¡El Señor ha resucitado hermanos/as! Anoche celebrábamos la Vigilia Pascual, y hoy esta Misa de Pascua es un eco de ella. El mensaje de hoy es: “No busquéis entre los muertos al que vive". ¡Dios lo ha resucitado! Ya llega nuestra alegría, es tiempo de resucitar, de salir de la noche, de liberarnos de tantas esclavitudes como nos oprimen. La Resurrección de Cristo nos dice que ya todo es esperanza. Aceptemos de verdad el anuncio de la Pascua, que da paso a ese rayo de luz que trae la buena noticia, y sobre todo pidamos a Jesús Resucitado que nos ayude a remover la losa que paraliza nuestras almas y nos libere del peso que aplasta nuestros corazones. ¡Cristo ha resucitado! ¡Aleluya!
La liturgia de hoy nos trae una gran noticia: Jesús ha triunfado sobre la muerte y, por lo tanto, ha de ser una novedad que hemos de anunciar y de llevar como cristianos allá donde nos encontremos. Que no olvidemos nunca que, el seguir a Jesús, nos exige pensar y actuar como Él pensó y actuó.
En la Primera Lectura (Hch 10, 34a. 37-43) Pedro expone, en síntesis, los datos fundamentales de la historia de Jesús. El núcleo principal del discurso se centra en su muerte y en su resurrección. Los apóstoles dan testimonio de su experiencia.
El Salmo (117) "Este es el día que actuó el Señor: Sea nuestra alegría y nuestro gozo" era utilizado por los judíos contemporáneos de Jesús como himno procesional y hacia referencia al triunfo de los Macabeos y la restauración del culto a Dios en el Templo. Para nosotros es un cántico solemne de acción de Gracias al Padre por la Resurrección de su Hijo.
En la Segunda Lectura (Col 3, 1-4) el apóstol Pablo, en su carta, pone en evidencia que nuestra incorporación a la muerte y resurrección de Jesucristo por el bautismo nos exige un cambio radical en nuestras vidas, en nuestro comportamiento y en nuestras actitudes. La resurrección de Jesús termina con la muerte y si creemos esto nosotros algún día resucitaremos.
En el Evangelio (Jn 20,1-9) Juan nos narra la fe de los primeros testigos al encontrar vacío el sepulcro en el que había sido depositado el cuerpo muerto de Jesús. El sepulcro vacío es un signo que exige la fe, y nos recuerda las palabras y promesas de Jesús que los apóstoles no habían acabado de comprender. La muerte ha sido destronada; la vida ha vencido para siempre. Dios acaba de dar sentido al dolor, a la pasión y muerte de su Hijo.
Me asomaré a tu sepulcro, Señor.
Y, entonces, sólo entonces me alegraré
de haberlo encontrado vacío con vendas
y sudario por el suelo
pues, al asomarme y ver todo eso,
estaré intuyendo lo que me aguarda en el futuro:
¡También yo resucitaré, Señor!
¡Gracias, Señor!
¡ALELUYA!
¡HA RESUCITADO!
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