domingo, 20 de septiembre de 2015

XXV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B

Celebramos hoy el XXV Domingo del Tiempo Ordinario. Jesús nos va a decir que todo lo que hemos aprendido hasta ahora servía para poco, para casi nada. Nos pide que seamos como niños, mientras que nosotros deploramos la inocencia y la fragilidad de un niño. Preferimos la fuerza y el poder que exhiben muchos adultos. Nos pide, asimismo, que seamos los últimos, cuando nosotros hemos sufrido tanto por sentirnos los peores, los últimos, dentro de un grupo. ¿Servir, ser sirvientes…? ¿Para eso hemos estudiado y trabajado tanto? Jesús le dijo a Nicodemo que debía nacer de nuevo. Y algo muy parecido nos quiere decir ahora a nosotros. Nuestras propias contradicciones nos llevan a pensar que no merece la pena afanarse por tanto, por mucho de lo que apenas nos produce felicidad. 

Nunca nos tiene que dar pena mostrar la cara más bonita de nuestra vida cristiana: nuestra forma de ver el mundo, las personas o los acontecimientos. En la liturgia de hoy, la segunda lectura, nos indica cuales son los caminos que conducen al hombre a su ruina, a no ser felices. Finalmente, Jesús nos recordará que seguirle es difícil, pero que, el día de mañana, veremos el valor de todo lo realizado en su nombre

La Primera Lectura (Sab
.2, 12. 17-20)nos presenta la confrontación entre dos formas de orientarse en la vida. El justo confía en Dios al ser perseguido y su conducta resulta incómoda para el que obra el mal; los impíos, en cambio, se plantean hacer el mal a cualquier precio.

En el Salmo (53) "El Señor sostiene mi vida" el salmista invoca con urgencia la ayuda de Dios contra los ataques de sus enemigos y expresa la confianza plena del Señor en que el le va a auxiliar. Es una oración confiada ante los peligros y las tribulaciones, que nos puede y debe servir de ejemplo a nosotros hoy para confiar en Dios Nuestro Padre y pedirle que no ayude siempre.

En la Segunda Lectura (St.3,16 - 4, 3) el apóstol Santiago recuerda que sólo quien busca la paz puede ofrecer paz y dar frutos de justicia. De ahí que proponga el no luchar por conseguir el poder sino, más bien, gastar las fuerzas y las energías en conseguir la fraternidad y la paz entre los hombres como la meta para una comunidad cristiana.

El Evangelio (Mc 9, 29-36) nos presenta a Jesús que sigue instruyendo a los suyos ante los acontecimientos que se avecinan de su entrega y muerte en cruz. Pero los discípulos están más preocupados por saber el lugar que ocuparán cuando llegue el Reino que en entender la propuesta del Maestro. También a ellos les queda camino por andar. 


Ayúdame,Señor a servir, 
aunque no sea recompensado.
A no ser envidioso y conformarme con lo que tengo.
A no ser rival de nada y ser hacedor de paz.
A no buscar sólo mi interés y también el de los demás.
A ser fuerte cuando las dificultades 
salgan a mi encuentro.
A luchar por lo que de verdad 
merezca la pena.
A no apartarme de Ti cuando algunos intenten hacerlo.
AYUDAME, SEÑOR

No hay comentarios:

Publicar un comentario