Apóstol de Jesucristo y principal propagador del Cristianismo, que tuvo una participación decisiva en la expansión de la Iglesia, desde el momento de su conversión.
Saulo, el futuro San Pablo, nacido en Tarso de Cilicia, hacia el año 8, pertenecía a una familia judía de la diáspora o dispersión y, como tal, estaba sólidamente formado en la Ley judaica. Pronto pasó Saulo a Jerusalén, a completar su educación rabínica, y su maestro fue el más autorizado rabino de entonces, Gamaliel el Viejo. Su gran talento le afianzó rápidamente en los principios de la Ley antigua, que cita constantemente de memoria y con gran exactitud. Su carácter impetuoso le lanza a un fanatismo exagerado, en legítima defensa de la Ley y tradiciones ancestrales.
En las sinagogas de Cilicia debió de conocer la doctrina de la nueva fe cristiana, por la predicación de San Esteban, y su celo e impetuosidad le llevaron a unirse a los perseguidores de ello, convencido de que defendía la causa de Dios.
«Yo perseguí de muerte —nos dice él mismo— a los seguidores de esta nueva doctrina, aprisionando y metiendo en la cárcel a hombres y mujeres».
Y cuando estalló el motín que costó la vida a San Esteban, Pablo tomó parte activa en él, ya que los verdugos dejaron las vestiduras ante sus ojos: «Y depositaron las vestiduras delante de un mancebo llamado Saulo» (Hch.)
Por aquel tiempo se había ya constituido en Damasco un grupo importante de la nueva comunidad cristiana, del que pronto tuvo noticia Pablo, que contaba por entonces unos veintiséis años de edad. Con su afán de exterminio pidió al príncipe de los sacerdotes unas cartas de presentación para Damasco, a fin de apresar a los adeptos de la nueva fe. Mas todo había de suceder de muy distinta manera. Obtenidas las cartas, Pablo y sus compañeros se acercaban a Damasco, cuando de pronto una luz del cielo les envolvió en su resplandor. Pablo vio entonces a Jesús. A su vista cayó en tierra y oyó una voz que le decía: «Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?».
Atemorizado y sin reconocerlo, Pablo preguntó: «¿Quién eres Tú, Señor?». Y el Señor le dijo: «Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa es para ti el dar coces contra el aguijón». Saulo, entonces, temblando, teniendo ante sí la sangre de Esteban y todas sus persecuciones, otra vez preguntó: «Señor, ¿qué quieres que haga?».Y Jesús le respondió: «Levántate y entra en la ciudad, donde se te dirá lo que debes hacer».
Los compañeros de Pablo estaban asombrados. Oían, pero sin ver a nadie; y como al levantarse Pablo estaba ciego, le cogieron de la mano y le condujeron a la ciudad, donde permaneció tres días atacado por la ceguera y sin comer ni beber nada. Recobrada milagrosamente la vista, se retiró a Arabia por un tiempo, y allí, antes de volver a Damasco, permaneció entregado a la oración y en trato íntimo con el Señor. Regresó luego a la ciudad, entrando de lleno en su función de apóstol y en su gran labor evangelizadora.
Cuando empezó a predicar, directamente y sin rodeos, la doctrina de Jesús, y a proclamar que Jesucristo es el verdadero Dios y el Mesías prometido, los judíos de Damasco decidieron perderle y lograron del gobernador del rey Aretas que pusiese guardias a las puertas de la ciudad para que no pudiera escapar, mientras le perseguían dentro. «En vista de lo cual, los discípulos, tomándole una noche, le descolgaron por un muro, metido en un serón”. (Libro de los «Hechos».)
Desde entonces su vida apostólica es una cadena de persecuciones, de grandes dificultades; pero, al mismo tiempo, de grandes triunfos para la causa cristiana.
Pablo trabajó con ahínco, primero como subordinado, junto a los demás propagadores. Pronto sus grandes cualidades de organizador, su talento, su energía y férrea voluntad; su gran capacidad, en fin, para el apostolado y su extenso conocimiento de la Ley, junto a su cultura helenista, así como su habilidad para comunicar a otros su pensamiento, le destacarán entre todos. A esto hay que añadir el impulso interior que empujaba a aquel carácter ardiente a entregarse totalmente a la conversión, no sólo de los judíos, sino de todos los pueblos gentiles adonde pudiera llevar su palabra.
Viajó sin descanso de una parte a otra del mundo, solo o acompañado, sembrando la fecunda semilla de la fe en Cristo Jesús.
El celo y la actividad apostólica de San Pablo no disminuyeron con los años. Unos veinticinco duraron sus asombrosas y eficaces campañas. Y jamás cediendo al cansancio, siempre con renovadas energías. Después de un quinquenio preliminar en las cercanías de Jerusalén y Damasco, se lanza a través de Asia, por sendas desconocidas, juntamente con su amigo San Bernabé, organizando iglesias, luchando con judíos y gentiles.
Pocos años más tarde, visitará esas iglesias, en la que se llama su segunda misión o segundo gran viaje, entre el año 52 y el 55. En el decurso del mismo, su figura va agrandándose muy visiblemente, su empresa se hace cada día más vasta.
Con dos o tres compañeros, o una pequeña escolta, y otras veces solo, se interna Pablo muy adentro del inmenso imperio de los ídolos, sin dejar de tomar contacto con colonias hebreas fanáticas y rencorosas. Predica en las plazas, en los anfiteatros, en las sinagogas, y mientras unos se hacen discípulos suyos, otros se amotinan, le maldicen y le apedrean. La persecución acrece su vigor, la contradicción exalta su fe en la victoria.
Completada la evangelización de la Galacia, sigue hacia Occidente y llega a Tróada. Allí la voz del Espíritu Santo le habla por medio de un macedonio que se le aparece en sueños y le dice: «Ven a mi país». A los pocos días embarcaba para Filipos, el primer suelo europeo que enrojece con su sangre. En efecto, irritados ciertos elementos por el éxito de su predicación, la población estaba formada en parte por una colonia de veteranos romanos, se lanzaron un día sobre él y le arrastraron ante el tribunal de la ciudad, diciendo: «Este judío alborota al pueblo y propaga costumbres que no podemos aceptar los romanos».
Pablo y sus compañeros sufrieron el tormento de la flagelación y fueron arrojados a un oscuro calabozo. El carcelero les oyó cantar, vio una luz que inundaba la prisión, sintió el ruido de las cadenas que caían rotas. Compasivo, trajo comida a sus presos. Creyó. Luego fue bautizado, y al día siguiente les transmitió una orden de sus jefes: «Salid y marchad en paz».
Predica Pablo en Tesalónica, capital de la región, centro de confluencia de ideas religiosas y de tráfico mercantil. Logra conversiones importantes y deja establecida una comunidad, que pronto será iglesia floreciente. Como siempre, los judaizantes soliviantan al pueblo contra él, atentan contra su vida, y se ve obligado a fugarse. ¿A dónde irá? Los «Hechos de los Apóstoles» dicen enigmáticamente: «Los que le guiaban le llevaron hasta Atenas». En realidad, sus guías no fueron nunca otros que los impulsos del divino Espíritu.
Su breve y famosa estancia, son episodios asaz conocidos se le permitió que disertase en el foro y en el senado de los sabios. El discurso memorable que a éstos dirigió nos ha sido conservado por San Lucas, en los «Hechos».
Tomando pie de la idea del «Dios desconocido» al que había visto dedicada una ara votiva, el Apóstol les habla del Dios único, que ha creado todas las cosas, que nos ha redimido y que un día resucitará nuestra carne. Al hablar de la resurrección de los muertos, fue interrumpido por gritos, murmullos obstructivos y carcajadas. Muchos oyentes abandonaron el local; otros se acercaron al orador para decirle: «Basta por hoy; otro día nos hablarás de estas cosas». Pero algunos creyeron, entre ellos el que será en el Santoral cristiano «Dionisio el Areopagita».
Al salir Pablo de Atenas, con tristeza por los pocos adeptos conseguidos, pero con la inquebrantable esperanza de que la siembra esparcida había de fructificar en el futuro, se encamina a Corinto, donde residiría más de un año y medio. Mucho había que trabajar en la gran ciudad. Sin embargo, confiaba el Apóstol en que su frivolidad ofrecería menos resistencia a la levadura evangélica que el orgullo de los que presumían de eruditos. Y no se equivocó. Buscó el medio de ganarse el pan con el ejercicio de su oficio de constructor de tiendas. Un fabricante le tomó enseguida a su servicio. Y pronto también, alternándolo con el trabajo material, pudo desplegar su trabajo apostólico. Dialogaba con muchos, persuadía a no pocos.
Cada sábado disputaba en la sinagoga. Durante dieciocho meses no cesó de predicar, de discutir, de bautizar... Y había reunido ya una iglesia numerosa, cuando, como de costumbre, se manifestó y estalló el odio de los judíos que, no atreviéndose a darle muerte, le llevaron a los tribunales como innovador. El procónsul Galión no quiso discutir sobre asuntos de doctrinas y arrojó de su presencia a los acusadores y al acusado. Regresa entonces Pablo a Jerusalén. Tenía ansias de visitar las iglesias de Palestina, donde los judaizantes habían intrigado, sin descanso, durante tos tres años de ese su segundo viaje.
Su misión tercera se desarrolla entre los años 55 y 59. El cuartel central de su campaña es, durante más de dos años, la ciudad de Éfeso, la gran metrópoli del Asia Menor, nudo de todas las comunicaciones orientales y occidentales, punto estratégico de primer orden para arrojar la semilla del Evangelio. «Una puerta grande se abre ante mí», había dicho él mismo. Empieza predicando en la sinagoga. Pero a los tres meses rompe con los judíos. Entonces alquila por dos horas diarias el liceo de un profesor de Filosofía, y allí instruye a sus oyentes predilectos.
Su apostolado se va desplegando, en público y de casa en casa, convenciendo a los paganos, animando a los fieles, exhortando a los judíos. Estalla también allí, por fin, la algarada hebraico-gentílica contra el Apóstol.
Pablo se escapa del tumulto como puede, ayudado de algunos fieles fervorosos. Ha dejado en Éfeso una importante comunidad, que posteriormente será dirigida por el Apóstol San Juan.
