La Primera Lectura(2 Cro. 36, 14-16. 19-23) nos muestra un pueblo disperso, pecador, sin rumbo, que necesita un nuevo impulso, alguien que les ayude a encontrar el camino hacia la vida, hacia la luz. Esta lectura narra los últimos acontecimientos que provocaron la destrucción de Jerusalén y del templo, así como el destierro a Babilonia.De ahí que Ciro, rey de Persia, fue instrumento de Dios para liberar a su pueblo de la esclavitud y para reconstruir el templo de Jerusalén.
El Salmo (137) "Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti", narra una escena de los desterrados judíos en Babilonia. Allí sus captores pretenden que les diviertan con cantos sagrados y ellos se rebelan. El salmo está en sintonía con la primera lectura y marca el deseo de volver a Jerusalén. Nosotros los cristianos siempre anhelamos la llegada de esa otra Jerusalén, la que un día, brillante y luminosa, bajará del cielo.
En la Segunda Lectura (Ef. 2, 4-10) el apóstol Pablo insiste en su testimonio de vida: todo es gracia; todo es don. La historia de Israel,al igual que la nuestra, se describe entre muerte y vida, entre las tinieblas y luz. Hemos muerto a nuestros pecados y hemos revivido por el gran amor del Señor Jesús. De ahí que nuestra condición de salvados sea obra de Dios. Con esta lectura aprendemos que la razón por la que Dios nos ha salvado, es por su infinito amor y misericordia, y lo que es más importante, la salvación no solo representa el perdón de los pecados, sino que a través de ella participamos activamente en el modo de vida de Jesús.
El Evangelio (Jn 3, 14-21) nos presenta a Nicodemo, quien había acudido a Jesús de noche, y resulta que se siente deslumbrado, anonadado. Deseaba un cambio de vida y le dicen que no, que lo que tiene que hacer es nacer de nuevo. Nicodemo era un hombre abierto a la luz, pero no estaba seguro de su verdad; de ahí que la buscara con ahínco. Aquella noche descubrió la luz humanizada de Dios. Jesús dice a Nicodemo que cuando el Hijo del Hombre sea elevado , todos pondrán su vida en Él.
Para que tanto, Señor.
¿Por qué un calvario, cuando preferimos la vida fácil?
¿Para qué subir a Jerusalén,
si preferimos los felices valles?
¿Por qué Cristo en la cruz, si es mejor
vida de luces y no de cruces?
¿Para qué alzar la mirada,
cuando nos seduce la simple bondad de la tierra?
¿Por qué, Tú, oh Dios, te desprendes
de lo que más quieres, si somos insensibles?
Muchas preguntas, Señor, para una única respuesta:
por el gigantesco y descomunal amor
con el que tú nos amas, Señor.
¿Hay mayor felicidad que esa?
No hay comentarios:
Publicar un comentario