domingo, 17 de enero de 2016

IIº DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C

Celebramos el IIº Domingo del Tiempo Ordinario. Hoy el Señor, nos muestra en un banquete de bodas, el banquete mesiánico que supone un mundo nuevo, un vino nuevo, un amor nuevo. Ésta es su invitación para todos y cada uno de nosotros. Vamos a asistir al primer milagro de Jesús: milagro muy especial y rodeado de gran alegría, porque tuvo lugar en una boda. Con nuestra confianza puesta en el amor incondicional de Dios e inundados por la alegría que nos trae Jesús y su Espíritu participamos con gozo de esta Eucaristía.

Las lecturas de hoy, tienen un objetivo: que descubramos el amor tan grande que Dios nos tiene. Nosotros somos su pueblo (su esposa) y Él es nuestro esposo. Además, San Pablo, nos hablará ya de las primeras dificultades y cualidades de los primeros cristianos.

En la Primera Lectura (Is. 62, 1-5) el profeta ve que el amor de Dios rodea a la ciudad y describe ese amor divino como una fiesta de bodas. Para ello emplea una terminología que evidencia este hecho y mensaje salvífico: el encuentro de Dios con Jerusalén, signo de su presencia en medio del pueblo. 

El Salmo (95) "Contad las maravillas del Señor todas las naciones" tenía para el pueblo judío la idea de un Dios único y portador de toda la fuerza. Y era el pueblo de Israel quien debía de comunicar a todos los demás pueblos esa realidad importante y alegre. Esta idea de Dios como rey universal llega hasta nosotros y por eso le cantamos y le festejamos.

En la Segunda Lectura (1 Co. 12,4-11)  el apóstol Pablo recuerda que Dios no cesa de conceder dones a su Iglesia. Eso sí, esos carismas y dones no son privilegios personales, sino dones para que en la Iglesia crezcan la unidad y la caridad. 

En el Evangelio (Jn 2,1-11) Jesús de Nazaret inicia su misión en una boda, por indicación de su Madre, la Virgen María y convirtiendo considerables cantidades de agua en un vino excelente. Y este vino es símbolo de la fiesta, de los tiempos mesiánicos del amor, de la presencia del Reino y del compartir. No puede haber principio más bello y alegre. 


Ayúdanos Señor a descubrir en tu persona
la huella de Dios y a dejarnos transformar
por tu mano que siempre es poderosa,
por tu Palabra que siempre es sabia,
por tus caminos, que siempre son seguros,
por tu mirada, que siempre es profunda.
Por María, que desea siempre el bien de todos nosotros.
Amén. 

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