domingo, 25 de octubre de 2015

XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO B


Nos reunimos en este XXXº Domingo del Tiempo Ordinario para celebrar la Eucaristía, porque Dios, de nuevo, nos congrega, nos hace sus hijos, nos elige y nos llama para vivir con alegría, como lo hacían los primeros seguidores de Jesús. Dios ha salvado a su pueblo, y lo sigue haciendo con cada uno de nosotros. 

Escucharemos el Evangelio de Marcos y asistiremos a la curación del ciego Bartimeo. Postergado, marginado, al borde del camino, Bartimeo poco espera ya de la vida. Pero oye que viene Jesús de Nazaret y entiende que el Señor es su gran esperanza. Grita y grita para que le lleven ante el Maestro. Es la cercanía de Jesús lo que le abre los ojos a una nueva vida. Todos nosotros, somos un poco "ciegos", y por ello, necesitamos que Jesús nos abra los ojos a la alegría y a la esperanza. 

En la Primera Lectura (Jr 31,7-9) el profeta Jeremías evoca con emoción el regreso de los exiliados, porque Dios es fiel y bueno con su pueblo. El Señor es nuestra alegría. Eso lo sabemos todos, y de ello se encarga de certificarlo Jeremías, quien en el capítulo 31 de su Libro, nos profetiza que el Señor un día nos guiará a todos al lugar del consuelo de la felicidad. 

El Salmo (125) "El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres" es  para nosotros hoy un canto de gozo y fidelidad por los favores que Dios nos hace todos los días.

En la Segunda Lectura (Hb 5,1-6), la carta a los Hebreos indica las condiciones para ser sacerdote y las aplica a Cristo, único sacerdote de la nueva alianza. Precisamente por participar de la misma condición humana, puede cumplir con su tarea de mediador entre Dios y las personas. Jesús lo realiza de forma plena. 

En el Evangelio (Mc 10,46-52) la curación del ciego de Jericó es, sin duda alguna, un acto de compasión de Jesús y, a la vez, un signo de que en Él reside la fuerza de la vida nueva de Dios. El ciego Bartimeo, no sólo recobra la vista, sino también la capacidad para seguirle por el camino con confianza plena, y es que toda su vida ha quedado iluminada tras el encuentro con Jesús.


¡Señor,ilumíname para que pueda ver!
Es el mundo quien al borde del camino
necesita una palabra de aliento.
Es la humanidad arrogante y hedonista pero vacía.
Es el ser humano que quiere 
y no puede 
dirigirse en la dirección adecuada.
Es la tierra que en un afán de verlo 
y entenderlo 
todo, se niega a la visión de Dios.
Es el grito de aquellos que queremos estrenar 
“gafas nuevas” para andar por 
caminos nuevos sin miedo a caernos.
¡Señor, ilumíname para que pueda ver!
Amen

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