domingo, 5 de octubre de 2014

XXVIIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A

Celebramos hoy el XXVIIº Domingo del Tiempo Ordinario, y nos reunimos como cada semana para encontrarnos con el Señor que nos dona y entrega su vida para que nosotros podamos gustar en este mundo la vida eterna.  A veces, los cristianos, podemos decepcionar a Dios, es decir; no agradarle y hacer lo contrario a lo que Él espera y quiere para nosotros. En el Evangelio de hoy escucharemos la invitación del Padre para que demos los frutos propios de los seguidores de Jesús, el Hijo amado. Somos la “VIÑA” del Señor, y Él ha hecho por cada uno de nosotros todo lo que es posible hacer: nos da la vida, nos cuida sin medida, nos sostiene con su mano, y nos capacita para que sepamos salir adelante.

Dios, a pesar de nuestros desaciertos, confía en nosotros y no nos paga con nuestra misma moneda, además, nos llama a distinguir entre el bien y el mal y, sobre todo, a que florezcan en nuestras palabras y obras, los frutos del evangelio. No podemos decir que “amamos a Dios” y a continuación vivir en contra de su voluntad.

En la Primera Lectura (Is. 5, 1-7) el profeta Isaías, profeta reacciona contra la inmoralidad reinante y por el desprecio de la Ley. Con un lenguaje claro y evocador, el profeta relata la historia de una viña cuidada con gran solicitud, de la que el viñador espera que a su tiempo dé los frutos esperados. Dios ha plantado su viña, que es Israel, y, esperando de ella justicia y derecho, solamente ha producido injusticias y lamentos.

El Salmo (79) " La Viña del Señor es la casa de Israel" es una súplica que le hacemos hoy y siempre al Señor de que nos cuide, que nos proteja y nos ayude a trasformar nuestra vida para que demos fruto bueno abundante cumpliendo siempre su voluntad.

En la Segunda Lectura (Flp 4, 6-9) el apóstol Pablo hace una serie de recomendaciones a los cristianos de Filipos. Describe cómo debe ser la comunidad que quiere ser fiel al Señor. La comunidad debe estar abierta al futuro, viviendo en paz y en la acción de gracias, y buscando siempre lo que es noble y acorde al proyecto de vida del que participa, desde su fe en el don de la salvación, aportada por Cristo, el Señor.

En el Evangelio (Mt 21, 33-43) Jesús nos propone una parábola que resume la historia de su pueblo. Su misma muerte (que la siente ya cercana) es el punto central de la historia en el que se encuentran los antiguos y nuevos viñadores. Las palabras de Jesús son duras. Se plantará una nueva viña que producirá frutos, y los frutos son las obras de justicia y de santidad. 

Jesús nos ha invitado a dar frutos, allí donde nos encontremos: en la familia, entre los amigos, en el trabajo, en nuestro tiempo de ocio... Nosotros queremos que Él nos bendiga y haga fructificar lo mejor que su amor ha sembrado en nuestra tierra personal, ese amor que nos tiene que llevar a los hermanos, especialmente a los más débiles y necesitados.

Por nuestra parte, tenemos que hacer que otras personas crean en la entrega, en la solidaridad, en la acogida y en la fraternidad, viviendo al estilo de Jesús, porque hoy es posible vivir así. Sin olvidar que la tarea la recibimos del mismo Jesús, y que sólo somos administradores. Él es nuestro Camino, y Él nos sostiene en cada momento.

 
                                  Yo seré tu fruto, Señor.
En la tristeza, pondré alegría.
En la amargura, sembraré calma.
En la desesperanza, llevaré optimismo.
Si existe oscuridad, alzaré una luz 
y seré fuente de luz para los demás.
Frente al llanto y las lágrimas,
 llevaré un pañuelo de consuelo.
En el vacío, yo llevaré tu nombre.
En la angustia, me acordaré de tu cruz.
Sí, Señor, yo quiero ser un fruto,
un fruto que sea regado por tu Palabra
cuidado por tus manos, podado por tus consejos
y alumbrado por el Evangelio

Amén

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