En el transcurso de los dos años siguientes, encontramos a San Pablo en Macedonia, en Grecia, especialmente en Corinto, donde permanece unos tres meses, y en Jerusalén, a donde regresó con motivo de las fiestas de Pentecostés del año 58. Allí los judíos del Asia Menor, que habían acudido a dichas fiestas, se amotinaron contra él, acusándole de predicar contra la Ley y contra el Templo.
Gracias al título de ciudadano romano, cuyos privilegios hizo valer, se libró de ser azotado; luego, después de dos años de estar preso en Cesarea, logró terminar su encarcelamiento apelando al César.
Fue trasladado a Roma. En la travesía naufragó la embarcación que le llevaba. No llegó a la capital del imperio hasta principios del año 61. Su proceso duró otros dos años. Durante este tiempo pudo morar en una casa alquilada, recibir muchas visitas, y entregarse por completo al ministerio de la palabra, convirtiendo a muchos gentiles. Por fin se pronunció sentencia absolutoria en la causa que se le seguía.
Entonces Pablo se aleja de Roma y es tradición —robustecida por sus propios escritos en que consigna sus planes de apostolado— que vino a España, donde permaneció una temporada.
Vuelve después a sufrir cautiverio en Roma, a fines del año 66, en plena persecución de Nerón. Se le encierra entonces en una prisión terrible, en la que se le condenó a una absoluta inactividad e incomunicación. Debió padecer muchísimo al encontrarse paralizado. Supo, no obstante, doblegarse a la voluntad del Señor, que le tenía destinado, como a Pedro, el Príncipe de los Apóstoles, a una muerte próxima.
Según la tradición más admitida, los dos fueron inmolados el mismo día, en el año 67; Pedro, crucificado cabeza abajo en la colina del Vaticano; Pablo, decapitado en la Vía Ostiense, en la llanura que la separa del Tíber.
La vida y la obra de San Pablo se nos presentan con un relieve tan prodigioso, que nadie podrá contemplarlas nunca en toda su espléndida complejidad. «El mundo no verá jamás otro hombre como Pablo» dijo San Juan Crisóstomo, el más ilustre de sus admiradores.
La palabra y el ademán de Pablo, su vigor y fulgor místicos, subyugaban de una manera fulminante. Y fue incomparable la clara sutileza de su inteligencia.
Dialéctico formidable, no disputa por puro placer, sino para lanzar las almas a Dios. Ahí está su sublime originalidad. «Discurre de una manera violenta, rápida, intuitiva —ha dicho muy justamente un autor—; dramatiza sus argumentos, los deja sin completar, arrastrado por el torbellino de las ideas, y lo mismo sus premisas que sus conclusiones se nos presentan tumultuosamente y de improviso”.
Todo ello comprobaremos si nos afectamos a la lectura de sus «Epístolas»: cartas dirigidas a diversas iglesias y personalidades, en las cuales deja resueltos numerosos problemas y condensa toda la moral cristiana; en las cuales expone una teología cuya inmensidad no ha podido abarcar todavía ningún comentarista, una teología siempre precisa y nunca vacilante, «que nos lleva —como se ha dicho magníficamente— de misterio en misterio, de claridad en claridad, como reflejando en un espejo la gloria del Señor».
lunes, 29 de junio de 2015
CONOCE LA VIDA DE LOS SANTOS, HOY REPASAMOS LA VIDA DE SAN PEDRO APÓSTOL.
Natural de Betsaida, aldea del lago de Genezaret. Después de la resurrección de Jesucristo, asumió la dirección de la Iglesia. Trasladándose de Jerusalén a Antioquía, fundó su comunidad cristiana. Posteriormente, fijó su residencia en Roma. Fue martirizado hacia los setenta y cinco años de edad.
Fue San Pedro un pobre pescador de Galilea, residente en Cafarnaúm, en casa de su suegra. Era un hombre sencillo, con poca instrucción, y vivía de su modesto oficio. Su hermano, San Andrés, también pescador, fue quien lo presentó al divino Maestro. Era cuando Jesucristo comenzaba a escoger a sus discípulos. Dijo Andrés a Pedro, que se llamaba antes Simón: «Ven, Simón, que Jesús ya me conoce, y quiero que te conozca a ti». Cuando se presentó delante del Salvador, éste le miró largamente y le dijo: «Simón, hijo de Jonás, de ahora en adelante te llamarás Pedro». Con este cambio de nombre, Jesús tomaba posesión de su nuevo discípulo. Y desde aquel día le trató siempre con distinción delante de los otros, como había querido significar con el nuevo nombre. Pedro quiere decir piedra. Y, en efecto, Jesús le distinguió ya enseguida como Piedra fundamental de su iglesia y Cabeza del Colegio Apostólico. Por voluntad de Jesús, la figura de Pedro se va destacando cada día más entre los Apóstoles. Él es quien recibe de Jesucristo más demostraciones de familiaridad y confianza.
Un día, Jesús subió a la barca de Pedro y le mandó que se hiciese mar adentro y echase las redes para la pesca. Pedro le hizo notar que él y sus compañeros lo habían hecho inútilmente toda la noche; pero añadió: «Ya que Tú me lo dices, echaré las redes». Fue tanta la pesca, que las redes se rompían. La barca de Pedro y la de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo se llenaron de peces. Aquel milagro, conmovió a todos los pescadores. Pedro, asombrado, se arrojó a los pies del divino Maestro, diciendo: «Apártate de mí, Señor, que yo soy un pobre pescador». Jesús le animó con estas palabras: «No temas, serán hombres lo que tú pescarás de ahora en adelante». Y dirigiéndose también a Juan, Santiago y Andrés, añadió: «Seguidme. Yo os haré pescadores de hombres». Desde entonces, los cuatro discípulos ya no dejaron ni un solo día de seguirle por todas partes.
En otra ocasión, cuando Jesús ya había reunido los doce Apóstoles, quiso quedarse solo en tierra para pasar la noche en oración, mientras ellos se embarcaban para atravesar el mar de Galilea. Hacia la madrugada se levantó un viento muy fuerte y se desencadenó una tempestad de oleaje que les ponía en peligro. Cuando estaban más espantados, Jesús se les apareció sobre el mar, caminando hacia ellos. De momento no lo conocieron, y comenzaron a gritar: «Viene un fantasma, viene un fantasma». Pero Jesús les tranquilizó, diciendo: «Sosegaos, soy yo, no tengáis miedo». Pedro le dijo: «Si eres Tú, manda que yo vaya hasta Ti sobre las ondas». Jesús se lo ordenó, y Pedro se lanzó al mar caminando sobre las aguas, con admiración de todos. Mas he aquí que sopla una ráfaga de viento y las olas se encrespan vivamente, y a Pedro le parece que se va a sumergir. «Señor, sálvame», grita con gran terror. Jesucristo se le acerca, le alarga la mano y le riñe dulcemente: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?». Después sube a la barca de Pedro, y en un instante se calma por completo la tormenta.
Cuando Jesús, predicando en Cafarnaúm, prometió el alimento eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, casi todos los oyentes se extrañaron y se marcharon sin querer oírle más, diciendo: «¿Quién puede oír semejante cosa?». El divino Maestro se quedó con los doce Apóstoles y les preguntó: «¿Qué? Os queréis ir también vosotros?». Pedro, en nombre de todos,le respondió: «¡Señor! ¿A dónde iremos? Tú dices palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que eres el Cristo, el Hijo de Dios».
El hecho capital de la vida de San Pedro es la institución del Primado pontificio. Caminaba Jesús en compañía de los doce Apóstoles hacia Cesarea de Filipo; de repente les preguntó: «¿Qué dice de Mí la gente? ¿quien dicen que soy?». Le respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista resucitado, otros que eres Elías, o Jeremías o uno de los profetas». Y Jesús dice: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Entonces, San Pedro dice con entusiasmo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», Complacido Jesús de esta respuesta tan pronta, inspirada por el Cielo, dijo a Pedro: «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne o la sangre [es decir, el mundo], sino el Padre celestial». E inmediatamente le proclama Cabeza de los Apóstoles y de toda la Iglesia: «Yo te digo, que tú eres Pedro [piedra], y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno [esto es, las fuerzas de sus enemigos] jamás prevalecerán contra ella. Y te daré las llaves del reino de los Cielos: todo lo que ligares en la tierra, será ligado en el Cielo y todo lo que desatares en la tierra, en el Cielo será desatado».
San Pedro, San Juan y Santiago eran los discípulos más amados de Jesús. Muchas veces le acompañaban los tres, sin los otros Apóstoles. Jesús les dio pruebas grandísimas de su predilección; entre otras, la de llevarlos a la cumbre del monte Tabor y transfigurarse allí delante de ellos, volviéndose resplandeciente como el sol y con las vestiduras blancas como la nieve, y la de haber querido que le acompañasen dentro del huerto de Getsemaní, momentos antes de comenzar su sagrada Pasión. Cuando en aquel huerto se acercaron los soldados enviados por los fariseos para prender a Jesús, Pedro quiso defenderlo y, cogiendo una espada, comenzó a descargar golpes y cortó una oreja a Malco, criado del sumo sacerdote. Jesús templó el ardor de Pedro mandándole que dejase la espada, y curó milagrosamente la oreja de Malco.
Pero a pesar de este entusiasmo de Pedro por Jesús, manifestado tan hermosamente, aquella misma noche cometía un pecado abominable, negando tres veces al divino Maestro y perjurando que no lo conocía, cuando los soldados y siervos de la casa de Caifás le señalaban como uno de los doce discípulos. La causa de aquel pecado fue la presunción, el haberse fiado demasiado de su valentía.
En el huerto de Getsemaní Jesucristo había dicho a los tres discípulos que hiciesen oración para poder mantenerse fuertes en las horas de prueba, pero los tres se durmieron. La oración es la mejor arma contra las tentaciones y los peligros de pecar.
San Pedro se habría portado de otra manera si no la hubiese descuidado. Además, quiso meterse en casa de Caifás y calentarse al fuego en medio de los enemigos de Jesús, creyendo que no sería conocido, o que, en caso de serlo, sabría defender con valor a su divino Maestro. ¡Cara le costó una imprudencia tan grande!
