lunes, 5 de mayo de 2014

IIIº DOMINGO DE PASCUA. CICLO A.

Celebramos hoy el IIIº Domingo de Pascua. El Señor está presente en la Iglesia mediante su Palabra, su Cuerpo y Sangre y mediante su Comunidad, que somos nosotros. Hoy, en esta celebración, veremos cómo nos llama a alimentarnos con su cuerpo para luego ser sus TESTIGOS. Eso sí: para reconocer al Señor y podernos encontrar con él, hemos de tener los ojos del corazón bien limpios y libres de prejuicios y egoísmos. De lo contrario corremos el riesgo de que la presencia del Señor pase desapercibida para nosotros, como les sucedió inicialmente a los apóstoles. En estos domingos de Pacua no nos cansamos de ver y escuchar a Jesús resucitado, por una parte, y de ver y escuchar el testimonio y los signos de los apóstoles. El encuentro en Emaús brilla con luz propia en el centro de nuestra eucaristía, pero también lo hace Pedro, que levanta su voz ante todo el pueblo y reflexiona sobre el valor de la sangre de Cristo, vertida por amor para salvarnos.

Pidámosle al Señor que nos abra nuestro corazón y nuestra mente para que su mensaje cale en nosotros y vivamos con profundidad esta celebración.

En la Primera Lectura ( Hch 2,14-22) encontramos a Pedro pronunciando su primera predicación pospascual . Tras recibir el Espíritu se produce un cambio radical en los apóstoles. De estar encerrados salen a la calle a dar testimonio de Jesús resucitado. La Iglesia que acaba de nacer tiene el compromiso de contribuir a la reconstrucción de este mundo con la clave del amor de Jesús.


El Salmo " Señor me enseñarás el sendero de la vida" supone para nosotros, hoy, un canto de esperanza y de confianza amorosa a Dios, Padre de todos y todo.

En la Segunda Lectura ( 1Pe 1,17-21) Pedro nos llama a ser fieles a Dios Padre siempre, pues si Jesús murió para salvar al mundo, nosotros debemos seguir su ejemplo y entregar la vida en la construcción del Reino de Dios.

En el Evangelio (Lc 24,13-35), el relato de los discípulos de Emaús, nos descubre que solo reconoceremos a Jesús, cuando miremos a través de los ojos del Evangelio y no a través de nuestros propios deseos y pensamientos. Es mediante la Palabra de Dios y la Eucaristía, como los cristianos descubrimos a Jesús. Solo a partir del encuentro personal con Jesús podemos iniciar el verdadero camino de la fe.

La tarea de los discípulos, nuestra tarea, es anunciar el Evangelio, dar testimonio de lo que hemos visto y oído, para que los demás, escuchando y viendo, crean. Ahora sabemos que todos podemos ver al resucitado en el hombre desconocido, en el hermano caminante, en el peregrino que se nos acerca, en el prójimo; en la fracción del pan, en la Eucaristía, en la comunidad reunida en el amor, en la escucha de la Palabra de Dios, en la acogida al necesitado... Así, nuestra fraternidad y solidaridad encuentran su autenticidad para que los hombres y mujeres de hoy puedan ver, en nosotros, a Jesús resucitado y sus signos de vida y esperanza. 

Señor Jesús, como a Pedro, hoy tú nos preguntas también:
¿Me amas? Sí, Señor: pero concédenos 
amarte todavía mucho más con un corazón caldeado 
por el fuego inextinguible de tu amor.
Tú nos abriste el camino que lleva hasta 
el Padre
y, gracias a ti, la vida es mucho 
más fuerte que la muerte.
Estamos seguros por la fe de que vives en nosotros
y estás presente en cada hombre y mujer, nuestros hermanos.
Haz que nos entreguemos a la apasionante 
tarea de amarte, 
queriendo sin medida a los demás con el amor con que tú los amas.
Danos la fuerza de tu Espíritu para ser tus testigos siempre,
y obedecer la voluntad de Dios si temor a nada ni a nadie.
Amén.

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