El evangelio de hoy nos muestra la visita de Jesús de Nazaret, a María, Marta y Lázaro. Marta y María quieren agasajarle y cada una lo hace de una manera. La actitud de María y Marta nos trae la idea de trabajar para el Reino de Dios desde la acción o la contemplación. Pero también se pone de manifiesto el principio de la hospitalidad. Jesús es huésped de sus amigos y ellos se desviven para atenderle.
El sentido de la hospitalidad para con Dios está plasmado en las lecturas que escuchamos en este XVIº Domingo del Tiempo Ordinario.
En la primera lectura (Gn 18,1-10a), Dios, a través de tres personas se presenta ante Abrahán, quien impresionado por la visión y los personajes le dice que si ha alcanzado su favor que no pase de largo, sino que reciba alguna atención de su parte en su casa. Y Dios, en los tres personajes se detiene, recibe la ofrenda de Abrahán, los panes y el guiso, y cuanto tenía para ofrecer. Y Dios le premia su generosidad anunciándole que dentro de un tiempo, cuando regresase, encontraría el hijo que tanto había pedido, engendrado por su esposa Sara. Dios al ver la fe de Abrahán le prometió una descendencia infinita, como las estrellas del cielo o las arenas de los mares. Y el cumplimiento de esa promesa había llegado, como un regalo a la fe y al espíritu de servicio de Abrahán.
El salmo recitado hoy dice: "Señor, ¿quien puede hospedarse en tu tienda?" ,y nos enseña que estar en la morada de Dios, estar en su tienda significa estar en comunión íntima con él, como estamos en comunión en nuestras casas con nuestras familias. Una casa, un hogar, una morada debe ser eso, un lugar donde se viva el amor, la armonía y el respeto mutuo, donde todos sus habitantes contribuyan con su ejemplo y esfuerzo a construir un ambiente de paz. La casa de Dios debe ser la casa de todos.
Y en la segunda lectura (Col 1,24-28), es Pablo quien, en la aceptación total que de Cristo da en su cuerpo, utiliza una muy especial hospitalidad a la presencia total de Jesús en él.El sufrimiento es un signo de la cruz de Cristo. San Pablo, en su carta a los Colosenses, se alegra de sus penas y sufrimientos porque así "completa en su carne lo que falta a la pasión del Señor". A través del dolor, el apóstol
se identificó con Cristo.
En el Evangelio, Marta y María, cada una a su modo, se esfuerzan por ofrecer su hospitalidad a Jesús. Y Él, el Señor, en su conversación con las dos hermanas de Betania va a definir sendas formas de vivir la espiritualidad, con una actitud de servicio y escucha al prójimo, amándolo como a nosotros mismos.
La hospitalidad debe de ser distintivo de una casa cristiana. Como Abrahán, en la primera lectura, y a pesar de los sufrimientos, como nos dice San Pablo en la segunda lectura, o como la acogida que Marta y María hacen a Jesús en su hogar, también nosotros hemos de manifestar que, en nuestra cercanía y brazos abiertos, es donde testimoniamos nuestra vida de fe.
Como hemos escuchado en la Liturgia de hoy Dios viene a nuestra casa para convertirla en su Casa, para que nosotros habitemos en Él. Todos los días el Señor nos visita y quiere ser recibido: en nuestras familias, en nuestros corazones y en nuestras vidas; para transformarnos con su presencia.
Soy Marta cuando pongo en el centro de todo mi esfuerzo
Tú eres María si me haces ver a Dios como fuente de todo
Soy Marta si pierdo el control por lo que me empuja
Tú eres María si me induces al equilibrio y a la esperanza
Soy Marta cuando pienso que en la velocidad reside el triunfo
Tú eres María por frenar mis caprichos y mis impulsos
Soy Marta cuando busco y no alcanzo,
cuando trabajo a tiempo y destiempo,
cuando pongo el acento en la pura materialidad.
Tú eres María cuando, simplemente, me invitas a pararme un poco
y ese poco, que es mucho, es ni más ni menos que JESÚS.
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