domingo, 24 de febrero de 2013

II DOMINGO DE CUARESMA


Hoy, segundo domingo de Cuaresma, la liturgia nos invita a fijar la mirada en Cristo transfigurado. Después de vencer las tentaciones de Satanás en el desierto, Jesús se dirige a Jerusalén para cumplir la voluntad del Padre y entregar su vida por la salvación del mundo.
Cristo hoy se manifiesta en el esplendor de su gloria, de su divinidad, que durante su vida entre nosotros estaba oculta por su humanidad.La transfiguración representa una etapa fugaz de ese itinerario, anticipa su meta y revela a los discípulos la verdadera identidad del Redentor. El misterio de la Transfiguración nos ofrece también a nosotros un mensaje de esperanza. Nos invita a encontrar al Señor y nos alienta, después, a bajar del monte para estar al servicio de nuestros hermanos con los ojos y el corazón transfigurados.

Es interesante que san Lucas nos diga que Jesús oraba cuando sucedió esto. Con este detalle nos puede quedar claro que esta transfiguración fue fruto de la unión perfecta entre Jesús y Dios Padre,  por lo tanto, que la luz brillante que transfiguraba a Jesús, brotaba de su interior, como si el contacto perfecto con Dios lo llevara a esta transformación en su cuerpo glorioso.  Hilando todas estas ideas, podríamos decir que la transfiguración es la manifestación de la vida que Jesús llevaba en su interior, vida que llevaría a la plenitud los planes de Dios manifestados en la Ley y los Profetas. Tal vez esta escena la vemos muy lejos de nuestras vidas, pues no nos imaginamos cómo nos podríamos transfigurar nosotros también, sin embargo, si tomamos en cuenta que esta transfiguración que en Jesús sucedió en un instante, en nosotros ha de suceder durante toda nuestra vida, entonces sí podremos pensar en comenzar a vivir nuestra propia  transfiguración desde hoy. Esta consistirá en dejar que la vida que Dios nos ha dado y llevamos en nuestro interior se vaya reflejando en nuestras actitudes y acciones. Tal como sucede en nuestras vidas, nadie nace un campeón, sino que se va haciendo; ni tampoco nace un excelente esposo o padre o madre, sino que se va haciendo. De la misma manera, nosotros debemos de buscar ir haciéndonos cada vez mejores cristianos, mejores hijos de Dios, mejores hermanos. 

Gracias te damos, Señor, Dios Padre nuestro, 
por la esperanza que alientas en el corazón 
de tus hijos:
Jesucristo, tu Hijo y 
nuestro Salvador, el Señor transfigurado,
transformará nuestra condición terrena y caduca
según el modelo de su condición gloriosa y eterna.



"Tu imagen Señor sobre mi, 
bastará para cambiarme"

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