jueves, 1 de enero de 2015

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS, 1 DE ENERO.

Iniciamos el año nuevo con la celebración de la Solemnidad de Santa María, Madre de Dios. La Iglesia fija su mirada en la celestial Madre de Dios que estrecha entre sus brazos al Niño Jesús: fuente de toda bendición. Además, hoy celebramos la Jornada Mundial de la Paz , una paz que todos anhelamos y necesitamos. Paz en el mundo, paz en nuestras relaciones interpersonales y paz dentro de nosotros mismos.

El Señor nos muestra a María Santísima, la elegida de Dios Padre, para que sea Madre de su Hijo, que nace hombre para darnos la filiación divina. La Madre del Redentor, camina con nosotros y nos guía, con ternura materna, hacia el futuro. Así, ayuda a la humanidad a cruzar todos los umbrales de los años, de los siglos y de los milenios, sosteniendo su esperanza en aquel que es el Señor de la historia. Como ella, sepamos estar atentos a lo que el Señor quiere decirnos, para poder descubrir en nuestra vida de cada día, la salvación de Dios.


Hoy, en la Liturgia, se nos recuerda que la paz es fruto de la vida espiritual. Además, veremos como Jesús es el gran regalo que estamos contemplando en estas Navidades. Claro está que, para ello, hemos de cultivar la pequeñez que, por ejemplo, tuvieron los pastores. O, por ejemplo, la pequeñez que tuvo María. 


En la Primera Lectura (Nm. 6, 22-27) los sacerdotes de Israel, cuando comenzaba el nuevo año, bendecían al pueblo. Bendecir es «decir-bien» a una persona, a un objeto o a un lugar. Dios, al comienzo del nuevo año, “dice bien” a todos. La bendición divina es signo de su amor paternal. Nos concede su paz e ilumina su rostro sobre nosotros.

El Salmo (66) "El Señor tenga piedad y nos bendiga" se utilizaba como fórmula litúrgica para dar gracias a Dios por la bondad de las cosechas. Y es un poema de gran fuerza que expresa el agradecimiento a un Dios que ayuda siempre y que se ocupa de sus criaturas. Es una buena forma para alabar a Dios en este primer día del año.

En la Segunda Lectura (Gl 4, 4-7) el apóstol Pablo nos recuerda que gracias a Jesús podemos llamar “Abba”, Padre, a Dios. Desgraciadamente, estamos muy acostumbrados a llamarle así y no somos conscientes del gran regalo que esto supone: él es nuestro Padre y nosotros somos sus hijos; hijos protegidos y amados. 

En el Evangelio (Lc 2, 16-21) los pastores, motivados y animados por el anuncio del ángel, se ponen inmediatamente en camino para ver lo que Dios les ha manifestado. Los pastores están despiertos, vigilan, esperan, permanecen, buscan, caminan, se animan, cantan, agradecen, bendicen y expresan su júbilo; sin duda, una actitud activa de quienes han puesto su confianza en el Señor. Por otro lado, el evangelista Lucas nos dice que María escucha a Dios en los acontecimientos y que conserva en su interior todo lo que los pastores dicen. Seguro que a María no le debió resultar nada fácil ser la elegida y vivir lo que acontecía en ella. Como en nosotros, también en María, la fe fue un proceso. 

La Madre del Redentor nos precede y continuamente nos confirma en la fe, en la vocación y en la misión. Con su ejemplo de humildad y de disponibilidad a la voluntad de Dios nos ayuda a traducir nuestra fe en un anuncio del Evangelio alegre y sin fronteras. Pidamos a María, la Madre de Jesús, que nos ayude a comprender y a vivir cada día la fraternidad que brota del corazón de su Hijo, para llevar paz a todos los que nos rodean en este mundo.


El Señor, con su Nacimiento, ya está alumbrando 
con 12 lámparas cada mes de este Año Nuevo.
El Espíritu, con su suave brisa, 
nos infundirá 365 soplos de aliento divino.
La Virgen María, Madre de Dios y nuestra,
marchará delante de nosotros, sus hijos e hijas,
ayudándonos a vivir dignamente cada hora 
y cada segundo, cada día y cada instante 
de este Año Nuevo que ahora se inicia.
¡Vayamos! ¡Corramos! La vida y la fe nos espera.

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