He aquí unas palabras inmortales que resonarán triunfalmente hasta el fin del mundo de uno a otro extremo de la tierra, proclamando la locura de los enemigos de la Iglesia y la imposibilidad de su victoria. Podrán perseguir la religión santa de Jesucristo; pero ella triunfará siempre, y de cada persecución saldrá más briosa y fortalecida. La historia de los siglos pasados nos prueba cómo ha sido hasta ahora, y así sucederá hasta el fin de los siglos venideros.
Además, las palabras que Jesucristo dijo a San Pedro confieren la autoridad suprema en el gobierno de la Iglesia universal.
Jesús le había predicho que antes de que el gallo cantase dos veces, él le había de negar tres. Y cuando San Pedro oyó cantar la segunda vez al gallo en la noche callada, se acordó de la profecía de Jesús y salió fuera, llorando amargamente. El Salvador quiso consolarlo, apareciéndosele después de su Resurrección y diciéndole que le perdonaba. Todavía Jesús le dio, más tarde, otra gran prueba de amor confirmándole en el Primado de la Iglesia. Poco antes de la Ascensión, estando en la playa del mar de Galilea y después de otra pesca milagrosa, preguntó Jesucristo tres veces seguidas a Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que los otros?». A las dos primeras respuestas afirmativas del Apóstol, el Salvador respondió: «Apacienta mis corderos». La tercera vez, extrañado Pedro de la insistencia, contestó: «¡Señor, Tú sabes que yo te amo!». Y le replicó Jesús: «Apacienta mis ovejas». De este modo el Príncipe de los Apóstoles quedaba indudablemente investido de la suprema potestad de regir toda la Iglesia: los fieles, figurados por los corderos; los sacerdotes y obispos, figurados por las ovejas de Jesús.
A la mañana siguiente de la Ascensión de Jesucristo, comenzó Pedro a ejercer la dignidad y el oficio de primer Papa. En el Cenáculo presidió a los discípulos durante aquellos días en espera del Espíritu Santo. Asimismo, dirigió la elección de San Matías, que había de ocupar el lugar de Judas en el Colegio Apostólico. El día de Pentecostés inauguró la predicación del Evangelio, convirtiendo en la misma Jerusalén a tres mil personas. Al cabo de poco tiempo hizo el primer milagro, curando a un paralítico, en el nombre de Jesús, a las puertas del templo de Salomón. Inmediatamente y en vista del prodigio se convirtieron cinco mil personas más y pidieron el Bautismo.
San Pedro murió mártir en Roma, de donde fue el primer Obispo durante veinticinco años. Antes de establecerse en la Ciudad Eterna había regido la iglesia de Antioquía y hecho numerosos viajes para visitar las diócesis que se iban fundando y organizar toda la naciente Iglesia. Era el año 67 cuando fueron presos San Pedro y San Pablo, por orden del emperador Nerón. Ambos fueron conducidos al suplicio el 29 de junio. San Pablo fue decapitado, mientras que el primer Papa moría crucificado, cabeza abajo, en el mismo lugar en que hoy se venera su glorioso sepulcro y se eleva la magnífica Basílica vaticana.
Fue San Pedro un pobre pescador de Galilea, residente en Cafarnaúm, en casa de su suegra. Era un hombre sencillo, con poca instrucción, y vivía de su modesto oficio. Su hermano, San Andrés, también pescador, fue quien lo presentó al divino Maestro. Era cuando Jesucristo comenzaba a escoger a sus discípulos. Dijo Andrés a Pedro, que se llamaba antes Simón: «Ven, Simón, que Jesús ya me conoce, y quiero que te conozca a ti». Cuando se presentó delante del Salvador, éste le miró largamente y le dijo: «Simón, hijo de Jonás, de ahora en adelante te llamarás Pedro». Con este cambio de nombre, Jesús tomaba posesión de su nuevo discípulo. Y desde aquel día le trató siempre con distinción delante de los otros, como había querido significar con el nuevo nombre. Pedro quiere decir piedra. Y, en efecto, Jesús le distinguió ya enseguida como Piedra fundamental de su iglesia y Cabeza del Colegio Apostólico. Por voluntad de Jesús, la figura de Pedro se va destacando cada día más entre los Apóstoles. Él es quien recibe de Jesucristo más demostraciones de familiaridad y confianza.
Un día, Jesús subió a la barca de Pedro y le mandó que se hiciese mar adentro y echase las redes para la pesca. Pedro le hizo notar que él y sus compañeros lo habían hecho inútilmente toda la noche; pero añadió: «Ya que Tú me lo dices, echaré las redes». Fue tanta la pesca, que las redes se rompían. La barca de Pedro y la de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo se llenaron de peces. Aquel milagro, conmovió a todos los pescadores. Pedro, asombrado, se arrojó a los pies del divino Maestro, diciendo: «Apártate de mí, Señor, que yo soy un pobre pescador». Jesús le animó con estas palabras: «No temas, serán hombres lo que tú pescarás de ahora en adelante». Y dirigiéndose también a Juan, Santiago y Andrés, añadió: «Seguidme. Yo os haré pescadores de hombres». Desde entonces, los cuatro discípulos ya no dejaron ni un solo día de seguirle por todas partes.
En otra ocasión, cuando Jesús ya había reunido los doce Apóstoles, quiso quedarse solo en tierra para pasar la noche en oración, mientras ellos se embarcaban para atravesar el mar de Galilea. Hacia la madrugada se levantó un viento muy fuerte y se desencadenó una tempestad de oleaje que les ponía en peligro. Cuando estaban más espantados, Jesús se les apareció sobre el mar, caminando hacia ellos. De momento no lo conocieron, y comenzaron a gritar: «Viene un fantasma, viene un fantasma». Pero Jesús les tranquilizó, diciendo: «Sosegaos, soy yo, no tengáis miedo». Pedro le dijo: «Si eres Tú, manda que yo vaya hasta Ti sobre las ondas». Jesús se lo ordenó, y Pedro se lanzó al mar caminando sobre las aguas, con admiración de todos. Mas he aquí que sopla una ráfaga de viento y las olas se encrespan vivamente, y a Pedro le parece que se va a sumergir. «Señor, sálvame», grita con gran terror. Jesucristo se le acerca, le alarga la mano y le riñe dulcemente: «Hombre de poca fe, ¿por qué has dudado?». Después sube a la barca de Pedro, y en un instante se calma por completo la tormenta.
Cuando Jesús, predicando en Cafarnaúm, prometió el alimento eucarístico de su Cuerpo y de su Sangre, casi todos los oyentes se extrañaron y se marcharon sin querer oírle más, diciendo: «¿Quién puede oír semejante cosa?». El divino Maestro se quedó con los doce Apóstoles y les preguntó: «¿Qué? Os queréis ir también vosotros?». Pedro, en nombre de todos,le respondió: «¡Señor! ¿A dónde iremos? Tú dices palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído y conocido que eres el Cristo, el Hijo de Dios».
El hecho capital de la vida de San Pedro es la institución del Primado pontificio. Caminaba Jesús en compañía de los doce Apóstoles hacia Cesarea de Filipo; de repente les preguntó: «¿Qué dice de Mí la gente? ¿quien dicen que soy?». Le respondieron: «Unos dicen que eres Juan Bautista resucitado, otros que eres Elías, o Jeremías o uno de los profetas». Y Jesús dice: «Y vosotros, ¿quién decís que soy?». Entonces, San Pedro dice con entusiasmo: «Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios vivo», Complacido Jesús de esta respuesta tan pronta, inspirada por el Cielo, dijo a Pedro: «Bienaventurado tú, Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne o la sangre [es decir, el mundo], sino el Padre celestial». E inmediatamente le proclama Cabeza de los Apóstoles y de toda la Iglesia: «Yo te digo, que tú eres Pedro [piedra], y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno [esto es, las fuerzas de sus enemigos] jamás prevalecerán contra ella. Y te daré las llaves del reino de los Cielos: todo lo que ligares en la tierra, será ligado en el Cielo y todo lo que desatares en la tierra, en el Cielo será desatado».
San Pedro, San Juan y Santiago eran los discípulos más amados de Jesús. Muchas veces le acompañaban los tres, sin los otros Apóstoles. Jesús les dio pruebas grandísimas de su predilección; entre otras, la de llevarlos a la cumbre del monte Tabor y transfigurarse allí delante de ellos, volviéndose resplandeciente como el sol y con las vestiduras blancas como la nieve, y la de haber querido que le acompañasen dentro del huerto de Getsemaní, momentos antes de comenzar su sagrada Pasión. Cuando en aquel huerto se acercaron los soldados enviados por los fariseos para prender a Jesús, Pedro quiso defenderlo y, cogiendo una espada, comenzó a descargar golpes y cortó una oreja a Malco, criado del sumo sacerdote. Jesús templó el ardor de Pedro mandándole que dejase la espada, y curó milagrosamente la oreja de Malco.
Pero a pesar de este entusiasmo de Pedro por Jesús, manifestado tan hermosamente, aquella misma noche cometía un pecado abominable, negando tres veces al divino Maestro y perjurando que no lo conocía, cuando los soldados y siervos de la casa de Caifás le señalaban como uno de los doce discípulos. La causa de aquel pecado fue la presunción, el haberse fiado demasiado de su valentía.
En el huerto de Getsemaní Jesucristo había dicho a los tres discípulos que hiciesen oración para poder mantenerse fuertes en las horas de prueba, pero los tres se durmieron. La oración es la mejor arma contra las tentaciones y los peligros de pecar.
San Pedro se habría portado de otra manera si no la hubiese descuidado. Además, quiso meterse en casa de Caifás y calentarse al fuego en medio de los enemigos de Jesús, creyendo que no sería conocido, o que, en caso de serlo, sabría defender con valor a su divino Maestro. ¡Cara le costó una imprudencia tan grande!
He aquí unas palabras inmortales que resonarán triunfalmente hasta el fin del mundo de uno a otro extremo de la tierra, proclamando la locura de los enemigos de la Iglesia y la imposibilidad de su victoria. Podrán perseguir la religión santa de Jesucristo; pero ella triunfará siempre, y de cada persecución saldrá más briosa y fortalecida. La historia de los siglos pasados nos prueba cómo ha sido hasta ahora, y así sucederá hasta el fin de los siglos venideros.
