domingo, 4 de enero de 2015

IIº DOMINGO DESPUÉS DE NAVIDAD.

Este domingo es un eco de la fiesta de la Navidad. Y lo es porque nuestro ánimo, en la proximidad de la Epifanía, debe estar dispuesto a sumergirse en el sublime misterio de un Dios hecho hombre, de un Dios que se hace niño en Belén, para salvar al mundo. Nuestra celebración de hoy quiere ser reposada, tranquila y que propicie la interiorización del Evangelio, que nos dice: en Dios estaba la Palabra, que es comunicación y revelación. En esa Palabra había Vida y Luz. Nosotros mismos somos fruto de esa Palabra, que se ha “hecho carne” y ha “acampado entre nosotros”. Un Dios hecho carne, identificado con nuestra debilidad, respirando nuestro aire, comunicando y sufriendo con nuestros problemas.

Hoy las lecturas tienen un mismo hilo conductor: todo nos lleva a Jesús. En la primera, veremos como la sabiduría, está junto a Dios. En la segunda San Pablo nos presenta un bonito himno en el que nos recuerda que, Dios, nos salva a todos por medio de Jesucristo. Finalmente, en el Evangelio, una vez más nos quedaremos emocionados cuando contemplemos que Dios se revela definitivamente en Jesucristo.

En la Primera Lectura (Eclo 24, 1-4. 8-12) muestra la reflexión del autor sagrado que constituye uno de los elogios más hermosos de la Sabiduría divina. Esa sabiduría da testimonio y es la revelación de Dios como creador y salvador nuestro; da a conocer su espíritu, su palabra y su providencia. El pueblo de Dios es el que la recibe y obra a imagen de ella. Es, pues, un don que anima, desde siempre, el corazón humano. 

El Salmo (147) "La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros" que cantamos hoy procede del prólogo del Evangelio de San Juan de este domingo. Este Salmo era para los judíos de tiempos de Jesús una exaltación de Dios como salvador de los pobres y de los humildes.Todo se hizo por medio de la Palabra para salvarnos del pecado y encaminarnos a un camino nuevo guiado por Jesucristo.

En la Segunda Lectura (Ef 1, 3-6. 15-18) el apóstol Pablo nos ofrece una profunda reflexión sobre la Iglesia, nuevo Pueblo de Dios, y lo presenta como un proyecto concebido por Dios desde los orígenes de la historia. Y es que Dios, por la fuerza de su amor, nos ha predestinado en Cristo a ser sus hijos. 

En el Evangelio (Jn 1, 1-18) se nos ofrece la reflexión de Juan, el “discípulo amado”. El evangelista nos presenta a Jesús como la Palabra definitiva de Dios. Y él siente que es una palabra cercana, que ha acampado entre nosotros, iluminando de este modo nuestra vida. Abrirnos a esta presencia es la gran propuesta y la invitación que se nos hace en el día de hoy.


Viniste al mundo, Señor, y p
or venir hasta nosotros,
nos sentimos afortunados y dichosos:
¡Nunca nos había ocurrido algo parecido!
¡No te vayas, Señor!
¡Quédate junto a nosotros, Señor!
¡Deja que sigamos adorando tu divinidad!
¡Permite que te dejemos los dones
de nuestra fe, esperanza y caridad!
¡
Viniste al mundo, Señor
!
Y, desde que has llegado, 
este mundo 
ha encontrado una ventana 
que nos abre
 de nuevo a la esperanza y a la paz.
Gracias, Señor
¡HAS VENIDO…Y NOS BASTA!

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