Las lecturas que escuchamos en este día, nos hablan del poder, de la acción de Dios a través de los siglos. Dios nunca nos abandona. Además, el participar en la Eucaristía es entrar en comunión con Dios, con Cristo en el Espíritu. Que veamos y vivamos la Eucaristía como una fuente de paz, de fuerza, de vida y de entrega.
La Primera Lectura (Éx. 24, 3-8) nos lleva a la Alianza del Sinaí, que es el origen y prototipo de todas las demás alianzas que Dios sellará con su pueblo. Está claro que esta iniciativa parte de Dios mismo y viene comunicada por la mediación de Moisés, y consiste, por parte del pueblo, en aceptar los mandatos y la voluntad de Dios.
El Salmo (147) "Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor" tiene dos partes bien diferenciadas y por eso la Vulgata lo dividió en dos. Nosotros, utilizamos hoy la segunda parte en la que se exalta el poder y la misericordia de Dios, el creador y salvador del género humano, que ayuda a los más pobres y los sinceramente humildes.
En la Segunda Lectura (Heb 9, 11-15) según el autor de la carta a los Hebreos, la nueva Alianza ya no necesita de sacrificios. La entrega y sacrificio de Cristo elimina los de la antigua Alianza. Y es que Cristo ha expiado, de una vez para siempre, nuestras infidelidades y pecados, y nos ha hecho dignos de ofrecer a Dios Padre el nuevo culto, que nos hace herederos de la promesa. Cristo mismo es el mediador en esta nueva situación.
El Evangelio (Mc 14, 12-16. 22-26) nos presenta a Jesús en la última cena con los suyos, en la institución de la Eucaristía. Ésta constituye la nueva Pascua, esto, es, la nueva fiesta de la liberación. Por eso, cuando se come el Cuerpo y se bebe la Sangre de Cristo, se comparte desde dentro su muerte y resurrección.
El Evangelio (Mc 14, 12-16. 22-26) nos presenta a Jesús en la última cena con los suyos, en la institución de la Eucaristía. Ésta constituye la nueva Pascua, esto, es, la nueva fiesta de la liberación. Por eso, cuando se come el Cuerpo y se bebe la Sangre de Cristo, se comparte desde dentro su muerte y resurrección.
Hermanos, en esta Eucaristía, hemos celebrado el gozo del Señor presente entre nosotros. Su Cuerpo nos une en la paz y reaviva nuestra débil esperanza. Compartamos con todos el pan de cada día y despertemos, entre los que nos rodean y con nuestro vivir, el deseo de Cristo, Pan de la Vida verdadera.
Que me atreva, cuánto pueda Señor.
A manifestar, en este vacío mundo,
que Tú lo puedes llenar todo.
Cuando, el hombre y la mujer de este tiempo,
busque en la profundidad y no en la superficialidad,
el Agua Viva que calma la sed de una vez por todas.
¡Bendito, Señor, sea tu nombre!
¡Bendita, Señor, sea tu presencia!
¡Grande, Señor, sea tu reinado en el corazón
de cada uno de nosotros!
¡Única y para Ti, Señor, sea nuestra adoración!
Tuyos, siempre tuyos Señor, en este día en el
que tu Cuerpo y tu Sangre
hacen de innumerables
rincones de nuestra tierra
un inmenso altar desde el cual hablas,
miras, callas,
observas, lloras y bendices.
¡Que me atreva, cuánto pueda Señor!
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