Hoy habla el AMOR, la palabra se ha hecho carne. ¡Dios se ha hecho Niño en Belén! ¿Puede hacer algo más Dios por nosotros? Para este gran momento, culminante y final del Tiempo de Adviento, nos hemos preparado desde la contemplación, la conversión, el asombro, la oración, con la compañía de la Virgen María, madre de Jesús y madre nuestra.
En la Segunda Lectura (Heb 1,1-6) se nos presenta a Cristo Jesús, Dios se ha manifestado plenamente en Él. Nos habla por medio de su Hijo y nos invita a que lo adoremos.
En el Evangelio (Jn 1,1-18) San Juan nos sumerge en la realidad íntima de la Navidad: el Hijo de Dios, asume nuestra vida, nuestra historia y nos hace partícipes de su vida, en Dios. Él es la imagen del Padre, su Palabra se hizo hombre, su luz disipa nuestra oscuridad, Dios vive entre nosotros.
Que hoy Jesús, en los brazos de María y bajo la mirada serena de José, nos haga renacer en nuestra fe. Nos haga conmover ante este Misterio, de Dios que se encarna, y nos transforme en portadores de verdad, de bondad, de solidaridad y de perdón.
La Navidad es más que un sentimiento o una tradición, es el principio de un nuevo amor que Dios quiere compartir con todos nosotros. Las velas de Adviento nos han guiado hasta Belén, hemos visto mil razones para vivir con esperanza, hemos seguido su luz, la luz de Cristo que nos guía e ilumina en nuestro caminar diario, en nuestra vida.
En la Primera Lectura (Is 52,7-10) Isaías, nos anuncia la universalidad del Hijo de Dios, que no vino solo para un pueblo, sino para toda la humanidad.
Con la proclamación del salmo "Los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios" queremos mostrar nuestra alegría ante el nacimiento de nuestro Señor Jesucristo, el Mesías que viene a salvarnos.
En la Segunda Lectura (Heb 1,1-6) se nos presenta a Cristo Jesús, Dios se ha manifestado plenamente en Él. Nos habla por medio de su Hijo y nos invita a que lo adoremos.
En él apreciamos lo que significa Dios y quién es Dios.
En el Evangelio (Jn 1,1-18) San Juan nos sumerge en la realidad íntima de la Navidad: el Hijo de Dios, asume nuestra vida, nuestra historia y nos hace partícipes de su vida, en Dios. Él es la imagen del Padre, su Palabra se hizo hombre, su luz disipa nuestra oscuridad, Dios vive entre nosotros.
Dios nos dice algo muy importante sobre el sentido y significado de nuestra fe cristiana. Nuestra fe nos es precisa y solamente una doctrina en la que creemos. La Palabra de Dios no es una doctrina, sino una persona: Jesús. En él la Palabra de Dios y sus promesas se vuelven vivas. El Hijo de Dios se hace nuestro hermano y centro de nuestras vidas. En Jesús, Dios Padre nos revela quién es él: un Dios que ama, un Dios que salva, cercano a su pueblo. Por medio de Jesús, Dios nos vincula a sí mismo y él se vincula a nosotros, comparte plenamente nuestra vida. Por medio de y con Jesús podemos responder al amor de Dios en fiel entrega a Dios y al prójimo.
Que hoy Jesús, en los brazos de María y bajo la mirada serena de José, nos haga renacer en nuestra fe. Nos haga conmover ante este Misterio, de Dios que se encarna, y nos transforme en portadores de verdad, de bondad, de solidaridad y de perdón.
Bienvenido, Señor, esta es tu casa.
Haz de nuestro mundo un hogar de pan y de paz.
Los hombres rompemos en pedazos
la gran casa del mundo,
reconstrúyela con tu nacimiento.
Bienvenido, Señor, a la tierra,
haz de nuestro suelo,
caminos de amor y de concordia.
Los hombres rompemos la gran partitura
que Dios compuso en el principio de la historia.
Bienvenido, Señor, en esta noche silenciosa
a un lugar donde habita y reina el ruido;
queremos escuchar palabras de amor queremos ver el rostro de Dios queremos comprender que, para llegar hasta Él, hay que inclinarse y entrar pequeño en Belén.
¡Gracias por venir! Eres la gran noticia de esta noche,la luz que ilumina el camino incierto del hombre.
El llanto que nos hace de nuevo ser solidarios.
El Niño que, en el mundo, es salvación y futuro.
Bienvenido, Señor, a este valle.
Permítenos, como los pastores, o
frecerte lo que somos y tenemos.
Déjanos, en el universo que rodea este Misterio,
unirnos al coro de los ángeles y arcángeles.
Doblamos nuestras rodillas ante, Ti, Señor.
¡Eres tan pequeño y tan grande!¡Tan débil y tan fuerte!
¡Tan inocente y tan sabedor de lo que te espera!
¡Bienvenido, Señor, a nuestra tierra!
Amén
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