El Evangelio de hoy, nos presenta tres cuadros complementarios en torno al Resucitado. Una pesca milagrosa extraordinaria, una simbólica comida fraterna y un dialogo de enorme trascendencia entre Jesús y Pedro. El Señor sigue apareciéndose a sus discípulos. A Pedro le perdona su triple negación y le invita a ejercer la autoridad del buen pastor. Cristo nos dice a todos que la autoridad es amor y servicio y nos pregunta a todos: ¿me amas?
Al reunirnos para celebrar la Eucaristía, presentamos a Dios todo lo que somos, todo lo que esperamos, todo lo que vivimos. Sabemos que Él, porque nos ama, lo transforma todo y lo llena de vida. Es el Señor. Después de una larga noche de soledad y fatiga, llega el alba: la luz vence a la oscuridad, el trabajo infructuoso se convierte en pesca fácil y abundante, el cansancio y la soledad se transforman en alegría y paz. Desde entonces, esos mismos sentimientos animan a la Iglesia. Aunque pueda parecer a veces que triunfan las tinieblas del mal y la fatiga de la vida diaria, la Iglesia sabe con certeza que sobre quienes siguen a Cristo resplandece ahora la luz inextinguible de la Pascua.
Señor Jesús, como a Pedro, hoy tú nos preguntas también:
¿Me amas? Sí, Señor: pero concédenos amarte
todavía mucho más con un corazón caldeado
por el fuego inextinguible de tu amor.
Tú nos abriste el camino que lleva hasta el Padre
y, gracias a ti, la vida es mucho más fuerte que la muerte.
Estamos seguros por la fe de que vives en nosotros
y estás presente en cada hombre y mujer,
nuestros hermanos.
Haz que nos entreguemos a la apasionante tarea de amarte,
queriendo sin medida a los demás con el amor con que tú los amas.
Danos la fuerza de tu Espíritu para ser tus testigos siempre,
y obedecer la voluntad de Dios sin temor a nada ni a nadie.
Amén.
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