El tema central de la liturgia de hoy es la misericordia de Dios.Cada día es una oportunidad para volver al Señor, Él con gran amor espera que volvamos a casa y nos recibe con alegría.
Al Señor no lo podemos ver desde fuera. Él quiere que nos acerquemos, que hagamos un esfuerzo, como lo hizo Zaqueo, un hombre pecador y sin esperanza que recibió la gracia en una mirada del Maestro.
En la Primera Lectura (Sab 11,22-12,2) nos muestra, como Dios nos perdona y nos mantiene. Si algo debemos de tener claro es que Dios nos ama tanto que aunque nos alejemos de Él,nos perdona para que volvamos al camino correcto.
En el Salmo que proclamamos hoy, "Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi Rey" es un canto de alabanza y de reconocimiento de la gracia y ternura que Dios Padre tiene con todos nosotros.
En la Segunda Lectura (2Tes 1,11-2,2) San Pablo, nos da hoy una lección importante. Nos pide que no tengamos miedo ni nos dejemos engañar, sino más bien, que seamos fieles a nuestra vocación cristiana porque así manifestaremos en nuestra vida,la gloria de Dios.
El Evangelio de San Lucas (Lc 19, 1-10)nos cuenta hoy, la historia de Zaqueo, un recaudador de impuestos, que explotaba al pueblo y que abandonó esa mala conducta cuando se encontró con la mirada de Jesús. Del encuentro de Jesús con Zaqueo, se produjo la transformación de la vida de quien hasta ese momento no había sido ni justo, ni honesto con sus hermanos.
De este encuentro nuestro de hoy con Jesús, debe producirse también una transformación que de frutos de justicia, solidaridad y amor hacia los demás.
Aprendamos a ser mejores cada día. Jesús sale a nuestro encuentro y trae para nosotros la salvación y la paz.Una sola mirada de Jesús puede transformar nuestro corazón. Dejémonos mirar por Él para que se quede con nosotros y nos ayude a ser esa persona que Él quiere que seamos.
En la noche oscura de mi alma,
haz que nunca me falte un árbol donde remontarme,
una rama donde agarrarme,un tronco donde apoyarme para que, cuando pases, aunque, por mi cobardía,
no te diga nada,Tú, Señor, me digas…
¡Baja, en tu casa quiero hospedarme!
Y desde entonces, mi casa brillará con una nueva luz,
al entrar en ella el lucero más grande de los cielos:
Nuestro Señor Jesucristo.
Amén.
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