¡Alegrémonos, hermanos y amigos! ¡Celebremos el amor de Dios! ¡En la profundidad de esta oscura y esperada noche, Dios ha nacido! ¡Dios se ha hecho Niño! ¿Puede hacer algo más Dios por nosotros? A este momento, culminante y final del adviento, nos estábamos preparando desde la contemplación, la conversión, el asombro, la oración y con la compañía de María.
¡Ha nacido el Salvador! ¡Aleluya, aleluya!
La Navidad es más que
un sentimiento o una tradición, es el principio de un nuevo amor que Dios
quiere compartir con todos nosotros. Las velas de Adviento nos han guiado hasta
Belén, hemos visto mil razones para vivir con esperanza, hemos seguido su luz, la luz de Cristo que nos guía e ilumina en nuestro caminar diario, en nuestra vida.
El Nacimiento de Cristo nos trae muchas vivencias y otras tantas sensaciones personales y comunitarias: si Dios se hace hombre, es porque el día a día del ser humano, está unido plenamente a Dios.
Si Dios, viene hasta nosotros hecho niño, pequeño, humilde, débil, es para que comprendamos que, en la pequeñez, está el camino y la puerta para llegar y encontrarse con Él.
Hoy veremos el rostro de Jesús, nuestro Salvador, a quien esperábamos con
mucha ilusión.
Que Jesús, en estas primeras horas de su presencia en medio de nosotros, nos lleve al descubrimiento del amor incondicional de Dios por todos y cada uno de nosotros y que en los brazos de María y bajo la mirada serena de José, nos haga renacer en nuestra fe.
¡Feliz noche, Señor! ¡Bienvenido a esta tierra!
Te adoramos y te bendecimos.
Te amamos y creemos profundamente
en Ti, Tú eres el Hijo de Dios
que habita en el corazón
de cada uno de nosotros.
En este Año de la Fe,
te esperamos, te amamos y creemos en Ti.
Que la alegría y la paz de Cristo,
hecho niño en Belén, estén con todos nosotros
y lleguen al mundo entero.
¡Ha nacido el Salvador! ¡Aleluya, aleluya!
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