La liturgia de este domingo pretende animarnos ante la llegada del Señor. No podemos recibirle de cualquier forma. Sin esperanza, no podemos recibir a Jesús; sentados y sin hacer nada, no podemos recibir al Señor; con nuestra vida desordenada, sin oración, sin austeridad, sin sentido común; no podemos recibir al Señor.
En la Primera Lectura ( Is.40,1-5.9-11) se nos presenta cómo entre los desterrados, aquellos llevados por la desesperanza, irrumpe una buena noticia: el anuncio gozoso de la liberación. El profeta Isaías anuncia esta Buena Nueva al pueblo de Israel, una palabra de esperanza de parte de Dios mismo, ya que viene a salvar a su pueblo. Son palabras cargadas de gozo y de alegría.
En la Segunda Lectura (2ª P. 3,8-14) el apóstol Pedro, hace una llamada a la esperanza, habla de la paciencia de Dios y de que los tiempos del Señor no son los nuestros. Nos prepara para la llegada del Señor y nos pide que estemos en paz con Él. Confiamos en la promesa del Señor: ¡Él va a venir!
Con el Salmo (84) "Muéstranos, Señor, tu misericordia y danos tu salvación" el salmista canta esta actitud amorosa de Dios, esta benevolencia manifestada en la bendición y en la restauración de Israel, perdonando sus pecados, olvidando sus errores, conduciendo su vida. Nos quiere transmitir que la justicia de Dios se ejerce con bondad y ternura.
En el Evangelio (Mc 1,1-8) se nos presenta a Juan, el Bautista, profeta y hombre austero, que anuncia la venida del Mesías y, a cuantos así lo desean, los bautiza en el Jordán. Eso sí: invita a sus oyentes a convertirse y a preparar los caminos al que viene. El Mesías llevará a plenitud el proyecto de vida de Dios, esperado desde hace siglos.
La celebración finalizó con la presentación de los Zagalillos de San Francisco.
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