyente sabe que Cristo está siempre presente en su caminar; hay, pues, motivos para la confianza.
Hermanos en la liturgia de hoy hemos escuchado unas palabras cargadas de fuerza que ofrecen una enorme seguridad: “¡Ánimo soy yo, no tengáis miedo!”. Estas palabras han sido pronunciadas para cada uno de nosotros, y son una invitación de Jesús: Os lo repito: “¡No tengáis miedo!” No tener miedo a vivir mi fe en la sencillez; no tener miedo a manifestarme cuando creo que debo hacerlo, siempre desde el respeto y la tolerancia a los otros; no tener miedo de ir contracorriente. “¡No tengáis miedo!” Jesús, el Amigo fiel, te acompaña, nos acompaña,y camina siempre a nuestro lado.
Tus ojos me miran, Señor.
Y,si me miran, nunca fracasaré,y, si me siguen,
nunca me apartaré de Ti, y, si me miran, no tendré miedo.
Tus ojos me miran, Señor.
Porque me quieres y me proteges, porque me guías y me alcanzas, porque me proteges y me diriges.
Tus ojos me miran, Señor.
Para que no me ahogue en mis debilidades, para que no tenga miedo frente a las dificultades,para que, mirándote, como Tú me miras no mire al fondo del abismo sino al horizonte.
Amén.
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