Además, las palabras que Jesucristo dijo a San Pedro confieren la autoridad suprema en el gobierno de la Iglesia universal.
Jesús le había predicho que antes de que el gallo cantase dos veces, él le había de negar tres. Y cuando San Pedro oyó cantar la segunda vez al gallo en la noche callada, se acordó de la profecía de Jesús y salió fuera, llorando amargamente. El Salvador quiso consolarlo, apareciéndosele después de su Resurrección y diciéndole que le perdonaba. Todavía Jesús le dio, más tarde, otra gran prueba de amor confirmándole en el Primado de la Iglesia. Poco antes de la Ascensión, estando en la playa del mar de Galilea y después de otra pesca milagrosa, preguntó Jesucristo tres veces seguidas a Pedro: «Simón, hijo de Jonás, ¿me amas más que los otros?». A las dos primeras respuestas afirmativas del Apóstol, el Salvador respondió: «Apacienta mis corderos». La tercera vez, extrañado Pedro de la insistencia, contestó: «¡Señor, Tú sabes que yo te amo!». Y le replicó Jesús: «Apacienta mis ovejas». De este modo el Príncipe de los Apóstoles quedaba indudablemente investido de la suprema potestad de regir toda la Iglesia: los fieles, figurados por los corderos; los sacerdotes y obispos, figurados por las ovejas de Jesús.
A la mañana siguiente de la Ascensión de Jesucristo, comenzó Pedro a ejercer la dignidad y el oficio de primer Papa. En el Cenáculo presidió a los discípulos durante aquellos días en espera del Espíritu Santo. Asimismo, dirigió la elección de San Matías, que había de ocupar el lugar de Judas en el Colegio Apostólico. El día de Pentecostés inauguró la predicación del Evangelio, convirtiendo en la misma Jerusalén a tres mil personas. Al cabo de poco tiempo hizo el primer milagro, curando a un paralítico, en el nombre de Jesús, a las puertas del templo de Salomón. Inmediatamente y en vista del prodigio se convirtieron cinco mil personas más y pidieron el Bautismo.
San Pedro murió mártir en Roma, de donde fue el primer Obispo durante veinticinco años. Antes de establecerse en la Ciudad Eterna había regido la iglesia de Antioquía y hecho numerosos viajes para visitar las diócesis que se iban fundando y organizar toda la naciente Iglesia. Era el año 67 cuando fueron presos San Pedro y San Pablo, por orden del emperador Nerón. Ambos fueron conducidos al suplicio el 29 de junio. San Pablo fue decapitado, mientras que el primer Papa moría crucificado, cabeza abajo, en el mismo lugar en que hoy se venera su glorioso sepulcro y se eleva la magnífica Basílica vaticana.
SOLEMNIDAD DE SAN PEDRO Y SAN PABLO APÓSTOLES, DÍA DEL SUMO PONTÍFICE.
“El día de hoy es para nosotros sagrado, porque en él celebramos el martirio de los santos apóstoles Pedro y Pablo. Es que ambos eran en realidad una sola cosa aunque fueran martirizados en días diversos”, explicaba el Obispo San Agustín (354-430) en sus sermones a los inicios del cristianismo.
Esta celebración recuerda que San Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, quien con humildad aceptó la misión de ser “la roca” de la Iglesia.
El Papa por su parte, como Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de fieles. Es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal. Por ello se festeja también en esta fecha el día del Sumo Pontífice.
Asimismo se conmemora a San Pablo, el Apóstol de los gentiles, que antes de su conversión era perseguidor de los cristianos y pasó, con su vida, a ser un ardoroso evangelizador para todos los católicos, sin reservas en el anuncio del Evangelio.
Tal como recordó el Papa Benedicto XVI en el 2012, “la tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a San Pedro y a San Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo…” “Aunque humanamente muy diferentes el uno del otro, y a pesar de que no faltaron conflictos en su relación, han constituido un modo nuevo de ser hermanos, vivido según el Evangelio, un modo auténtico hecho posible por la gracia del Evangelio de Cristo que actuaba en ellos. Sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad”, destacó.
Esta celebración recuerda que San Pedro fue elegido por Cristo: “Tú eres Pedro y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”, quien con humildad aceptó la misión de ser “la roca” de la Iglesia.
El Papa por su parte, como Sucesor de Pedro y Vicario de Cristo, es el principio y fundamento perpetuo y visible de unidad, así de los obispos como de la multitud de fieles. Es Pastor de toda la Iglesia y tiene potestad plena, suprema y universal. Por ello se festeja también en esta fecha el día del Sumo Pontífice.
Asimismo se conmemora a San Pablo, el Apóstol de los gentiles, que antes de su conversión era perseguidor de los cristianos y pasó, con su vida, a ser un ardoroso evangelizador para todos los católicos, sin reservas en el anuncio del Evangelio.
Tal como recordó el Papa Benedicto XVI en el 2012, “la tradición cristiana siempre ha considerado inseparables a San Pedro y a San Pablo: juntos, en efecto, representan todo el Evangelio de Cristo…” “Aunque humanamente muy diferentes el uno del otro, y a pesar de que no faltaron conflictos en su relación, han constituido un modo nuevo de ser hermanos, vivido según el Evangelio, un modo auténtico hecho posible por la gracia del Evangelio de Cristo que actuaba en ellos. Sólo el seguimiento de Jesús conduce a la nueva fraternidad”, destacó.
domingo, 28 de junio de 2015
50 ANIVERSARIO DE LA PARROQUIA
AGRADECIMIENTO POR PARTE DE LA FELIGRESÍA DE NUESTRA PARROQUIA AL RVDO. PADRE D. SEBASTIÁN LLANES.
¡MUCHAS GRACIAS!
XIIIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
Las lecturas de hoy nos hablan, sobre todo, de la vida. En la primera escucharemos como Dios goza con la vida de sus hijos. Otra cosa es que, el hombre, se empeñe en ir por otros caminos. Por otro lado, la segunda lectura, San Pablo nos habla de la Fe como un buen elemento moral para luchar en contra del mal o en contra de cualquier tipo de crisis. Finalmente, el evangelio, nuevamente nos habla de la vida que nos trae Jesús. Tan sólo, con la fe, podemos ganar el corazón de Cristo.
En la Primera Lectura (Sab 1, 13-15; 2, 23-24) nos explica claramente que Dios no quiere la muerte, ni la enfermedad. La muerte y la destrucción no provienen de él, sino que se han introducido en el mundo a causa de la envidia del maligno.
El Salmo (29) "Te ensalzaré Señor, porque me has librado" se utilizó como plegaría litúrgica para la dedicación del Templo de Jerusalén tras la victoria de los Macabeos. Fue, después, un canto oficial para muchas ceremonias dentro del templo. Pero en su contenido se ve que es un oración de reconocimiento a Dios por haber librado al salmista de alguna enfermedad muy grave. Para eso mismo puede servirnos a nosotros mismos, hoy. Es un canto de agradecimiento por todos los bienes recibidos de nuestro Dios Padre.
En la Segunda Lectura (2 Co. 8, 7. 9. 13-15) el apóstol Pablo alude a una colecta realizada a favor de los hermanos necesitados de la comunidad de Jerusalén, y pide a los Corintios que sean generosos con la Iglesia madre. El ejemplo lo da el mismo Jesús, que siendo rico se hizo pobre para enriquecernos. Compartir los bienes es un signo de fe y de fraternidad.
En el Evangelio (Mc 5, 21-43) el evangelista Marcos presenta a Jesús como el vencedor de la enfermedad y de la misma muerte. Jesús cura a una mujer y devuelve a la vida la hija de un personaje. Esto es, actúa siempre en favor del bienestar de las personas y, al mismo tiempo, evita toda apariencia de triunfalismo. Ése es el proyecto de Dios y Jesús lo hace realidad.
La celebración de este domingo debe llevarnos, a quienes creemos en Jesús Resucitado, a luchar contra toda forma de muerte, y a crear y comunicar vida. Quien arriesga y da su vida por amor, hace posible la esperanza y la vida de los otros, como Jesús mismo.
Tengo fe, pero ayúdame.
Sí, Señor; tengo fe pero ayúdame.
Porque, si miro a mi alrededor,
veo que poco o nada pueden hacer por mí.
Porque, hace mucho tiempo,
mucho tiempo, Señor, que los que me ven
ya no hacen nada por mí.
Por eso, Jesús, fuente de la salud y de la vida:
ayúdame a salir de las situaciones que me postran
a superar tantos flujos de sangre
que me dejan sin posibilidad de brindarme
por Ti, por tu Reino y por los que me necesitan
Y si me pides algo, mi Señor, sabes que mi pobre fe,
aunque Tú la puedes hacer más rica
es lo que te puedo ofrecer.
Amén
sábado, 27 de junio de 2015
FESTIVIDAD DE NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO
Se dice que en el siglo XV un comerciante adinerado del Mar Mediterráneo tenía la pintura del Perpetuo Socorro, aunque se desconoce el cómo llegó a sus manos. Para proteger el cuadro de ser destruido, decidió llevarlo a Italia y en la travesía se desató una terrible tormenta. El comerciante tomó el cuadro en alto, pidió socorro y el mar se calmó. Estando ya en Roma, él tenía un amigo, a quien le mostró el cuadro y le dijo que un día el mundo entero rendiría homenaje a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro.
Después de un tiempo, el mercader enfermó y, antes de morir, le hizo prometer a su amigo que colocaría la pintura en una iglesia ilustre. Sin embargo, la esposa del amigo se encariño con la pintura y este no realizó su promesa.
Nuestra Señora se le apareció al hombre en varias ocasiones pidiéndole que cumpliera la promesa, pero al no querer disgustar a su mujer, enfermó y murió. Más adelante, la Virgen habló con la hija de seis años y le dio el mismo mensaje de que deseaba que el cuadro fuera puesto en una iglesia. La pequeña fue y se lo contó a su madre.
La mamá se asustó y a una vecina que se burló de lo ocurrido le vinieron unos dolores tan fuertes que solo se alivió cuando invocó arrepentida la ayuda de la Virgen y tocó el cuadro. Nuestra Señora se volvió a aparecer a la niña y le dijo que la pintura debía ser puesta en la iglesia de San Mateo, que quedaba entre las Basílicas Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. Finalmente, así se hizo y se obraron grandes milagros.
