María, desde que le dijo sí al Ángel Gabriel, empezó a vivir su propio Vía Crucis. Una adolescente embarazada que tuvo que escapar de quien quería asesinar a su hijo, dando a luz en un establo y sabiendo que criaba a alguien especial, que no le pertenecía y que debía, en algún momento, pagar la culpa de la humanidad. Y no sólo crió a este bebé como toda madre, sino que lo acompañó hasta el pie de su cruz. Ella no era Dios, ella era humana y tuvo que sufrir como cualquiera de nosotros lo hace cuando ve a un hijo enfermo, en problemas o muriendo. Realmente es muy complicado ponerse en su lugar cuando todo va bien con nuestra familia. Por eso, debemos ser agradecidos cuando nuestra vida está llena de salud y buenos momentos. Y aún en esos momentos de alegría, no debemos olvidar de rezar y pedirle a María que nos siga protegiendo y bendiciendo. Sin embargo, hay muchos que no tienen esa dicha y viven días muy difíciles y dolorosos. María es la fuerza que nos debe inspirar, consolar y refugiar. Mirarla a ella para pedirle gracia y serenidad si es que estamos afligidos por enfermedades. Sabiduría y paciencia si tenemos problemas de comportamiento en nuestros hijos o para que nos ayude siempre en el camino de su crianza.
No debemos olvidar que María es la madre de todos nosotros. Ese fue uno de los regalos más grande que nos dejó Jesús cuando estaba muriendo en la cruz. No sólo perdonarnos los pecados sino darnos para siempre a su Madre para que nos cuide e interceda por nosotros. Y como toda madre, María está siempre esperando que la busquemos para acompañarnos y guiarnos en todo lo que necesitemos.
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