Siglos después, Napoleón destruyó muchas iglesias, entre ellas la de San Mateo, pero un padre agustino logró llevarse secretamente el cuadro y más adelante fue colocado en una capilla agustiniana en Posterula.
Los Redentoristas construyeron la Iglesia de San Alfonso sobre las ruinas de la iglesia de San Mateo y en sus investigaciones descubrieron que antes ahí estaba el milagroso cuadro del Perpetuo Socorro y que lo tenían los Agustinos. Gracias a un sacerdote jesuita conocieron el deseo de la Virgen de ser honrada en ese lugar.
Es así que el superior de los Redentoristas solicitó al Beato Pío IX, quien dispuso que el cuadro fuera devuelto a la Iglesia entre Santa María la Mayor y San Juan de Letrán. Asimismo, encargó a los Redentoristas que hicieran que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fuera conocida.
Los Agustinos, una vez que supieron la historia y el deseo del Pontífice, gustosos devolvieron la imagen mariana para complacer a la Virgen.
Hoy en día la devoción a Nuestra Señora del perpetuo Socorro se ha expandido por diversos lugares, construyéndose iglesias y santuarios en su honor. Su retrato es conocido y venerado en todas partes del mundo.
miércoles, 24 de junio de 2015
CONOCE LA VIDA DE LOS SANTOS, HOY CELEBRAMOS EL NACIMIENTO DE SAN JUAN BAUTISTA.
“La Iglesia celebra el nacimiento de Juan como algo sagrado y él es el único de los santos cuyo nacimiento se festeja”, explicaba el Obispo San Agustín (354-430) en sus sermones ya en los primeros siglos del cristianismo.
“Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan”, añadía el Santo Doctor de la Iglesia.
San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo. En el primer capítulo de San Lucas se narra que Zacarías era un sacerdote judío casado con Santa Isabel y no tenían hijos porque ella era estéril. Estando ya de edad muy avanzada, el ángel Gabriel se le apareció a Zacarías de pie a la derecha del altar. El mensajero divino le comunicó que su esposa iba a tener un hijo, que sería el precursor del Mesías, y a quien pondría por nombre Juan. Zacarías dudó de esta noticia y Gabriel le dijo que quedaría mudo hasta que todo se cumpliese.
Meses después, cuando María recibió el anuncio de que sería madre del Salvador, la Virgen partió a ver a su prima Isabel y se quedó ayudándola hasta que nació San Juan.
Así como el nacimiento del Señor se celebra cada 25 de diciembre, cercano al solsticio de invierno, el día más corto del año, el nacimiento de San Juan es el 24 de junio, alrededor del solsticio de verano, el día más largo. Así, después de Jesús los días van a más y después de Juan, los días van a menos hasta que vuelve “a nacer el sol”.
La Iglesia señaló estas fechas por el siglo IV con la finalidad de que se superpongan a dos fiestas importantes del calendario greco-romano: “día del sol” (25 de diciembre) y el “día de Diana” en el verano, cuya fiesta conmemoraba la fertilidad. El martirio de San Juan Bautista se conmemora cada 29 de agosto.
El Profeta del Altísimo
El 24 de junio de 2012, con ocasión de esta fiesta, el entonces Papa Benedicto XVI afirmó que el ejemplo de San Juan Bautista, llama a los cristianos “a convertirnos, a testimoniar a Cristo y anunciarlo a tiempo y contra el tiempo”. En sus palabras previas al rezo del Ángelus, recordó la vida de San Juan Bautista e indicó que “si se excluye la Virgen María, el Bautista es el único santo de quien la liturgia festeja el nacimiento, y lo hace porque está estrechamente relacionado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios”.
“Desde el seno materno, en efecto, Juan es el precursor de Jesús: su prodigiosa concepción es anunciada por el Ángel a María como signo de que “nada es imposible a Dios”.
Benedicto XVI recordó que “el padre de Juan, Zacarías, marido de Isabel, pariente de María, era sacerdote del culto judío. Él no creyó enseguida al anuncio de una paternidad ya inesperada y por este motivo quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al cual él y su mujer le dieron el nombre indicado por Dios, es decir Juan, que significa ‘el Señor hace gracia’”. Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión del hijo: ‘y tú niño serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados’”.
Explicó que “todo esto se manifestó 30 años después, cuando Juan bautizaba en el río Jordán, se puso a bautizar, llamando a la gente a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea”. “Cuando un día, desde Nazaret, viene Jesús mismo para hacerse bautizar, Juan primero rechazó, pero luego aceptó, y vio el Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celeste que lo proclamaba su Hijo”.
El Santo Padre explicó que la misión de San Juan Bautista no se había cumplido hasta entonces, pues “poco tiempo después, se le pidió que anticipara a Jesús también en la muerte violenta. Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes y así dio pleno testimonio del Cordero de Dios, a quien él, primero que todos, había reconocido e indicado públicamente”.
Benedicto XVI también recordó que "la Virgen María ayudó la anciana pariente Isabel a llevar hasta el último la concepción de Juan". "Ella ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que el Bautista anunció con gran humildad y ardor profético", concluyó.
“Juan viene a ser como la línea divisoria entre los dos Testamentos, el antiguo y el nuevo. Así lo atestigua el mismo Señor, cuando dice: La ley y los profetas llegaron hasta Juan”, añadía el Santo Doctor de la Iglesia.
San Juan Bautista nació seis meses antes de Jesucristo. En el primer capítulo de San Lucas se narra que Zacarías era un sacerdote judío casado con Santa Isabel y no tenían hijos porque ella era estéril. Estando ya de edad muy avanzada, el ángel Gabriel se le apareció a Zacarías de pie a la derecha del altar. El mensajero divino le comunicó que su esposa iba a tener un hijo, que sería el precursor del Mesías, y a quien pondría por nombre Juan. Zacarías dudó de esta noticia y Gabriel le dijo que quedaría mudo hasta que todo se cumpliese.
Meses después, cuando María recibió el anuncio de que sería madre del Salvador, la Virgen partió a ver a su prima Isabel y se quedó ayudándola hasta que nació San Juan.
Así como el nacimiento del Señor se celebra cada 25 de diciembre, cercano al solsticio de invierno, el día más corto del año, el nacimiento de San Juan es el 24 de junio, alrededor del solsticio de verano, el día más largo. Así, después de Jesús los días van a más y después de Juan, los días van a menos hasta que vuelve “a nacer el sol”.
La Iglesia señaló estas fechas por el siglo IV con la finalidad de que se superpongan a dos fiestas importantes del calendario greco-romano: “día del sol” (25 de diciembre) y el “día de Diana” en el verano, cuya fiesta conmemoraba la fertilidad. El martirio de San Juan Bautista se conmemora cada 29 de agosto.
El Profeta del Altísimo
El 24 de junio de 2012, con ocasión de esta fiesta, el entonces Papa Benedicto XVI afirmó que el ejemplo de San Juan Bautista, llama a los cristianos “a convertirnos, a testimoniar a Cristo y anunciarlo a tiempo y contra el tiempo”. En sus palabras previas al rezo del Ángelus, recordó la vida de San Juan Bautista e indicó que “si se excluye la Virgen María, el Bautista es el único santo de quien la liturgia festeja el nacimiento, y lo hace porque está estrechamente relacionado con el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios”.
“Desde el seno materno, en efecto, Juan es el precursor de Jesús: su prodigiosa concepción es anunciada por el Ángel a María como signo de que “nada es imposible a Dios”.
Benedicto XVI recordó que “el padre de Juan, Zacarías, marido de Isabel, pariente de María, era sacerdote del culto judío. Él no creyó enseguida al anuncio de una paternidad ya inesperada y por este motivo quedó mudo hasta el día de la circuncisión del niño, al cual él y su mujer le dieron el nombre indicado por Dios, es decir Juan, que significa ‘el Señor hace gracia’”. Animado por el Espíritu Santo, Zacarías habló así de la misión del hijo: ‘y tú niño serás llamado Profeta del Altísimo, porque irás delante del Señor preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados’”.
Explicó que “todo esto se manifestó 30 años después, cuando Juan bautizaba en el río Jordán, se puso a bautizar, llamando a la gente a prepararse, con aquel gesto de penitencia, a la inminente venida del Mesías, que Dios le había revelado durante su permanencia en el desierto de Judea”. “Cuando un día, desde Nazaret, viene Jesús mismo para hacerse bautizar, Juan primero rechazó, pero luego aceptó, y vio el Espíritu Santo posarse sobre Jesús y oyó la voz del Padre celeste que lo proclamaba su Hijo”.
El Santo Padre explicó que la misión de San Juan Bautista no se había cumplido hasta entonces, pues “poco tiempo después, se le pidió que anticipara a Jesús también en la muerte violenta. Juan fue decapitado en la cárcel del rey Herodes y así dio pleno testimonio del Cordero de Dios, a quien él, primero que todos, había reconocido e indicado públicamente”.
Benedicto XVI también recordó que "la Virgen María ayudó la anciana pariente Isabel a llevar hasta el último la concepción de Juan". "Ella ayude a todos a seguir a Jesús, el Cristo, el Hijo de Dios, que el Bautista anunció con gran humildad y ardor profético", concluyó.
lunes, 15 de junio de 2015
CONOCE LA VIDA DE LOS SANTOS, HOY SANTA MARÍA MICAELA DEL SANTÍSIMO SACRAMENTO
“Mi Providencia y tu fe mantendrán la casa en pie”, era la frase sobre Dios que Santa María Micaela del Santísimo Sacramento pedía que colocaran sus religiosas en cada casa. Con su sacrificado apostolado rescató a muchas mujeres de la “mala vida”.
Santa María Micaela nació en Madrid (España) en 1809 en una familia de clase alta, pero desde pequeña tuvo que afrontar grandes pesares. Sus padres murieron inesperadamente, su hermanita perdió la razón y su otra hermana fue desterrada por los enemigos políticos de su esposo.
Tuvo que acompañar a su hermano en su trabajo como embajador en París y luego en Bruselas. Solía madrugar para hacer sus prácticas de piedad, ir a Misa y hacer obras de caridad con los pobres y enfermos. Desde el mediodía, tenía que asistir a los banquetes diplomáticos y diversas actividades, mostrándose sonriente a pesar de no sentirse bien de salud. Al volver a Madrid se encuentra con María Ignacia Rico con quien visitó el hospital San Juan de Dios, donde había mujeres de la mala vida que habían caído enfermas y Micaela se quedó impresionada con la vida horrorosa y cruel de las prostitutas.
Con su amiga Ignacia consiguieron una casita para albergar a las muchachas, redimirlas y salvarlas. Esto generó habladurías e incomprensiones para con Micaela en la alta sociedad y el clero, perdiendo a sus amistades. Pero la Santa dejó su elegante barrio y se fue a vivir con las pobres mujeres.
Santa Micaela solía escuchar voces interiores de Dios, pero su director espiritual le prohibió hacerles caso. Ella por obediencia no siguió la voz que le decía que la comida estaba envenenada y se enfermó. Más adelante llegó un santo director espiritual, San Antonio María Claret, con quien pudo crecer en santidad.
Cierto día fue a una “casa de citas” a rescatar a una muchacha que estaba allí obligada. La insultaron, le lanzaron piedras y la insultaron con vulgaridades, pero Santa Micaela salvó finalmente a la chica sonriendo, como si estuviera recibiendo todos los honores.
Más adelante, la reina de España la mandó llamar para pedirle unos consejos. Fundó la comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo sacramento dedicadas a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y en la impureza.
Madre Micaela había socorrido por varios años a los enfermos de la peste de tifo negro sin contagiarse, pero en 1865 se fue a Valencia a ayudar a los enfermos del cólera y contrajo la mortal enfermedad. Partió a la Casa del Padre el 24 de agosto. Fue canonizada en 1934.
Santa María Micaela nació en Madrid (España) en 1809 en una familia de clase alta, pero desde pequeña tuvo que afrontar grandes pesares. Sus padres murieron inesperadamente, su hermanita perdió la razón y su otra hermana fue desterrada por los enemigos políticos de su esposo.
Tuvo que acompañar a su hermano en su trabajo como embajador en París y luego en Bruselas. Solía madrugar para hacer sus prácticas de piedad, ir a Misa y hacer obras de caridad con los pobres y enfermos. Desde el mediodía, tenía que asistir a los banquetes diplomáticos y diversas actividades, mostrándose sonriente a pesar de no sentirse bien de salud. Al volver a Madrid se encuentra con María Ignacia Rico con quien visitó el hospital San Juan de Dios, donde había mujeres de la mala vida que habían caído enfermas y Micaela se quedó impresionada con la vida horrorosa y cruel de las prostitutas.
Con su amiga Ignacia consiguieron una casita para albergar a las muchachas, redimirlas y salvarlas. Esto generó habladurías e incomprensiones para con Micaela en la alta sociedad y el clero, perdiendo a sus amistades. Pero la Santa dejó su elegante barrio y se fue a vivir con las pobres mujeres.
Santa Micaela solía escuchar voces interiores de Dios, pero su director espiritual le prohibió hacerles caso. Ella por obediencia no siguió la voz que le decía que la comida estaba envenenada y se enfermó. Más adelante llegó un santo director espiritual, San Antonio María Claret, con quien pudo crecer en santidad.
Cierto día fue a una “casa de citas” a rescatar a una muchacha que estaba allí obligada. La insultaron, le lanzaron piedras y la insultaron con vulgaridades, pero Santa Micaela salvó finalmente a la chica sonriendo, como si estuviera recibiendo todos los honores.
Más adelante, la reina de España la mandó llamar para pedirle unos consejos. Fundó la comunidad de Hermanas Adoratrices del Santísimo sacramento dedicadas a adorar a Cristo Jesús en la Eucaristía y a trabajar por preservar a las muchachas en peligro, y a redimir a las pobres que ya cayeron en los vicios y en la impureza.
Madre Micaela había socorrido por varios años a los enfermos de la peste de tifo negro sin contagiarse, pero en 1865 se fue a Valencia a ayudar a los enfermos del cólera y contrajo la mortal enfermedad. Partió a la Casa del Padre el 24 de agosto. Fue canonizada en 1934.
domingo, 14 de junio de 2015
XIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B
Celebramos hoy el XI Domingo del Tiempo Ordinario, tras celebrar las grandes fiestas de nuestra fe ( las solemnidades de la Santísima Trinidad y Corpus Christi), nos ponemos a caminar tras las huellas de Jesús, porque sabemos, por experiencia, que es el único camino que nos va a llevar al encuentro con Dios mismo con los dones que constantemente nos ofrece y nos brinda. En este encuentro con el Padre, descubriremos y experimentaremos el inmenso gozo de la simiente, la Palabra de Dios, que Jesús ha sembrado en nosotros y en nuestro mundo. Una semilla pequeña que cae en el corazón humano y que con la ayuda del Espíritu Santo se fecunda, crece y da mucho fruto.
Dios siempre nos da fuerza en medio de las dificultades y, San Pablo, nos recuerda que por ello mismo nos aguarda la vida futura. Mientras tanto tendremos que hacer algo por Jesús, por Dios, por el Espíritu. Finalmente en el evangelio vamos a escuchar como Dios, hace de cada uno de nosotros, un grano de su siembra. Tal vez no nos demos cuenta pero, aquí y ahora, el Señor sigue sembrando con su amor y con paciencia a través de nosotros.
En la Primera Lectura (Ez 17, 22-24) el profeta Ezequiel, comunica a los exiliados los planes de salvación que Dios tiene. De esta manera, quiere animarles a esperar la vuelta a la patria y, a partir de ahí, vivir en fidelidad a la Alianza. El profeta utiliza un lenguaje poético, hablando de árboles frondosos, de ramas y de frutos abundantes, para manifestar esos planes de Dios, y es que Dios los va a hacer realidad.
En la Segunda Lectura (2 Co 5, 6-10) San Pablo, proclama su confianza en la donación que Dios dará a los que permanecen fieles a su Palabra y se esfuerzan, en todo momento y ocasión, en agradar al Señor y seguir sus caminos.
En la Primera Lectura (Ez 17, 22-24) el profeta Ezequiel, comunica a los exiliados los planes de salvación que Dios tiene. De esta manera, quiere animarles a esperar la vuelta a la patria y, a partir de ahí, vivir en fidelidad a la Alianza. El profeta utiliza un lenguaje poético, hablando de árboles frondosos, de ramas y de frutos abundantes, para manifestar esos planes de Dios, y es que Dios los va a hacer realidad.
El Salmo(91) "Es bueno darle gracias al Señor",condensa el agradecimiento del pueblo a Dios. La misericordia divina ayuda a florecer las buenas obras en los hombres y mujeres que siguen y aman al Señor.
En la Segunda Lectura (2 Co 5, 6-10) San Pablo, proclama su confianza en la donación que Dios dará a los que permanecen fieles a su Palabra y se esfuerzan, en todo momento y ocasión, en agradar al Señor y seguir sus caminos.
En el Evangelio (Mc 4, 26-34) San Marcos reúne dos parábolas referidas a las semillas. Describe el Señor Jesús el camino de crecimiento de las mismas, a veces sin que el agricultor sepa bien como, para convertirse en árboles donde pueden anidar las aves. Así es la Palabra de Dios, que depositada como semilla en nuestros corazones va creciendo y creciendo hasta convertirse en un árbol firme.
Contigo, Señor, sembraremos,
ilusiones y esperanzas en un mundo que llora perdido.
Contigo, Señor, sembraremos,
alegría y fortaleza ante los hombres que caen en la tristeza.
Contigo, Señor, sembraremos,
amor al cielo cuando digan que Tú no existes.
Contigo, Señor, sembraremos,
tu mano protectora cuando tantas manos ya no ayudan.
Contigo, Señor, sembraremos,
tu presencia salvadora cuando nos encontremos perdidos.
Contigo, Señor, sembraremos,
optimismo y futuro ante un presente fracasado.
Contigo, Señor, sembraremos,
sencillez y pobreza antes que la riqueza que nos degrada.
Contigo, Señor, sembraremos.
AMEN
sábado, 13 de junio de 2015
CONOCE LA VIDA DE LOS SANTOS, HOY SAN ANTONIO DE PADUA, DOCTOR DE LA IGLESIA
San Antonio de Padua, nació en Portugal en 1195 en una familia de la nobleza. Desde niño se consagró a la Santísima Virgen. En su juventud fue atacado por las pasiones sensuales pero con ayuda de Dios las dominó, encontrando su fortaleza en las visitas al Santísimo.
Fue admitido en los franciscanos a inicios de 1221, participó en Asís del capítulo general de la orden de ese año y más adelante fue enviado a predicar en diversas ciudades, obteniendo un gran éxito en la conversión de los herejes.
Como la gente buscaba estar cerca de él y algunos le arrancaban pedazos de su hábito, se le asignó un grupo de hombres para protegerlo después de los sermones. En ocasiones predicaba en plazas y mercados. Bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies.
Se trasladó a Padua, donde ya había trabajado anteriormente. Denunció y combatió el vicio de la usura pero poco a poco la salud de San Antonio se fue deteriorando y se retiró a descansar a los bosques. Al sentir que su vida llegaba a su término, pidió regresar a Padua, pero solo llegó hasta los límites de la ciudad.
El 13 de junio de 1231 recibió los últimos sacramentos, entonó un canto a la Virgen y antes de partir a la Casa del Padre, dijo sonriente: "Veo venir a Nuestro Señor". Fue canonizado sin que hubiera transcurrido un año de su muerte por el Papa Gregorio IX y declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío XII.
Un hombre retó a San Antonio a probar que Jesús estaba en la Eucaristía y dejó sin comer tres días a su mula. Llevó al animal al templo y le mostró pasto fresco, pero la mula prefirió ir con el Santo, que se encontraba al lado con una hostia consagrada, y se arrodilló.
Fue admitido en los franciscanos a inicios de 1221, participó en Asís del capítulo general de la orden de ese año y más adelante fue enviado a predicar en diversas ciudades, obteniendo un gran éxito en la conversión de los herejes.
Como la gente buscaba estar cerca de él y algunos le arrancaban pedazos de su hábito, se le asignó un grupo de hombres para protegerlo después de los sermones. En ocasiones predicaba en plazas y mercados. Bastaba su presencia para que los pecadores cayesen de rodillas a sus pies.
Se trasladó a Padua, donde ya había trabajado anteriormente. Denunció y combatió el vicio de la usura pero poco a poco la salud de San Antonio se fue deteriorando y se retiró a descansar a los bosques. Al sentir que su vida llegaba a su término, pidió regresar a Padua, pero solo llegó hasta los límites de la ciudad.
El 13 de junio de 1231 recibió los últimos sacramentos, entonó un canto a la Virgen y antes de partir a la Casa del Padre, dijo sonriente: "Veo venir a Nuestro Señor". Fue canonizado sin que hubiera transcurrido un año de su muerte por el Papa Gregorio IX y declarado Doctor de la Iglesia por el Papa Pío XII.
Un hombre retó a San Antonio a probar que Jesús estaba en la Eucaristía y dejó sin comer tres días a su mula. Llevó al animal al templo y le mostró pasto fresco, pero la mula prefirió ir con el Santo, que se encontraba al lado con una hostia consagrada, y se arrodilló.
A San Antonio se le invoca para encontrar objetos perdidos tal vez porque cierto día un novicio huyó del convento con un salterio que usaba el Santo. San Antonio oró para recuperar su libro y el novicio se vio ante una aparición terrible y amenazante que lo obligó a regresar y devolver lo robado.
Se dice que en una ocasión, mientras oraba, se le apareció el niño Jesús y lo sostuvo en sus brazos. Muchos fieles acuden a San Antonio para que interceda para hallar un buen esposo o esposa. Es patrono de mujeres estériles, pobres, viajeros, albañiles, panaderos y papeleros.
Se dice que en una ocasión, mientras oraba, se le apareció el niño Jesús y lo sostuvo en sus brazos. Muchos fieles acuden a San Antonio para que interceda para hallar un buen esposo o esposa. Es patrono de mujeres estériles, pobres, viajeros, albañiles, panaderos y papeleros.
LA ORACIÓN DEL "NO SÉ"
A continuación les presentamos una oración sencilla para poder rezar con humildad aprovechando nuestras debilidades.
Primera parte :
Diálogo en el cuál, mi alma le dice a Jesús: “no sé”, y Jesús le contesta a mi alma.
*Mi alma: "no sé” qué decir.
*Jesús: es que no tienes que decir nada, tan sólo haz silencio y escucha.
*Mi alma: "no sé” cómo comenzar.
*Jesús: es que no hay que comenzar lo que inició desde toda la eternidad. Yo te amé y te amo con amor eterno.
*Mi alma: "no sé” cómo entrar en presencia de Dios.
*Jesús: me tienes dentro,en tu interior, busca bien, eres templo de Dios, haz silencio.
*Mi alma: "no sé” qué hacer en la oración.
*Jesús: no tienes que hacer nada, sino dejarte mirar por mí, escucharme, lo demás, llega sólo.
*Mi alma: “no sé” cómo escuchar.
*Jesús: mi Palabra es eterna, inclínate hacia tu corazón, escúchalo, ahí está grabada delante de ti, yo te guío por el camino de la verdad y la vida, acompáñame.
Segunda parte:
*Mi alma: "no sé” qué decir.
*Jesús: es que no tienes que decir nada, tan sólo haz silencio y escucha.
*Mi alma: "no sé” cómo comenzar.
*Jesús: es que no hay que comenzar lo que inició desde toda la eternidad. Yo te amé y te amo con amor eterno.
*Mi alma: "no sé” cómo entrar en presencia de Dios.
*Jesús: me tienes dentro,en tu interior, busca bien, eres templo de Dios, haz silencio.
*Mi alma: "no sé” qué hacer en la oración.
*Jesús: no tienes que hacer nada, sino dejarte mirar por mí, escucharme, lo demás, llega sólo.
*Mi alma: “no sé” cómo escuchar.
*Jesús: mi Palabra es eterna, inclínate hacia tu corazón, escúchalo, ahí está grabada delante de ti, yo te guío por el camino de la verdad y la vida, acompáñame.
Segunda parte:
En esta segunda parte veremos la oración del “no sé” en algunos personajes del Nuevo Testamento:
María la Magdalena: “no sé” perdonarme
Jesús: no tienes que perdonarte, Yo te perdono y te levanto con dignidad, porque eres hija de un Rey.
Tomás: “no sé” cuál es el camino.
Jesús: ¿no ves el camino? Soy Yo, tócame, yo te sostengo. Si te sujetas a mí y caminas a mi lado ya estás en el Camino y llegarás a la Verdad y la Vida.
Felipe: “no sé” quién es el Padre, no lo veo.
Jesús: quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Yo hago lo que es de su agrado.
Pedro: “no sé” caminar sobre el agua.
Jesús: fija en mí la mirada y podrás caminar sobre cualquier obstáculo. Si quitas tu mirada, te hundirás, confía en mí.
Samaritana: "no sé” dónde puedo saciar mi sed.
Jesús: ven a saciarte en mi fuente, yo soy el Agua que salta hasta la vida eterna.
Lázaro: "no sé” cómo asumir el dolor y la muerte.
Jesús: ¡no temas!, Yo Soy el Médico y la Medicina; la Resurrección y la Vida. El que cree en mí no morirá para siempre.
Zaqueo: "no sé” cómo llenar el vacío de mi vida.
Jesús: déjame entrar en tu casa y llenarte con mi compañía.
Juan: "no sé” permanecer de pie junto a la cruz sin sentirme desfallecer.
Jesús: si te caes, yo te sostendré. La fidelidad pasa por la valentía de reconocer que sin mí nada puedes, que tu fuerza soy yo.
Marta: "no sé” qué hacer con mis cansancios y preocupaciones.
Jesús: siéntate a mis pies, escucha mis Palabras, no te afanes tanto, no necesito que hagas mucho sino que ames mucho.
Buen ladrón: "no sé” cómo reparar mi daño, devolver lo que he robado.
Jesús: déjame robarte el corazón y llevarlo conmigo al cielo.
Ejercicio para la oración:
A continuación, podemos ponernos en presencia de Dios nuestro Padre y presentar nuestros “no sé" a Cristo, escuchando cómo Él nos va respondiendo y así, dejar que nos llene de su sabiduría. Nosotros “no sabemos”, Él es la sabiduría infinita que nos ama, nos conoce y nos abraza. Nos quiere enriquecer con su presencia en nuestras vidas.
Jesús: no tienes que perdonarte, Yo te perdono y te levanto con dignidad, porque eres hija de un Rey.
Tomás: “no sé” cuál es el camino.
Jesús: ¿no ves el camino? Soy Yo, tócame, yo te sostengo. Si te sujetas a mí y caminas a mi lado ya estás en el Camino y llegarás a la Verdad y la Vida.
Felipe: “no sé” quién es el Padre, no lo veo.
Jesús: quien me ha visto a mí, ha visto al Padre. Yo hago lo que es de su agrado.
Pedro: “no sé” caminar sobre el agua.
Jesús: fija en mí la mirada y podrás caminar sobre cualquier obstáculo. Si quitas tu mirada, te hundirás, confía en mí.
Samaritana: "no sé” dónde puedo saciar mi sed.
Jesús: ven a saciarte en mi fuente, yo soy el Agua que salta hasta la vida eterna.
Lázaro: "no sé” cómo asumir el dolor y la muerte.
Jesús: ¡no temas!, Yo Soy el Médico y la Medicina; la Resurrección y la Vida. El que cree en mí no morirá para siempre.
Zaqueo: "no sé” cómo llenar el vacío de mi vida.
Jesús: déjame entrar en tu casa y llenarte con mi compañía.
Juan: "no sé” permanecer de pie junto a la cruz sin sentirme desfallecer.
Jesús: si te caes, yo te sostendré. La fidelidad pasa por la valentía de reconocer que sin mí nada puedes, que tu fuerza soy yo.
Marta: "no sé” qué hacer con mis cansancios y preocupaciones.
Jesús: siéntate a mis pies, escucha mis Palabras, no te afanes tanto, no necesito que hagas mucho sino que ames mucho.
Buen ladrón: "no sé” cómo reparar mi daño, devolver lo que he robado.
Jesús: déjame robarte el corazón y llevarlo conmigo al cielo.
Ejercicio para la oración:
A continuación, podemos ponernos en presencia de Dios nuestro Padre y presentar nuestros “no sé" a Cristo, escuchando cómo Él nos va respondiendo y así, dejar que nos llene de su sabiduría. Nosotros “no sabemos”, Él es la sabiduría infinita que nos ama, nos conoce y nos abraza. Nos quiere enriquecer con su presencia en nuestras vidas.
viernes, 12 de junio de 2015
AVISO DE ÚLTIMA HORA.
SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS.
“Te pido que el primer viernes después de la octava del Corpus se celebre una fiesta especial para honrar a mi Corazón, y que se comulgue dicho día para pedirle perdón y reparar los ultrajes por él recibidos durante el tiempo que ha permanecido expuesto en los altares”, expresó el Señor a Santa Margarita en junio de 1675.
“También te prometo que mi Corazón se dilatará para esparcir en abundancia las influencias de su divino amor sobre quienes le hagan ese honor y procuren que se le tribute”, añadió.
Posteriormente, el Beato Pío IX en 1856 extendió oficialmente la Fiesta del Sacratísimo Corazón de Jesús a toda la Iglesia. En 1899, el Papa León XIII publicó la encíclica “Annum Sacrum” sobre la consagración del género humano al Sagrado Corazón de Jesús, que se realizó ese mismo año. Asimismo Pío XI en 1928 escribió la “Miserentissimus Redemptor”, encíclica que trata de la reparación que todos debemos al Sagrado Corazón. Mientras que el Papa Pío XII en 1956 publicó la encíclica “Haurietis Aquas” en referencia al culto al Sagrado Corazón.
San Juan Pablo II en su pontificado estableció que en la Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús se realizara la Jornada mundial de oración por la santificación de los sacerdotes. Muchos grupos, movimientos, órdenes y congregaciones religiosas, desde antiguo, se han puesto bajo la protección del Sagrado Corazón de Jesús.
domingo, 7 de junio de 2015
X DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO. CICLO B
Hoy, en este Xº Domingo del Tiempo Ordinario, celebramos la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. Sabemos que Dios es amor y la prueba máxima de ese amor, es la presencia permanente de Jesús, el Maestro, en el sacramento de la Eucaristía por voluntad de la Trinidad Santísima. Con ello, Padre, Hijo y Espíritu Santo forman parte de este prodigio maravilloso, que todo un Dios esté en un poco de pan y en un poco de vino. La comunión del Cuerpo y Sangre de Cristo nos acompaña todos los días, pero hoy lo celebramos especialmente como prueba directa de nuestro agradecimiento ante tal milagro, siempre vivo y presente.
Las lecturas que escuchamos en este día, nos hablan del poder, de la acción de Dios a través de los siglos. Dios nunca nos abandona. Además, el participar en la Eucaristía es entrar en comunión con Dios, con Cristo en el Espíritu. Que veamos y vivamos la Eucaristía como una fuente de paz, de fuerza, de vida y de entrega.
El Salmo (147) "Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor" tiene dos partes bien diferenciadas y por eso la Vulgata lo dividió en dos. Nosotros, utilizamos hoy la segunda parte en la que se exalta el poder y la misericordia de Dios, el creador y salvador del género humano, que ayuda a los más pobres y los sinceramente humildes.
Las lecturas que escuchamos en este día, nos hablan del poder, de la acción de Dios a través de los siglos. Dios nunca nos abandona. Además, el participar en la Eucaristía es entrar en comunión con Dios, con Cristo en el Espíritu. Que veamos y vivamos la Eucaristía como una fuente de paz, de fuerza, de vida y de entrega.
La Primera Lectura (Éx. 24, 3-8) nos lleva a la Alianza del Sinaí, que es el origen y prototipo de todas las demás alianzas que Dios sellará con su pueblo. Está claro que esta iniciativa parte de Dios mismo y viene comunicada por la mediación de Moisés, y consiste, por parte del pueblo, en aceptar los mandatos y la voluntad de Dios.
El Salmo (147) "Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor" tiene dos partes bien diferenciadas y por eso la Vulgata lo dividió en dos. Nosotros, utilizamos hoy la segunda parte en la que se exalta el poder y la misericordia de Dios, el creador y salvador del género humano, que ayuda a los más pobres y los sinceramente humildes.
En la Segunda Lectura (Heb 9, 11-15) según el autor de la carta a los Hebreos, la nueva Alianza ya no necesita de sacrificios. La entrega y sacrificio de Cristo elimina los de la antigua Alianza. Y es que Cristo ha expiado, de una vez para siempre, nuestras infidelidades y pecados, y nos ha hecho dignos de ofrecer a Dios Padre el nuevo culto, que nos hace herederos de la promesa. Cristo mismo es el mediador en esta nueva situación.
El Evangelio (Mc 14, 12-16. 22-26) nos presenta a Jesús en la última cena con los suyos, en la institución de la Eucaristía. Ésta constituye la nueva Pascua, esto, es, la nueva fiesta de la liberación. Por eso, cuando se come el Cuerpo y se bebe la Sangre de Cristo, se comparte desde dentro su muerte y resurrección.
El Evangelio (Mc 14, 12-16. 22-26) nos presenta a Jesús en la última cena con los suyos, en la institución de la Eucaristía. Ésta constituye la nueva Pascua, esto, es, la nueva fiesta de la liberación. Por eso, cuando se come el Cuerpo y se bebe la Sangre de Cristo, se comparte desde dentro su muerte y resurrección.
Hermanos, en esta Eucaristía, hemos celebrado el gozo del Señor presente entre nosotros. Su Cuerpo nos une en la paz y reaviva nuestra débil esperanza. Compartamos con todos el pan de cada día y despertemos, entre los que nos rodean y con nuestro vivir, el deseo de Cristo, Pan de la Vida verdadera.
Que me atreva, cuánto pueda Señor.
A manifestar, en este vacío mundo,
que Tú lo puedes llenar todo.
Cuando, el hombre y la mujer de este tiempo,
busque en la profundidad y no en la superficialidad,
el Agua Viva que calma la sed de una vez por todas.
¡Bendito, Señor, sea tu nombre!
¡Bendita, Señor, sea tu presencia!
¡Grande, Señor, sea tu reinado en el corazón
de cada uno de nosotros!
¡Única y para Ti, Señor, sea nuestra adoración!
Tuyos, siempre tuyos Señor, en este día en el
que tu Cuerpo y tu Sangre
hacen de innumerables
rincones de nuestra tierra
un inmenso altar desde el cual hablas,
miras, callas,
observas, lloras y bendices.
¡Que me atreva, cuánto pueda Señor!
viernes, 5 de junio de 2015
AVISOS PARROQUIALES
*La iluminación diaria del campanario quedará suprimida, sólo se procederá a encenderse como aviso a la Barriada cada vez que haya algún acto o celebración especial en la Parroquia.
A partir de este mes de Junio, hasta nuevo aviso, se vuelven a las actividades parroquiales que normalmente se desarrollan durante todo el año:
1.- Los lunes la Parroquia permanecerá cerrada.
2.- De martes a viernes rezo del Santo Rosario a las 18:30 hrs. A las 19:00 hrs. se celebrará la Liturgia de la Palabra.
3.- Todos los martes a las 18:00 hrs. Exposición del Santísimo.
4.- Los jueves, por parte del Grupo de Renovación Carismática, adoración y alabanza a las 17:15 hrs. de la tarde.
5.- Los sábados celebración de la Santa Misa a las 19:00 hrs.
6.- Los domingos, se celebrará la Eucaristía a las 09:00 hrs. y a las 11:30 hrs. de la mañana.
*El próximo domingo día 7 de Junio (Día del Corpus Christi), no habrá misa en la Parroquia al celebrarse a las 10:30 hrs de la mañana una única misa a nivel local en el Parque Mª Cristina.
jueves, 4 de junio de 2015
SOLEMNIDAD DEL CORPUS CHRISTI.
Hoy celebramos la Solemnidad del Corpus Christi, el milagro de amor.
Un milagro Eucarístico del siglo XIII ha sido el origen de la Fiesta del Corpus Christi, que la Iglesia celebra el jueves siguiente a la Solemnidad de la Santísima Trinidad; aunque en algunos países las Iglesias locales deciden trasladarla para el domingo por una cuestión pastoral. En esta solemnidad la Iglesia tributa a la Eucaristía un culto público y solemne de adoración, gratitud y amor, siendo la procesión del Corpus Christi una de las más importantes en toda la Iglesia Universal.
Un milagro Eucarístico del siglo XIII ha sido el origen de la Fiesta del Corpus Christi, que la Iglesia celebra el jueves siguiente a la Solemnidad de la Santísima Trinidad; aunque en algunos países las Iglesias locales deciden trasladarla para el domingo por una cuestión pastoral. En esta solemnidad la Iglesia tributa a la Eucaristía un culto público y solemne de adoración, gratitud y amor, siendo la procesión del Corpus Christi una de las más importantes en toda la Iglesia Universal.
Por el 1264 el P. Pedro de Praga dudaba sobre la presencia de Cristo en la Eucaristía y realizó una peregrinación a Roma para rogar sobre la tumba de San Pedro una gracia de fe. Al retornar, mientras celebraba la Santa Misa en Bolsena, en la Cripta de Santa Cristina, la Sagrada Hostia sangró manchando el corporal.
La noticia llegó rápidamente al Papa Urbano IV, que se encontraba muy cerca en Orvieto, y mandó que se le llevase el corporal. Más adelante, el Pontífice publicó la bula “Transiturus”, con la que ordenó que se celebrara la Solemnidad del Corpus Christi en toda la Iglesia el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad.
El Santo Padre encomendó a Santo Tomás de Aquino la preparación de un oficio litúrgico para la fiesta y la composición de himnos, que se entonan hasta el día de hoy: Tantum Ergo, Lauda Sion.
El Papa Clemente V en el Concilio general de Viena (1311) mandó una vez más esta fiesta y publicó un nuevo decreto en el que incorporó el de Urbano IV. Posteriormente Juan XII instó su observancia.
La noticia llegó rápidamente al Papa Urbano IV, que se encontraba muy cerca en Orvieto, y mandó que se le llevase el corporal. Más adelante, el Pontífice publicó la bula “Transiturus”, con la que ordenó que se celebrara la Solemnidad del Corpus Christi en toda la Iglesia el jueves después del domingo de la Santísima Trinidad.
El Santo Padre encomendó a Santo Tomás de Aquino la preparación de un oficio litúrgico para la fiesta y la composición de himnos, que se entonan hasta el día de hoy: Tantum Ergo, Lauda Sion.
El Papa Clemente V en el Concilio general de Viena (1311) mandó una vez más esta fiesta y publicó un nuevo decreto en el que incorporó el de Urbano IV. Posteriormente Juan XII instó su observancia.
lunes, 1 de junio de 2015
PROCESIÓN Y SUBIDA DE NUESTRA MADRE LA VIRGEN DE FÁTIMA A LA CAPELLINA
La Santa misa fue oficiada por el Padre Curro.
El coro de La Alegría (perteneciente a la Parroquia de los Salesianos) amenizó la celebración con sus cantos.
Tras la celebración de la Eucaristía, a la que asistieron una gran multitud de personas, se preparó todo para el traslado de Nuestra Señora la Virgen de Fátima a la Capellina.
Los niños y niñas que hicieron la primera comunión el pasado 2 de mayo,y algunos de sus compañeros de catequesis y del grupo de poscomunión-confirmación, fueron a acompañar a nuestra madre la Virgen de Fátima rezando y cantando como el resto de feligreses camino de la Capellina, como es tradición en nuestra Parroquia.
Una vez en la Capellina, se pasó a colocar a Nuestra Señora la Virgen de Fátima en el lugar reservado para ella.
¡Gracias Madre Nuestra, por guiar nuestros pasos, por cubrirnos bajo tu manto y por quedarte en lo más hondo de nuestros corazones!
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